LOS CUATRO PRIMEROS MENSAJES DE NAVIDAD 1975-1978
La unidad, necesaria para lograr la fortaleza que todo progreso demanda, que no elimina en modo alguno la variedad y que refuerza y enriquece los matices de un pueblo tan antiguo y con una Historia tan fecunda como la nuestra
Primer Mensaje de Navidad, 1975
En estas fiestas de Nochebuena y Navidad en que las familias españolas acentúan su sentido entrañable y parece que quisiéramos ser mejores, me dirijo a todos, para felicitaros las Pascuas y desearos un año 1976 lleno de venturas y felicidad.
El año que finaliza nos ha dejado un sello de tristeza, que ha tenido como centro la enfermedad y la pérdida del que fue durante tantos años nuestro Generalísimo. El testamento dirigido al pueblo español, es sin duda un documento histórico, que refleja las calidades humanas y los sentimientos llenos de patriotismo, sobre los que quiso asentar toda su actuación al frente de nuestra Nación.
El hondo significado espiritual de estos días nos puede servir para recordar la actualidad del mensaje de Cristo, hace casi dos mil años.
Fue un mensaje de paz, de unidad y de amor.
Paz, que necesitamos para organizar nuestra convivencia. Pero que no se confunda con la mera paz material que excluye la violencia, sino también la paz de los espíritus y de las conciencias, que evitando tensiones nos permitirá marchar hacia adelante, alcanzando así las metas que deseamos para nuestra patria.
La unidad, necesaria para lograr la fortaleza que todo progreso demanda, que no elimina en modo alguno la variedad y que refuerza y enriquece los matices de un pueblo tan antiguo y con una historia tan fecunda como la nuestra.
Y un mensaje de amor, que es la esencia de nuestro Cristianismo, el cuál nos exige sacrificios, para que prescindiendo de nuestras ambiciones personales, nos demos a los demás.
En la alegría de esta noche no está quizá de más, dejar paso a otros sentimientos; nuestro pensamiento y nuestro corazón, han de pararse en aquellas familias en cuyo hogar aún no ha sido plenamente vencido el dolor o la dificultad. Que en todo hogar español reine la prosperidad y la justicia, es una de las decididas voluntades de vuestro Rey.
Es difícil encerrar en pocas palabras, todos mis sentimientos en esta Navidad. Nada me parece bastante, cuando se trata de servir a nuestro pueblo. Soy consciente de las dificultades, pues muchas veces no se alcanza todo aquello que nos proponemos. Se necesita la ayuda de todos. Se necesita buena voluntad. Se necesita que se comprenda que hay que sacrificarse en aras de la justicia. El egoísmo de algunos, puede perjudicar a muchos.
Los problemas que tenemos ante nosotros no son fáciles, pero si permanecemos unidos y con voluntad tensa, el futuro será nuestro. Tengo gran confianza en las nuevas generaciones, pues conozco su gran sentido de la responsabilidad.
Desearía que estos días meditásemos y que dejando pequeñas diferencias nos unamos, para que España marche hacia las metas de justicia y grandeza que todos deseamos. Este es el reto de nuestro tiempo, ésta es la primera exigencia de nuestra generación.
Que el Año Santo, que pronto se abre en Compostela, sea un año de avance y progreso por el camino de la unidad.
Tenemos las bases muy firmes, que nos legó una generación sacrificada y el esfuerzo titánico de unos españoles ejemplares. Hoy les dedico desde aquí un homenaje de respeto y admiración.
Al felicitaros otra vez y recordar muy especialmente a los que ausentes de la Patria sienten la nostalgia de la lejanía, quiero desearos lo mejor para todos y para vuestras familias y despedirme con las palabras que resonaron en Belén en estos mismos días hace veinte siglos.
¡Paz a los hombres de buena voluntad!
La Monarquía, como la forma de Estado más adecuada para España, es capaz de asegurar la unidad de todos los españoles, la libertad y el ejercicio de los derechos humanos en el orden y en la paz
II Mensaje de Navidad, 1976
Me he permitido entrar en vuestros hogares, a través de televisión, en esta noche tan señalada, para felicitaros muy cordialmente las Pascuas. Junto con la Reina y con nuestros hijos, Elena, Cristina y Felipe, os deseo toda clase de alegrías en las fiestas de Navidad y la mayor prosperidad para el año que comienza. Os deseo la paz en vuestras casas, en vuestro trabajo y en vuestros espíritus.
