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13 y 14 de septiembre de 1977
Tenemos que idear un gran proyecto de vida para nuestra sociedad, capaz de galvanizar el entusiasmo de nuestros pueblos... Hemos de concebirlo y realizarlo entre todos los que emergimos de un tronco común y que, por ello mismo, podemos llamarnos hermanos
El Rey, en Tegucigalpa
Con una población de 3.040.000 habitantes, Honduras está integrada en su 91 por 100 por mestizos. Es el país más montañoso de Centroamérica, acogiendo fértiles valles y sabanas entre los ramales de la Cordillera centroamericana. Los ríos son navegables, abundando los lagos y lagunas. Además de Tegucigalpa, la capital, sus poblaciones más importantes son San Pedro Sula, La Ceiba y Olancho.
Colón desembarcó en el cabo de Honduras en 1502, dándole nombre por la profundidad del mar de sus costas. La conquista se llevó a cabo por Olid y más tarde personalmente por Hernán Cortés y Pedro de Alvarado, que finalmente pacificó el país. En 1539, Honduras fue incorporada a la Capitanía General de Guatemala, hasta la proclamación en 1812 de la independencia de las provincias del centro de América. Incorporada a Méjico y más tarde a la Federación de Centroamérica, acabó finalmente proclamando la autonomía de ésta en 1838.
Según la Constitución de 1965 ejerce el ejecutivo un Presidente asesorado por un Gabinete de dos Secretarios. El legislativo reside en el Congreso Nacional.
En un marco de libertad de cultos, la gran mayoría del país profesa la religión católica. La unidad monetaria de Honduras es el Lempira, con valor de cambio oficial de dos por dólar.
Hotel Maya de Tegucigalpa
13 de septiembre de 1977
Señor Jefe de Estado:
En esta emotiva jornada en Tegucigalpa quisiera iniciar mis palabras saludando, en la persona de su máximo mandatario, al entrañable pueblo de Honduras. Como Rey de España he querido confirmar con mi presencia el respeto y la simpatía que el pueblo español siente por el hondureño, y con mi palabra quiero hacerle llegar la expresión de la afinidad que allí sentimos hacia todo aquel que ostenta la ciudadanía de esta muy fraterna República.
El programa de actos que nos habéis organizado es claro reflejo de la hospitalidad abierta y desbordada que agradecemos vivamente y que delata los estrechos lazos que nos vinculan de manera tan especial.
Esta ciudad de Tegucigalpa, nacida al impulso de unos asientos mineros, crecida y aumentada a la luz de una convivencia interracial, es un ejemplo de la forma de vida que caracteriza la prolongada y pacífica era americana que nuestros antepasados compartieron. Hoy esta ciudad está marcada por el impulso prometido, y en el ánimo del visitante se hace, a la vez, síntesis del pasado y escudriñador del mañana.
Configurada la esencia nacional a través de un crisol de razas y de una naturaleza de gran belleza, los hombres preclaros de Honduras soñaron, desde aquí, la unidad esperanzada de Centroamérica. Morazán, el sabio Valle y tantos más reflejaron desde Honduras ideales compartidos que los poetas entonaron bajo la inspiración de sus musas excepcionales.
La realidad de Honduras actual es el futuro del esfuerzo de todos. Personalmente me felicito de cuanto hayan podido contribuir mis compatriotas, acogidos a la generosidad de estas tierras, en las que han encontrado corazones fraternales y posibilidades abiertas a su reconocida capacidad de empresa.
Señor Jefe de Estado:
Permitidme que brinde con entusiasmo por el mañana de Honduras. Nada nos podría ser más grato a los españoles de hoy que una prosperidad ininterrumpida de su país y de sus habitantes.
Hotel Maya, de Tegucigalpa
13 de septiembre de 1977
Majestad:
Me honra en verdad haber escuchado vuestros elogiosos conceptos sobre el pueblo hondureño y mi persona, los que acepto con auténtica gratitud y como una demostración de los indisolubles lazos que unen a mi país y España.
Habéis sido preciso y sincero en vuestras frases, constituyendo ellas el claro testimonio de quien, llegado desde más allá del océano Atlántico, hace renacer la epopeya colombina y el descubrimiento de esta América, plena de ideales y fecunda en glorias inmarcesibles.
