1. REPÚBLICA DOMINICANA Y ESTADOS UNIDOS
(2 al 5 de Junio)
«La España de hoy está trabajando con espíritu joven, con optimismo y con esperanza. Se propone vivir en paz con todos los pueblos y realizar ideales de libertad, de justicia y de progreso para todos los españoles.»
(Cena Waldorf Astoria.)
2-6-1976
Señor Presidente,
Señora de Ford,
La Reina y yo os damos las gracias más sinceras por vuestra invitación, por vuestra hospitalidad, que en este momento comenzamos a disfrutar, y por las palabras de bienvenida que nos habéis dirigido.
Quisiera, señor Presidente, que consideráseis esta visita, primera que realizamos desde mi proclamación como Rey de España, como una prueba de nuestro interés personal y como confirmación del afecto y de la amistad que el pueblo español siente hacia los Estados Unidos de América.
Constituye para la Reina y para mí una gran satisfacción el que esta visita venga a coincidir con la celebración del Bicentenario de la Independencia de los Estados Unidos y subraye así la participación que España ha querido prestar a los actos de esta conmemoración, que permitirá al pueblo norteamericano valorar la importancia de la ayuda que España dió a la lucha por la independencia de su país y le hará interesarse todavía más en la historia y en el presente de España.
Nuestros dos países están unidos por tantos lazos que bien puede decirse que, de alguna manera, vuestra historia y vuestra geografía han sido, en una gran parte, también las nuestras. Ello explica las numerosas invitaciones que la Reina y yo hemos recibido con motivo de nuestra estancia en los Estados Unidos y que, por falta material de tiempo, hemos tenido que declinar. Permítame, señor Presidente, que aproveche esta ocasión para dejar constancia expresa de nuestro agradecimiento por tan amables invitaciones.
La época de transición que el mundo atraviesa exige claridad en las ideas, propósito firme, un decidido reconocimiento de la primacía de los valores espirituales y un constante ejercicio de la virtud de la prudencia, exaltada singularmente en vuestra Declaración de Independencia. Pero el fin no se lograría sin la certeza de poder contar, en caso necesario, con los muchos beneficios que reporta toda buena amistad.
Mi mayor deseo en este momento es que nuestra visita contribuya a estrechar nuestros lazos para el bien de nuestros dos países y de cuantos aspiramos a alcanzar los mismos ideales de fe, de libertad y de justicia.
Señor Presidente, Señora de Ford, de nuevo y de todo corazón recibid el testimonio de nuestra más sincera gratitud por vuestra amable invitación.
Washington, 2-6-1976
Sr. Speaker,
Sr. Presidente en funciones,
Miembros del Congreso:
Me honra sobremanera vuestra invitación a dirigir este Mensaje al Congreso de los Estados Unidos y a su través al pueblo que vosotros representáis. Permitidme comenzar hablando del pasado de nuestros dos países, para luego pasar a examinar el presente y el futuro.
Hace doscientos años nació en esta tierra un sistema de vida pública que habéis preservado con fidelidad para que llegue intacto hasta el día de hoy. Su filosofía, inspirada en el respeto a la libertad del hombre y a la soberanía del pueblo, dio vida y forma a vuestra Nación, cuya fundación ahora celebráis y celebramos todos los países amigos. Os dirijo en nombre del pueblo de España votos sinceros de felicidad y de larga y próspera vida nacional en este Bicentenario.
España no puede ser indiferente a nada que acontezca en el Continente americano, puesto que lo descubrió y trajo a él, desde 1492 y durante siglos, con sus propios hijos e hijas, la fe cristiana, la lengua española, formas europeas de vida y de pensamiento y un concepto radical de la igualdad esencial del género humano que palpita en las Leyes de Indias promulgadas por mis antepasados. La concepción española de la dignidad de la persona humana, expresada por nuestros teólogos y nuestros juristas a propósito del indio americano, modificó para siempre el derecho de gentes y sentó las bases del moderno derecho internacional.
Una Reina de Castilla, Isabel, de la que yo desciendo en línea directa, llevada del instinto profundo que caracteriza el alma femenina, nombró Almirante de la Marina Española a un desconocido pero experto navegante, Cristóbal Colón, para que hiciera realidad sus proyectos y sus sueños. Las naves de España se encontraron con América, que les esperaba para entrar de lleno en la Historia y convertirse en pocos siglos en singular protagonista del destino humano.
Como primer Rey de España que visita los Estados Unidos, deseo tributar un recuerdo a los exploradores españoles del siglo XVI, que en menos de 50 años recorrieron en su frágiles embarcaciones y con medios rudimentarios todas las costas atlánticas de Norteamérica, desde Río Grande hasta Cabo Bretón, y gran parte de la costa del Pacífico, remontando desde California hasta el Sur de Oregón y cruzando después el Océano hasta Hawai.