La mayor parte de vosotros estaréis rodeados de vuestra familia y amigos, y queremos compartir vuestras satisfacciones de esta forma. Otros estaréis solos, o enfermos, o realizando un trabajo indispensable, fuera de vuestra casa o incluso de la patria. Quiero que sepáis que en esta familia española que es la nuestra, se piensa en vosotros esta noche, con simpatía y con afecto.
Hace pocos días se ha cumplido un año de mi proclamación como Rey de España. En aquella ocasión os convoqué a todos vosotros a recorrer juntos la nueva etapa de nuestra Historia que se iniciaba. Os prometí firmeza y prudencia en el cumplimiento de mi deber de servicio a España.
Creo que hay motivos para sentimos contentos de lo realizado y animados para seguir afrontando el futuro con esperanza. Y ello a pesar de graves sucesos que llenan de dolor a familias españolas cuya pena compartimos.
En el año que termina han ocurrido una serie de acontecimientos de gran trascendencia para la vida española. Algunos han sido difíciles, otros gratos, pero en ningún momento me ha faltado vuestro apoyo y en muchas ocasiones me ha rodeado vuestro entusiasmo. Quiero agradeceros a todos vuestra actitud pública durante estos meses, y las incontables muestras de atención personal que habéis tenido conmigo y con mi familia.
Hemos tratado de estar lo más cerca posible del pueblo español, no sólo aquí, en la capital de la Nación, sino al viajar por las regiones, provincias y ciudades españolas. Pienso continuar haciéndolo con renovado empeño en el año que comienza, pues es mi deseo visitar en 1977 todas las tierras españolas que aún nos quedan por recorrer.
El sentir vuestra presencia, conociendo más de cerca vuestros problemas y vuestra forma de vida, me sirve de aliento y de estímulo, y reafirma mi convicción en las cualidades nobles y generosas de nuestro pueblo. Por ello cada día aumenta mi esperanza para el porvenir.
Los tiempos que vivimos, aunque prometedores, no son fáciles. El crecimiento de la población y la evolución de las costumbres no sólo en España, sino en todo el mundo han creado tensiones espirituales e ideológicas que sacuden con fuerza nuestra sociedad. Con el firme asidero de nuestra fe en Dios, debemos asimilar y aprovechar los valores positivos de esta evolución, eliminando sus aspectos perjudiciales, para conservar a toda costa el patrimonio espiritual de nuestra patria.
Nuestra vida política está en pleno proceso de adaptación, necesaria, a los cambios sociales operados en España. A esta tarea hemos de hacer frente con toda prudencia pero también con decisión.
La Monarquía, como la forma de Estado más adecuada para España, es capaz de asegurar la unidad de todos los españoles, la libertad y el ejercicio de los derechos humanos en el orden y en la paz. A todos los que sentís vocación por la política, que es una forma noble y elevada de servicio a la Nación, os animo a proseguir vuestro camino con lealtad a la Corona, con escrupulosa honradez y poniendo siempre el bien general por encima de los intereses particulares.
Las circunstancias económicas actuales nos plantean un desafío al que hemos de hacer frente con mente clara y con espíritu de generosidad. Hacen falta decisiones para prever y mejorar el futuro y hay que tomarlas sabiendo que requieren sacrificios de todos. Debemos a las nuevas generaciones, y a los sectores más necesitados de nuestra sociedad, la creación de puestos de trabajo, el ahorro productivo y su inversión, la reestructuración de ciertas actividades económicas y una equitativa distribución de las cargas y de los beneficios. Y todo ello hemos de realizarlo en condiciones de paz social y de verdadera cooperación.
Conozco vuestra voluntad de trabajo y el esfuerzo que estáis realizando, que me hacen sentirme orgulloso de nuestro pueblo. Que nadie aminore el paso ni desfallezca, y que todos nos preguntemos si no podemos hacer algo más por nosotros mismos y por los demás.
De una manera especial me dirijo a todos los jóvenes del país, cuyas ilusiones conozco y comparto, para deciros que os toca responder con generosidad a la llamada de nuestra época, que requiere esfuerzo y entrega, pero también ofrece grandes oportunidades de acceso a los frutos del trabajo y de la técnica en grados insospechados hace tan sólo unos años.
Quisiera dedicar un recuerdo entrañable a la familia española, y a las madres españolas, verdadero núcleo y corazón de nuestra Nación. A la familia debemos cuanto somos y en ella tenemos el mejor tesoro y la mejor garantía del porvenir de nuestra patria. Que las últimas palabras mías esta noche sean para desearos la mayor alegría en el seno de vuestras familias.