En el año por venir, esta ciudad que os abre sus brazos fraternales para saludaros arribará, a los cuatrocientos años de su fundación, efémerides que por imperativo histórico está unida a la Patria que tenéis el dignísimo honor de dirigir como Rey y como estadista.
Los colonizadores españoles, tal como lo manifestáis, se asentaron aquí para extraer del rocoso suelo el oro y la plata y perpetuar, con su presencia, el idioma de Cervantes y la gesta libertaria del Cid Campeador.
Vuestros antepasados dieron a Tegucigalpa el nombre de Real Villa de San Miguel de Heredia. Tal título, que lleva una intención nobiliaria, nos honra, porque simboliza un desprendimiento romántico que rememoramos emotivamente.
Agradezco la evocación que hacéis del general Morazán y del sabio Valle, el primer forjador de la Federación Centroamericana y el segundo ideólogo primigenio de la doctrina panamericanista.
Los españoles siempre tendrán en el regazo hondureño la mejor acogida, así como los hondureños gozan en España de un solar amable y cordial originado en los lazos ancestrales que nos unen.
Majestad:
Brindo por vos y por la grandeza de España. Que la democracia que hoy impera allá logre su máxima plenitud, y que el progreso, la cultura y la paz sean un sol que ilumine las vastas llanuras que en sueños recorrió el inmortal Hidalgo de la Mancha.
Excmo. Ayuntamiento de Tegucigalpa
14 de septiembre de 1977
Señor Jefe de Estado:
Constituye para mí un honor y un placer visitar esta sede del Concejo Metropolitano del Distrito Central, cuya presidencia tan dignamente ostentáis.
Os agradezco profundamente vuestras cordiales palabras de bienvenida y la entrega que acabáis de hacerme de las llaves de la ciudad. Y me siento profundamente emocionado por el noble gesto del Concejo de dedicar una de las más bellas plazas de la capital a mi querido abuelo el Rey Alfonso XIII.
Me habéis hecho llegar vuestro propósito de erigir en dicha plaza un hermoso monumento a su memoria, como símbolo del afecto que le profesa el pueblo hondureño. Muy gustosamente España enviará a Honduras una estatua del Rey Alfonso XIII para que vuestros cordiales deseos se conviertan en realidad.
De este modo la capital de Honduras, que en 1978 cumplirá el cuarto centenario de su fundación, incorporará a su geografía urbana un monumento que la vincule más aún a sus orígenes hispánicos.
Guardaré siempre un gratísimo recuerdo de la afectuosa acogida de que he sido objeto por parte de este Concejo Metropolitano del Distrito Central, al que deseo toda clase de éxitos en su gestión.
Embajada de España en Tegucigalpa
14 de septiembre de 1977
En esta nuestra primera visita a Honduras, la Reina y yo hemos querido dedicaros un acto especial para expresaros nuestro profundo afecto a todos los españoles que residís en tierras hondureñas.
Aunque pocos en número y dispersos en puntos alejados del país, os habéis reunido hoy en la Embajada para saludar a vuestros Reyes.
Bien sabemos de vuestra diaria labor como sacerdotes, religiosos, profesores, comerciantes e industriales. Con vuestro esfuerzo trabajáis para el desarrollo de Honduras, y vuestra conducta ejemplar lleva el nombre de España a todos los lugares de esta República. Al felicitaros por vuestras tareas, quiero animaros a que prosigáis vuestra labor con entusiasmo y a que os mantengáis unidos en vuestras relaciones personales y en el amor a España.
Casa de Gobierno de Honduras
13 de septiembre de 1977
Señor Jefe del Estado:
En esta ocasión solemne en que la República de Honduras, por vuestro digno intermedio, nos impone las insignias de la Orden de Francisco Morazán, quiero agradeceros, en nombre de la Reina y en el mío propio, el honor que se nos depara.
La visita a Honduras, que con este acto singular culmina esta noche, constituye para mí la realización de un deseo vivamente sentido desde hace años. Desde mi más tierna infancia, en aquellas jornadas iniciales de lecturas y estudio, los nombres de las Repúblicas centroamericanas, los de sus ciudades, ríos y montañas, se unieron a la fantástica aventura que protagonizaron unos hombres que aquí se establecieron, fundaron y construyeron una manera de ser y de soñar que nos es común.