Y junto a los navegantes he de recordar también a aquellos otros exploradores que, en plazo aun más corto, se internaron por los territorios de dieciséis de los actuales Estados de la Unión, llegando hasta tierras de Nebraska, Kansas y Missouri, y siendo ellos los primeros hombres del viejo Mundo que contemplaron el impresionante paisaje del Cañón del Colorado, y los primeros que alcanzaron las orillas del Mississipi.
Estos hombres no sacaron ningún provecho material para ellos, ni para la Corona de España. Muchos dejaron en el empeño sus vidas, agotados por la enfermedad, en lucha con las dificultades de la Naturaleza, destruidos por las mismas ilusiones, a veces fantásticas, que les sirvieron de estímulo. Pero su empresa significa algo más que un sueño vano o una aventura intrascendente, porque realizaron su esfuerzo en beneficio común de la Humanidad. Ellos contribuyeron a romper el confinamiento continental en que los hombres vivían separados por la geografía impenetrable, y sirvieron al destino de la Humanidad de romper las barreras de la Naturaleza.
El mismo empeño que en nuestro siglo ha llevado a otros hombres, dotados de la tecnología moderna, a lanzarse a la exploración de los espacios siderales. Hoy rendimos homenaje a la fundación de la Nación norteamericana, a la independencia proclamada en el Congreso de Filadelfia hace 200 años. Este homenaje no puede limitarse a unas frases protocolarias, porque tiene motivos históricos profundos en vivencias comunes en las que han participado nuestras dos Naciones.
En este año del Bicentenario nos complace recordar el papel que desempeñaron los españoles y España, con sus recursos políticos, diplomáticos, financieros, navales y militares, en la lucha global cuya victoria consagró el reconocimiento de la independencia de los Estados Unidos.
Ya la noticia del Congreso de Filadelfia encontró en España una resonancia inmediata, y hoy podemos hacer nuestras las palabras con que un periódico español, el «Mercurio Universal», comentó en enero de 1776 aquel acontecimiento histórico. Dicen así: «La pintura de sus quejas y agravios, el acuerdo y madurez que han reinado en su Congreso, el esfuerzo varonil con que se muestran unánimemente resueltos a hacer frente a todos los peligros... todo parece hacer respetable y sagrada su resistencia y sus justas pretensiones.»
En 1776 la Monarquía española se extendía por inmensos territorios del Continente Americano, y aún mantenía su ritmo expansivo: en el mismo año de la Declaración de Independencia los españoles fundaron la ciudad de San Francisco. A la vez que las sociedades de la América hispana experimentaban importantes transformaciones, el Gobierno español se dispuso a reorganizar su aparato defensivo y diplomático, reconociendo la beligerancia de las Trece Colonias y procediendo con ellas a un intercambio de misiones diplomáticas extraordinarias.
La prestación de ayuda efectiva y apoyo logístico en los primeros años de la insurrección de los Colonos, antes de la entrada de España en la guerra, se realiza por medio de la utilización de los puertos españoles del Caribe por los barcos norteamericanos y el envío de socorros en forma de equipo militar, vestuario, medicinas y dinero. Además de esta ayuda directa, alcanzó gran importancia la ayuda indirecta que representaban los preparativos bélicos que ya entonces hacía España. En septiembre de 1777, tras la capitulación de Saratoga, España quiso evitar el choque frontal con Gran Bretaña e intentó actuar como mediadora, asegurando el principio de la independencia de los nuevos Estados Unidos. Al fracasar este intento, España entró por fin en la guerra. En ella iba a tratar, entre otros objetivos, de recuperar Gibraltar.
La conquista del puerto de La Mobila y, sobre todo, el ataque y toma de Pensacola por Bernardo de Gálvez, en mayo de 1781, significó el triunfo de la causa norteamericana en Florida y en el golfo de Méjico. Así esta victoria de Pensacola es un anticipo de la decisiva batalla de Yorktown en octubre de aquel año, en cuyo éxito las toca también una parte a los españoles de La Habana, que proporcionaron recursos económicos, necesarios para sostener la campaña.
Muy pronto la paz consagró los frutos de la victoria aliada. En virtud de ella, los nuevos Estados Unidos de América y España entraron en vecindad geográfica. Para reglamentarla se llegó a la firma del Tratado de 27 de octubre de 1795, cuyo artículo 1.° decía así: «Habrá una paz sólida e inviolable y una amistad sincera entre Su Majestad Católica, sus sucesores y súbditos, y los Estados Unidos y sus ciudadanos, sin excepción de personas ni lugares.»
No son sólo apoyos en la guerra y relaciones de paz las que unen a nuestras dos Naciones al consolidarse la Independencia de los Estados Unidos. Mi país se siente ligado a la formación de la gran Nación americana por las aportaciones y vestigios de una cultura de origen español que ha sido conservada e integrada en muchos Estados de la Unión, a veces con esfuerzos y dificultades.