Muchas felicidades a todos
Una unidad que se aparece más evidente cuando se contempla desde la perspectiva integradora de la Monarquía. Porque se ve entonces la fecundidad que nace de la variedad y la pluralidad de las regiones españolas, distintas pero no contrapuestas; dotadas de diferente personalidad, pero esencialmente conjuntadas en el mismo destino patrio
III Mensaje de Navidad, 1977
Para desearos paz, libertad y prosperidad, en mi nombre y en el de mi familia, me he permitido entrar por unos momentos en vuestros hogares.
Y lo hago desde esta Casa, que es la de todos vosotros, con la seguridad de que, en esa noble correspondencia de hospitalidad que distingue a los españoles, nos acojeréis por unos instantes en las vuestras a la Reina, a mis hijos y a mí, para desearos unas Pascuas muy felices.
Hemos estado juntos a lo largo del año por motivos plurales y comunes, y esta noche, solemne y entrañable, queremos estarlo también, de una manera muy especial, a través de las cámaras de Televisión Española.
Ojalá nuestro saludo pueda llegar hasta los que viven en los últimos confines de la patria y a quienes, aún fuera de ella, tienen en España su pensamiento y su corazón:
En las fiestas de Navidad sentimos que se acortan las lejanías y las separaciones, y en la
emoción común que se respira a lo largo de estos días quisiera fundir mi saludo con el de todos vosotros.
No pretendo, sin embargo, que los sentimientos de la Navidad oculten, sino que iluminen, la propuesta de paz, de libertad y prosperidad, con que he comenzado estas palabras y que es, en el fondo, el compromiso insobornable, permanente y decidido de la Monarquía que encarno.
Para una España más fuerte, más libre, más estable, más hermosa, estamos convocados todos los españoles, cualquiera que sea nuestra condición. Y al ser proclamado Rey, así lo expresé.
Por eso, cuando llegan fechas como éstas, echamos siempre una ojeada al camino y procuramos repasar las cuentas de lo que hemos hecho y de lo que queremos hacer en el futuro.
No cabe duda de que lo andado en estos dos años ha sido mucho, con esfuerzo y sacrificio, pero también con decisión, esperanza y optimismo.
La paz, la democracia y prosperidad de las sociedades industriales desarrolladas, a las que pertenece España, no se construyen fácilmente, sino que son la consecuencia del trabajo y la voluntad de superación de sus miembros.
Ambas cosas, voluntad y trabajo, nos han puesto a prueba a los españoles. Y yo quiero aprovechar este encuentro para agradecer todo el esfuerzo de cada uno de vosotros para una España mejor. El realizado por vuestras familias y el ejercido por las instituciones democráticas.
Un esfuerzo común que proseguimos cada día, sin desfallecer, porque es preciso continuar avanzando hasta coronar la obra de consolidación económica, social y política que nos hemos propuesto.
Para cuantos han entregado en la consecución de estos propósitos lo que tenían de más valioso, sus propias vidas, quiero tener esta noche un recuerdo muy sentido, en el que os pido que me acompañéis.
He de recordaros también que aún nos queda mucho camino por andar, y que es preciso que lo recorramos juntos.
La prosperidad, la libertad y la paz, no se consiguen sin estar unidos.
Unidos en la familia, que esta noche navideña hace un cerco de amor en torno nuestro y en nosotros confía. Los hijos en los padres y éstos en los hijos, en un diálogo que, a veces, puede ser áspero, pero que es la razón profunda de la vida y de la historia.
La unión de unas clases con otras en unos objetivos básicos, ajustando, sin violencia, sus intereses.
La unión de los estamentos sociales entre sí y la de los ciudadanos con el Estado, a través de leyes pactadas con generosidad, sin egoísmo, en un clima de entendimiento.
Y, por último, la unión a la que no me cansaré de exhortaros, en esa otra gran familia, enorme, bullente, vigorosa y universal, a la que pertenecemos todos como miembros, que es España.
Una unidad que se aparece más evidente cuando se contempla desde la perspectiva integradora de la Monarquía. Porque se ve entonces la fecundidad que nace de la variedad y la pluralidad de las regiones españolas, distintas pero no contrapuestas; dotadas de diferente personalidad, pero esencialmente conjuntadas en el mismo destino patrio.
Es en esta profunda creencia superadora donde se hace posible la evolución hacia una mejor convivencia nacional.
Lo que nos une es más medular y dinámico que lo que nos separa. Y eso es lo que nos compromete en el futuro, sea cual sea nuestra distancia del pasado.
Nuestra tarea hoy es hacer, precisamente, un futuro que podamos compartir sin miedo, con esperanza y con razón, y en el que tengan cabida todos los derechos, por pequeños que nos parezcan. En el que nos entreguemos de verdad a nuestro trabajo, como única forma de superar las dificultades económicas que nos preocupan.