Para un espíritu juvenil, señor Jefe de Estado, descubrir que, por el esfuerzo histórico de unas generaciones y por el apego amoroso y conservador de las que continuaron su obra, en estas tierras americanas se vive y se siente con el mismo esquema de valores y de esperanzas que en el viejo solar ibérico, abre horizontes de ilusionada amistad.
Más tarde, como Rey de España, la atracción ha ido creciendo al darme cuenta de una manera directa de la riqueza y variedad de matices que nuestra pluralidad ha sabido aportar al mundo; al comprobar la diversidad de nuestras letras, de nuestro arte y de nuestro folklore. Y, sin embargo, cómo dentro de esa multiplicidad de expresión aparece una forma común de ser hombre; de concebir la libertad como patrimonio individual e inalienable de cada cual, por el mero hecho de existir; de entrever la igualdad no como una forma eventual de realización de la justicia, sino como atributo esencial de origen.
La quiebra frecuente que nuestra organización social ha presentado, con relación a esos principios, nunca ha logrado empañar entre nosotros un sentimiento claro de lo que debe ser. El trasfondo ético de nuestra concepción humana ha servido para orientar nuestros criterios y ha encendido nuestras críticas, terminando por moderar nuestras pasiones, a menudo tan explosivas. Todo entre nosotros delata un impulso vital fuerte y espontáneo, que difícilmente se resigna a diluirse en las formas deshumanizadas de existencia que por unos y otros se nos proponen.
Ante nosotros se abre la necesidad de un singular esfuerzo imaginativo. Tenemos que idear un gran proyecto de vida para nuestra sociedad, capaz de galvanizar el entusiasmo de nuestros pueblos, que han de sentirlo a la altura de sus esperanzas y de sus ideales y al nivel de sus acumuladas o potenciales energías. Hemos de concebirlo y realizarlo entre todos los que emergimos de un tronco común y que, por ello mismo, podemos llamarnos hermanos.
La obra es en sí demasiado grande y demasiado decisiva para que ninguno lo intente en solitario. Todos sabemos de qué se trata; todos hemos pensado en ello en las horas de íntima meditación; a todos nos toca también decidirnos.
Señor Jefe de Estado:
Estos son los pensamientos que nos sugieren las insignias que acabamos de recibir de vuestras manos. En ese espíritu de fraternidad, y como Gran Maestre de la Orden Americana de Isabel la Católica, me es, a mi vez, muy grato y honroso el imponeros el Gran Collar de la Orden y a vuestra distinguida esposa, la Gran Cruz de Dama.
Tegucigalpa
13 de septiembre de 1977
Señor Jefe de Estado:
No podría dar por terminada mi estancia en esta tierra, tan llena de tradiciones afines a la nuestra, sin manifestar la satisfacción que tanto la Reina como yo hemos sentido en estas horas de entrañable convivencia con la realidad hondureña.
Honduras nos ha recibido con esta hospitalidad que, como decía Gracián, es la mejor expresión de la hidaguía. Las pruebas de afecto de que hemos sido objeto demuestran que los hondureños de todas las clases sociales constituyen de verdad un pueblo de hidalgos.
Permitidme que os diga que es difícil pasar por las calles y plazas de Tegucigalpa y no sentirse conmovido de tantos ecos de un pasado en el que se entremezclan las bellezas arcaicas de una cultura precolombina y a las vez las huellas de España. Desde los restos del templo maya de Capan, con sus fabulosas esculturas y bajorrelieves, hasta la catedral de Conayagua y a la devota ermita de la Virgen de Suyapá.
Hay algo en vuestra historia que configura una especie de sino cultural y a la vez de significado trascendente. Un ejemplo de ello lo tenemos en la diosa Comizahual, símbolo de la sabiduría.
Pero además el destino de esta tierra, situada por designio providencial entre dos océanos, tiene también que haber forjado su carácter entre las dos culturas más antiguas de nuestro planeta: la maya y la cristiana.
