1. REPÚBLICA DOMINICANA Y ESTADOS UNIDOS
La España actual es al mismo tiempo un país viejo, con hondas raíces que penetran en acontecimientos muy lejanos del devenir histórico, y un país moderno, consciente de la nueva etapa que le está tocando vivir; deseoso de articular por sí mismo un sistema democrático y justo de convivencia que complemente el alto grado de desarrollo económico y cultural alcanzado en los últimos tiempos.
En su contexto está reservado a la Monarquía española el constituirse en instrumento de cohesión social de nuestro pueblo y en instancia esencial para el logro de las condiciones de progreso, justicia, libertad e igualdad a que aspira el ciudadano español de nuestros días.
No hay Estado moderno, concebido con tal autarquía, que pretenda un desarrollo económico y político al margen de la comunidad internacional de naciones en cuyo ámbito necesariamente estará inserto. Y si la institución suprema de ese Estado es una Monarquía que ha asumido la carga de promover una transformación social hacia modos de vida colectiva más democráticos y liberales, fácilmente se explica que a escasos meses de su proclamación el Rey haya dado prioridad a la proyección exterior de la Corona.
La elección de los países de comparecencia ha sido un acto meditado y consecuente: dentro de una misma localización americana, de un continente que, como nuestro país, esencialmente mira hacia el futuro, la atención se ha dirigido hacia las tierras de nuestra estirpe y hacia la gran nación del Norte que viene asumiendo el liderazgo del mundo occidental y libre.
En uno y otro país se ha guardado, porque era inevitable, un lugar para la historia. El descubrimiento del nuevo mundo fue una obra del pueblo español que aportó la cultura, la religión, la lengua y la sangre como elementos fundamentales y distintivos de un modo de ser que aún subsiste. Los pueblos americanos forman parte esencial de la Historia de España, y lo español es parte sustancial del modo de ser americano, por lo que la visita a América, como el Rey ha afirmado en Santo Domingo, primera etapa de su viaje, “es revalidarse como español”. No obstante, con toda la carga de glorias y recuerdos, que contienen más de doscientos cincuenta años de unidad política y administrativa de la Hispanidad, la presencia directa por primera vez de un Rey de España en la América de nuestra lengua significa algo más que una emotiva lección de Historia; tiene el sentido de un reencuentro con los viejos vínculos para revitalizarlos, dando a la solidaridad entre los pueblos hermanos una dimensión más actual, integrándolos en lo espiritual, cultural y económico. El quehacer común es ilimitado, y a esta esperanzada labor se ha referido reiteradamente el Rey de España en este viaje a la República Dominicana, país primogénito de las Américas y símbolo en esta ocasión de los cientos de millones de hispano-hablantes que, con su peculiar modo de ser, reclaman ya un lugar en las grandes decisiones mundiales.
Un tributo al pasado histórico común en su visita a los Estados Unidos de América, pero al mismo tiempo la presentación al pueblo amigo y aliado dan una nueva imagen de la Monarquía española. No podía faltar la presencia española en las conmemoraciones del Bicentenario de la Independencia norteamericana, ya que—como el Rey ha afirmado ante el Congreso de los Estados Unidos— “España tomó parte en la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos, y ha influido también en los siglos posteriores en la configuración de las tierras, las gentes y las culturas que hoy se integran en la gran nación americana”. Pero este espíritu de construcción y participación en destinos comunes no ha perdido vigor en nuestros días.
Por ello, los acuerdos de amistad y defensa que en los últimos tiempos han venido vinculando a estos dos pueblos libres y soberanos, van a potenciar su eficacia y autenticidad. El relanzamiento de las relaciones bilaterales puede tener efectos insospechados, acreditando al mismo tiempo la figura del Monarca, si se plantea por un lado entre la primera potencia económica y militar del mundo libre —marco de una sociedad abierta y democrática donde se profesa el mayor respeto a las igualdades y libertades públicas—, y por otro, un país “nuevo, dinámico, enérgico, austero y trabajador” que ha proclamado a través del Rey, su portavoz, el propósito de que “bajo los principios de la democracia se mantengan en España la paz social y la estabilidad política, asegurando a la vez el acceso ordenado al poder de las distintas alternativas de Gobierno, según los deseos del pueblo libremente expresado”.
Entre el país que ha sido cuna de la democracia y este otro que camina firmemente hacia condiciones más auténticas de libertades públicas y participación, habrán de compartirse responsabilidades a fin de que el Gobierno no sólo esté basado sobre el consenso de los gobernados, sino que sea fuerte y seguro, como afirmaban los fundadores de Filadelfia. En esas condiciones, España puede contribuir a la defensa de la paz mundial y de la estabilidad política, dada su especial situación estratégica y geopolítica. Por ello, la presencia de los Reyes en Norteamérica ha respondido tanto a subrayar la contribución española en la gestación del nuevo país, como a la conveniencia de afirmar ante el pueblo estadounidense la ejecutoria democratizadora de la Monarquía española y, en consecuencia, el papel decisivo que en el ámbito de la seguridad y cooperación internacionales corresponden a España.
Por todo ello, el viaje de los Reyes a América, primero de su reinado al exterior, ha constituido un relevante acontecimiento histórico que puede ofrecer importantes logros de futuro.
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