Un futuro de orden, que es requisito esencial de todos los progresos. Un futuro de seguridad en la paz, en la continuidad, en el ejercicio —recíprocamente limitado— de la libertad.
No olvidemos nunca que nuestros derechos han de estar coordinados con la obligación de respetar los derechos de los demás.
Ninguna ocasión mejor que ésta de la Navidad para recordaros que no se posee moralmente nada más que lo que se comparte y que el reto de nuestro tiempo es aprender a convivir en la justicia y en la libertad.
En la medida en que no hayamos alcanzado este fin debemos sentirnos insatisfechos y, por el contrario, victoriosos con los objetivos que ya hayamos conseguido.
Yo creo, sinceramente, que son más los logros que los fracasos y que ello da a esta Navidad española una clara dimensión de entendimiento.
Y al decir estas palabras, pienso en las generaciones que forman nuestros hijos y que están junto a nosotros, en esta luz y en este amor de la Navidad. Ellos constituyen la España que nos sigue de cerca y se sabe emplazada para los cambios del mundo de hoy. No debemos hurtarles su protagonismo, sino ofrecerles, con el pan y la sal de la paz, un puesto a nuestro lado, aceptando sus discrepancias pero dándoles, en seguridad y estabilidad, ese equipaje que necesitarán para su larga tarea futura.
Nuestra España es la misma que la de nuestros hijos, y ellos y nosotros la deseamos justa, dialogante y ancha.
«Si todos permanecemos unidos, habremos ganado el futuro», dije al asumir las responsabilidades de la Corona como Rey de todos los españoles.
Así lo creo ahora, mientras pido la ayuda de Dios para todos, en la unidad y la paz que son las convicciones profundas de la Navidad. Con ellas os reitero mi saludo y el de mi familia.
De todo corazón, felices Pascuas y muchas gracias.
Nada mejor podríamos dejar a nuestros hijos y a las generaciones que nos sigan, que una España unida, y por esa unidad, una España cada vez más grande en el concierto de las naciones y en el quehacer de la historia
IV Mensaje, de fin de año, 1978
Al concluir este año de mil novecientos setenta y ocho, por tantas razones y acontecimientos ligado ya para siempre a nuestra vida común, no quiero desaprovechar la ocasión de enviaros un entrañable saludo. Entrañable por muchos motivos profundos, entre los que no es el menor el de corresponder a las innumerables muestras de afecto y adhesión con que a la Reina, a mí y a nuestros hijos nos habéis distinguido a lo largo de estos doce meses, en cuantas ocasiones han sido propicias para ello.
Permitidme por eso que, en estas tradicionales fiestas, me acerque a vuestros hogares y me acoja a vuestra hospitalidad durante unos minutos.
Si la Institución que encarno ha abierto un diálogo permanente y con propósito de fecundidad desde él momento de mi proclamación, nunca mejor ocasión que ésta, al filo de un nuevo año, y en el marco cálido y cordial de nuestras casas, para hacer algunas reflexiones que nos acerquen más, que aumenten el compromiso de una tarea solidaria y que estrechen las relaciones con nuestros familiares, con nuestros amigos, con nuestros vecinos, con todos nuestros compatriotas.
Podríamos pensar, en este sentido, que si cada uno de nosotros lucha y persevera por su familia, no es menos verdad que también pertenecemos a una familia históricamente más grande y mayoritaria y que en esta última se vierten, como en un rico mar, nuestros caudales particulares e íntimos como seres históricos.
Cuando ambas —la que es célula matriz y natural de la sociedad, y la que configura nuestro ser nacional— se armonizan y entienden, una etapa de prosperidad se abre para todos.
En cambio, si ambas siguen caminos distintos, las naciones se ponen en peligro de disolución.
Creo, sinceramente, que hay razones para sostener que nunca como ahora los españoles hemos tenido tantos motivos para creer en la esencia intangible y eterna de la propia familia y para luchar por la permanente unidad de la otra gran familia, la colectiva y nacional.
La conjunción de las dos nos traerá años de ventura y plenitud, cualesquiera que sean los sacrificios que esa aspiración conlleve. Como Rey os exhorto a esa tarea sin fronteras, digna de los más nobles esfuerzos. Nada mejor podríamos dejar a nuestros hijos y a las generaciones que nos sigan, que una España unida, y por esa unidad, una España cada vez más grande en el concierto de las naciones y en el quehacer de la historia.