Contemplando vuestras gentes y tratando de conocer vuestras costumbres, me ha parecido que encontraba los sencillos pobladores del viejo reino de Payaquí, cuando un día de julio de 1502 aquel visionario almirante de la lejana Castilla llegó por primera vez a la isla de Guanajá y empezó a bautizar estas tierras con nombres que eran expresiones de alegría por la felicidad de su hallazgo, como el cabo de Gracias a Dios.
La historia de los pueblos no está determinada por un sino irremediable, sino que se hace cada día conforme a lo que los hombres pensamos y creemos. Y vosotros, los hondureños, habéis conseguido rejuvenecer «una vieja raza europea» con vuestro trabajo admirable, con vuestro tesón, con vuestro esfuerzo de pueblo activo, creador de riqueza, esforzado y sencillo. Un pueblo de forjadores de cultura y de poetas. De hondureños que labran la grandeza de su patria, como José Trinidad Reyes, que escribía villancicos como Lope de Vega y que sabía fundar academias literarias que luego se convertían en universidades.
Porque no sólo hay que evocar el rastro de Colón, de Cortés, de Pinzón o de Díaz de Solís en esta tierra, sino de aquellos hombres que, como Francisco de Herrera, Coronado Chaves, Juan Lindo o Santos Guardiola, consolidaron la independencia política de Honduras, logrando crear en Centroamérica un Estado vigoroso y fuerte con el que hoy España quiere sellar una entrañable amistad.
Señor Jefe de Estado:
Con mi viaje a Honduras creo que queda bien sellado ese sentimiento de comunidad, de identificación de fines y de afanes. Ha sido particularmente emotivo para mí el acto en el palacio del Distrito Central, en el que con tanto acierto y respeto histórico ha sido recordada la figura de mi abuelo el Rey Alfonso XIII. La solución pacífica de los diferendos, bien por la vía de la negociación o del concierto a través de la mediación o del arbitraje, sin duda constituyen un paso ejemplar que a todas las partes interesadas honra. La Corona se enorgullece de haber prestado en el pasado, cuando fue requerida, una ayuda de estas características, dentro de la más estricta imparcialidad y respeto histórico.
Tanto la Reina como yo estamos profundamente agradecidos a las constantes atenciones que el pueblo entero de Honduras ha tenido con nosotros. Para nosotros ha sido cordialísima vuestra compañía. Por eso permitidme, señor Jefe de Estado, que para confirmar los lazos de nuestra relación personal, que a pesar de su brevedad tienen ya, por lo sincero, el valor de una vieja amistad, os invite a visitar España con el fin de continuar este diálogo de dos pueblos fraternos.
Por ello, en nombre de esa imperecedera amistad, levanto mi copa y formulo mis más fervientes votos por vuestra felicidad personal y la de vuestra esposa, así como por la de todo el pueblo hondureño.
Muchas gracias.
Aceptando la invitación especial del excelentísimo señor Jefe de Estado, general Juan Alberto Melgar Castro, S. M. el Rey de España, Don Juan Carlos I, en compañía de S. M. la Reina Doña Sofía, visitó oficialmente Honduras los días 13 y 14 de septiembre de 1977. En el breve programa previsto para la estancia real se incluyó la colocación de una ofrenda floral ante el monumento a Francisco Morazán, una visita al Palacio del Honorable Concejo Metropolitano del Distrito Central, donde se procedió a la lectura del Decreto por el que se da el nombre de S. M. el Rey Don Alfonso XIII a una de las plazas de Tegucigalpa, ofreciéndose acto seguido una recepción a la colectividad española allí residente.
Las conversaciones mantenidas por el Jefe de Estado y el Rey de España reflejaron fielmente la cordialidad de las relaciones hondureño-españolas y sirvieron, también, para acentuar y poner de relieve el acatamiento de ambos países a los principios del Derecho internacional y, de manera muy particular, a aquellos que se refieren a la igualdad jurídica de los Estados, su integridad territorial, la no intervención en asuntos internos, la solución pacífica de los conflictos y el rechazo al uso de la fuerza.
El Jefe de Estado de Honduras y el Rey de España, así como sus respectivos ministros de Relaciones Exteriores y de Asuntos Exteriores, convinieron en robustecer la existencia de una comunidad de pueblos iberoamericanos ya enraizada en la historia, cuya virtualidad y potencialidad constituyen una aspiración profunda y esperanzadora del pueblo hondureño y del pueblo español.
