Dirigido el día 16 de febrero de 1976 con motivo de la recepción a SS. MM. los Reyes en el Salón de Tinell, de Barcelona, en su visita a la Región Catalana
Llegamos con emoción a Cataluña en este nuestro primer viaje oficial como Reyes de España. El Rey que —en expresión de las Leyes Fundamentales— es el representante supremo de la nación, quiere estar en contacto permanente con cuantos elementos la integran, quiere ser Rey de todos los ciudadanos y de todos los pueblos que constituyen la sagrada realidad de nuestra Patria. No puede haber distancia ni barrera entre la Institución monárquica y el pueblo, para cuyo servicio aquélla existe.
Bien sabéis que mi cariño por Cataluña me viene de antiguo, que mis abuelos mostraron especial predilección por estas tierras y que yo mismo he pasado entre vosotros jornadas llenas de interés y de gratos recuerdos. Quisiera hoy reafirmaros la importancia excepcional que atribuyo a Cataluña, y a la personalidad catalana, en el conjunto de las tierras de España. Importancia atestiguada, en primer lugar, por la Historia. Cataluña ha sido llamada «puerta de España», y en verdad por ella llegaron a la Península Ibérica aportaciones sucesivas de pueblos que han contribuido a formar la raza y el carácter de los catalanes y de los demás pueblos hispánicos.
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Y porque la Monarquía es albacea del legado de la Historia, hoy me siento con orgullo sucesor de los Condes de Barcelona, de Urgell, de Girona, de Osona, de Empuries, de Besalú y de tantos otros; y heredero de los Reyes de la Corona catalano-aragonesa, cuyos nombres resonaron con gloria en todo el ámbito mediterráneo: Jaume el Conquerido, en cuyo séptimo centenario nos encontramos; Perê el Gran, Alfons el Magnánim. A lo largo de muchos siglos ellos pusieron las raíces profundas de la personalidad catalana, que desde los comienzos de la Edad Moderna va a volver a unirse indisolublemente con los otros miembros de nuestra comunidad española. Y es con esta conciencia de nuestros orígenes y del logro histórico de nuestra unidad suprema cómo debemos proseguir la obra de cuantos nos precedieron, desde los Reyes Católicos —que aseguran a Cataluña los caminos de la Europa mediterránea— a Carlos III —que tanto hizo por el desarrollo económico del Principado al abrirle plenamente al comercio y al asentamiento en América—, y a tantos otros grandes hombres y mujeres que pusieron su vida al servicio de la nación y de su propio pueblo.
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Yo quisiera convocaros hoy a todos a una gran tarea de ilusión y entusiasmo para el futuro, desde esta Barcelona, «ánima i guiadora», como ha sido llamada, «Cap i Casal» de Cataluña. Una obra común fundamentada en la libertad de cada uno, a la que no podemos renunciar, porque Dios nos la ha dado. Una empresa colectiva que se asiente en la participación de todos en los asuntos públicos, base de una democracia auténtica orientada al bien común.
Una gran tarea de paz y armonía social, resultado del respeto a la Ley, de la que el Rey es guardián. Una obra de unidad, de la que vendrá nuestra fuerza, con el fin de que un Estado fuerte asegure a nuestro pueblo, en la dura competencia internacional, el progreso y el bienestar a que tiene derecho.
Catalunya por aportar a aquesta gran tasca comuna una contribució essencial i que no té preu. L’afecció dels catalans a la llibertat és Ilegendària, i sovint ha estat fins i tot heroica. El català és amic de les coses concretes i, per això, és també realista, ordenat i treballador. En aqueixa terra floreix l'espe-rit de solidaritat; la cooperació, l’obertura i la comprensió envers els altres hi són fàcils. Per això, lant-debò que el vostre exemple i la vostra voluntat decidida facin que aqueixes virtuts catalanes influixin benèficament en molts d’altres espanyols. Encara més: el sentit familiar que els catalans mantenen amb tanta fermesa, pot ésser un espili perquè Espanya s’hi emmirallï. I la dona catalana, exemple de finor, de cultura i d’espiritualitat, sera qui millor guardi tots els valors eterns que aqueixa terra enclou (*).
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Catalanes y españoles todos: Vivimos una época en que los problemas y afanes de la colectividad repercuten intensamente en la vida de cada uno de los individuos. En una época así no hay lugar para el egoísmo, el privilegio o la cerrazón mental. Muy al contrario, ha de primar entre nosotros el espíritu de servicio, la preocupación por los demás, la lealtad a la sociedad. Cada uno tiene su propia responsabilidad, y a ella ha de hacer frente según los dictados de su conciencia. Como dije en el mensaje de mi proclamación, todo mi tiempo y todas las acciones de mi voluntad estarán dirigidas a cumplir con mi deber. Yo os aseguro, por lo que al Rey respecta, que ninguna aspiración ni proyecto legítimo quedará sin atender, sea del individuo, del grupo social, de la ciudad, de la provincia o de la región. España está en paz y, con el esfuerzo de todos, continuará en paz, y superando todas las dificultades que sabemos que existen, alcanzará —también con el esfuerzo de todos— un mayor avance en lo económico, una libertad más eficaz, una mayor justicia en la sociedad y una mayor elevación de los espíritus.
Trabajando con ahínco en esta prometedora empresa común, lograremos los objetivos que para Cataluña y para España nos hemos propuesto.
* «A esta gran tarea común, Cataluña puede hacer una contribución esencial e inapreciable. El apego del catalán a la libertad es legendario, y a menudo heroico. El catalán es amigo de lo concreto, y por ello es realista, ordenado y laborioso. Florece en esta tierra el espíritu de solidaridad, es fácil la cooperación, la apertura y la comprensión para con los demás. Por ello, que vuestro ejemplo y vuestra voluntad decidida haga que estas virtudes catalanas ejerzan una beneficiosa influencia sobre muchos otros españoles. Aún hay más: el sentido familiar, preservado con tesón, del catalán puede ser un espejo en el que España se mire. Y la mujer catalana, ejemplo de delicadeza, cultura y espiritualidad, será la mejor guardadora de lo que hay de eterno en esta tierra.»
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