Estos doce meses transcurridos han contemplado, por otra parte, el esfuerzo de todos por acceder a los niveles de libertad y responsabilidad que nuestro tiempo histórico nos exigía. En relación con ello, no hace muchos días, al hacer una valoración pública sobre la culminación del proceso constitucional, expresé la convicción de que el pueblo español, en un acto de suprema libertad colectiva, había elegido el camino de su futuro y el marco jurídico de su convivencia, al aprobar la Constitución que ha de regirnos como Estado social y democrático de Derecho.
En estos momentos, cuando nos disponemos a comenzar otro año, estoy convencido de la importancia que tiene la unidad entre todos nosotros, para resolver las dificultades que los tiempos nuevos y los nuevos sistemas de convivencia plantean.
Sin unidad, ese futuro de libertad y responsabilidad, tardaría en levantar su vuelo y, en todo caso éste, sería corto y sin altura.
Con ella, con la unidad de todos y entre todos, serán posibles siempre nuevas metas de progreso en libertad, justicia, igualdad y pluralismo, desde los niveles ya conseguidos.
Sin unidad, malograríamos el esfuerzo que cada uno de nosotros ha hecho, desde sus propias convicciones, para iniciar, desde presupuestos democráticos inesquivables, un futuro de paz y prosperidad.
Vinculada la Monarquía que encarno al fundamental propósito de devolver la soberanía al pueblo español, y alcanzado este objetivo expuesto al inaugurar mi gestión como Rey de España, hago el propósito de que la Corona continúe y ahonde su voluntad de solidarizar a los españoles. Su voluntad de unir a individuos, familias y pueblos; de armonizar sus intereses; de alentarles en la tarea vertebral de vivir y convivir con grandeza en la patria común.
Al sentirnos unidos esta noche, entiendo, con emoción mayor aún, el alcance de este ideal. No es un pueblo fatigado e inerme el que esta noche, al finalizar un año, especialmente comprometido, espera un mañana mejor y más ancho para todos.
Al contrario, es un pueblo, somos un pueblo, animosos y altivos, acostumbrados a aceptar las altas responsabilidades de la historia.
Un pueblo que desde hace siglos, desde el irrenunciable momento de constituirse como nación, ha sabido vivir con honestidad, universalidad y entereza, protagonizando realizaciones ejemplares que han asombrado a los otros pueblos de la tierra. Así me lo han recordado, una y otra vez, en las naciones iberoamericanas que he visitado, las que forman otras Españas con las que nacemos en la misma lengua y en el mismo espíritu. Ellas nos están mirando, en esa perspectiva ejemplarizados que ha sido siempre el norte de nuestra historia.
En este sentimiento de solidaridad común, quiero saludaros esta noche y desearos una feliz fiesta y un nuevo año cargado de ventura.
A vosotros, padres de familia, para los que estas horas, en el entorno familiar, tienen un especial significado;
a los hombres y mujeres que formáis la edad más cargada de años, de servicios, de amor y de desvelos;
a los jóvenes que nos estimulan y nos empujan con ímpetu y deseos de protagonismo;
a las mujeres, que tantas veces han llevado la peor parte en la biografía de nuestra sociedad. Para ellas —a las que, cada vez con más amplitud corresponde un papel relevante en el futuro— tengo un especial saludo;
a todos los que, en la medida de sus fuerzas, laboran en oficios y profesiones distintas, por una nación mejor, más desarrollada y progresiva.
Con emoción tengo también presentes en estos momentos a nuestros emigrantes que desde lejanos países, más lejanos por la ansiedad de presencia que tienen estas horas, tienen los ojos y el corazón puestos en España.
A los componentes de las Fuerzas Armadas y altos cuerpos de Seguridad del Estado, dirijo un especial recuerdo en estos instantes. Sobre ellos recae la salvaguarda de la paz y de la unidad y en ellos descansa la certeza de que nuestro camino, en el perfeccionamiento de la sociedad, no va a torcerse.
También tenemos muy presentes a los que con el sacrificio de sus vidas han dado el más generoso ejemplo de lealtad a España y a sus ideales de unidad, justicia y paz pública.
Y, por último, quiero dirigirme a quienes son más sensibles a las sombras que a las luces y cierran con aprensión los ojos ante el porvenir valorando las circunstancias históricas más por sus signos negativos que por los contrarios. Debo decirles que desechen temores y no se rindan ante las esperanzas que todo perfeccionamiento social, político y económico provoca.
Miremos al porvenir con optimismo, con valentía y con ilusión, porque —como un día tuve ocasión de decir— estoy seguro de que si permanecemos unidos, habremos ganado el futuro.
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