S. M. el Rey de España expresó que la Corona, al asumir el legado histórico que da origen a esa comunidad de pueblos iberoamericanos y la proyección de la constante de la política exterior española que en él se fundamenta, lo hace bajo el signo de modernidad que el espíritu y las necesidades del día exigen, declarando su fe en la importancia de la cooperación en todos los órdenes, en una más equitativa correlación de los términos de intercambio del comercio internacional y en una fluida y generosa transferencia de tecnología.
Los dos Jefes de Estado convinieron también en el derecho indeclinable de los Estados a escoger libremente el sistema político, económico y social más apropiado a sus necesidades, lo que, a su vez, es base indispensable para el armónico desenvolvimiento de las relaciones internacionales. En esta línea estuvieron de acuerdo en formular una decidida condena a toda forma de dominación, trato discriminatorio o residuo colonialista, cuya eliminación total serviría de esencial contribución a la causa de la justicia, la paz y el bienestar de los pueblos.
El Jefe de Estado y el Rey de España concurrieron en sus apreciaciones cuando abordaron el tema de las relaciones económicas multinacionales, haciendo votos para que, en un esfuerzo común, la Conferencia de Cooperación Económica Internacional logre superar las dificultades que pudieran haber surgido en el fructífero y necesario diálogo conducente al establecimiento de un nuevo orden económico mundial.
Al pasar revista a las relaciones iberoamericanas, el Jefe de Estado de Honduras puso de relieve la necesidad de incrementar una política de coordinación mediante el diálogo frecuente y la colaboración continua, como asimismo mantener en constante acción las normas jurídicas internacionales para obtener la fraternidad entre los hombres y garantizar la paz entre las naciones.
El señor Jefe de Estado de Honduras expresó la satisfacción de su Gobierno por el interés demostrado por S. M. el Rey de España en cimentar y profundizar las relaciones de su país con los pueblos iberoamericanos, en la seguridad de que los mismos constituyen un nuevo enlace entre los países en vías de desarrollo y las naciones industrializadas.
Por su parte, S. M. el Rey expuso los «ejes conceptuales» y los «principios rectores» que en todo momento han de matizar la política de su Gobierno en el área iberoamericana, haciendo un recuento de los logros alcanzados en este campo en sectores tan diversos como el comercial, cultural, científico, tecnológico y financiero, siendo de destacar la presencia de España en el Banco Interamericano de Desarrollo.
Los dos Jefes de Estado constataron también, con interés, la importancia de estrechar aún más los lazos que en todo orden ligan a los dos países. En este sentido se felicitaron por el progresivo incremento de las relaciones de cooperación técnica entre Honduras y España, en especial en materia de formación profesional, e igualmente han mostrado los más nobles propósitos para que las acciones de cooperación económica profundicen en sectores de gran futuro e interés común, entre los que se destacan los ferrocarriles, la televisión educativa y la explotación forestal.
El señor Jefe de Estado de Honduras manifestó su complacencia por la visita de S. M. el Rey de España, Don Juan Carlos I, y de S. M. la Reina Doña Sofía, la que, sin lugar a dudas, servirá para incrementar las cordiales relaciones existentes entre ambas naciones.
Ambas partes se felicitaron por el buen éxito de las negociaciones sobre el Canal de Panamá, culminado con los tratados firmados en Wáshington el 7 de septiembre de 1977 entre la República de Panamá y los Estados Unidos de Norteamérica. Los dos Jefes de Estado coincidieron en que la solución concertada a que se ha llegado constituye un modelo de entendimiento por vía pacífica y amistosa, que los dos países interesados ofrecen como ejemplo a la sociedad internacional.
Por último, S. M. el Rey expresó su profundo agradecimiento por la cálida hospitalidad y las innumerables atenciones dispensadas tanto a la Reina como a El, formulando una invitación al Jefe de Estado de Honduras para que visite oficialmente España. El Jefe de Estado aceptó complacido.
Dado en la ciudad de Tegucigalpa, Distrito Central, a los trece días del mes de septiembre de mil novecientos setenta y siete.
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