De modo particular, los ciudadanos de habla española de los Estados Unidos constituyen hoy día una realidad social viva y una extraordinaria esperanza para el futuro de vuestro gran país.
El mapa de los Estados Unidos está lleno de centenares de nombres españoles, comenzando por la ciudad de San Agustín, fundada en 1555, que vosotros consideráis la más antigua ciudad de la Unión. Todos esos nombres recuerdan una historia lejana en el tiempo, un momento distinto del actual, pero que no por ello deja de ser significativa expresión de la vieja comunicación entre las raíces históricas de nuestras dos Naciones, cuyos destinos convergen otra vez en nuestros días hacia el futuro del mundo, de ese mundo que ha de ser forjado por todas las naciones libres.
Los españoles sabemos que los fenómenos de integración de elementos heterogéneos en la unidad nacional suscitan problemas y no son fáciles de asumir. España se ha formado en muchos siglos con elementos iberos, celtas, romanos y germánicos, y en la Edad Media fué un conflictivo crisol de razas y de culturas, musulmana, judaica y cristiana, cuya síntesis, sin embargo, ha dejado una huella imperecedera en nuestra Nación. Lo que importa es el hilo conductor de la Unidad nacional.
Para el pueblo norteamericano, el espíritu generoso de libertad que ha inspirado a sus portavoces eminentes y a sus leyes, y la ejemplar fidelidad a sus ideales por la que siempre se ha distinguido, encierran la clave de un porvenir de creciente concordia y de nobles realizaciones.
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Sr. Speaker,
Sr. Presidente en funciones,
Miembros del Congreso:
El Rey de España es hoy el Jefe del Estado de una Nación moderna de treinta y seis millones de habitantes que, apreciando su tradición, mira con fe y con optimismo hacia el porvenir. España es hoy una nación joven, en cuya población los dos tercios tenemos menos de cuarenta años. Somos una raza vieja, pero somos al mismo tiempo un pueblo nuevo, dinámico, enérgico, austero y trabajador. En un inmenso esfuerzo desarrollado en las últimas décadas, la economía de mi país sufrió una transformación profunda; nos convertimos en potencia industrial —la décima del mundo—; la explosión cultural llenó escuelas y universidades e hizo que el nivel tecnológico de nuestros trabajadores y de nuestros profesionales en general sea equivalente al del resto de Europa Occidental.
La evolución de nuestra sociedad no deja de ofrecer tensiones, dificultades, contratiempos y hasta violencias. Sufrimos la crisis actual del mundo, es decir, que el paro, la inflación, la contracción de la demanda y los altos costos productivos figuran entre nuestras prioritarias preocupaciones de gobierno. Pero ningún obstáculo se opondrá decisivamente a que nuestra comunidad española siga adelante trabajando por la creación de una sociedad cada vez más próspera, más justa y más auténticamente libre.
La Monarquía española se ha comprometido desde el primer día a ser una institución abierta en la que todos los ciudadanos tengan un sitio holgado para su participación política sin discriminación de ninguna clase y sin presiones indebidas de grupos sectarios y extremistas. La corona ampara a la totalidad del pueblo y a cada uno de los ciudadanos, garantizando a través del Derecho y mediante el ejercicio de las libertades civiles el imperio de la justicia.
La Monarquía hará que, bajo los principios de la democracia, se mantengan en España la paz social y la estabilidad política, a la vez que se asegure el acceso ordenado al Poder de las distintas alternativas de Gobierno, según los deseos del pueblo libremente expresados.
La Monarquía simboliza y mantiene la unidad de nuestra Nación, resultado libre de la voluntad decidida de incontables generaciones de españoles, a la vez que coronamiento de una rica variedad de regiones y pueblos, de la que nos sentimos orgullosos.
Haremos que la Monarquía refuerce el sentido de la familia y del trabajo en nuestras vidas cotidianas, promueva la asimilación de la Historia por las jóvenes generaciones, proporcione un renovado propósito y una nueva dirección a la sociedad de nuestro tiempo.
La Monarquía, vinculada desde su origen a la independencia nacional, velará en todo momento por su preservación. No admitirá ingerencias ni presiones extranjeras y toda colaboración con los demás países del mundo, que España vivamente desea, habrá de realizarse desde el más escrupuloso respeto a la soberanía y a la dignidad nacionales.
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Sr. Speaker,
Sr. Presidente en funciones,
Miembros del Congreso:
España asume con decisión el papel que le corresponde en el concierto internacional. Situados en un lugar estratégico de primera magnitud, entre el Atlántico y el Mediterráneo, estamos dispuestos a poner todo nuestro esfuerzo para el mantenimiento de la paz, de la seguridad y de la libertad en tan importante región del mundo, vital para nosotros. El pueblo español anhela la descolonización de Gibraltar y su reintegración pacífica al territorio nacional.
España es parte de Europa, y en cuanto tal hemos suscrito la Declaración de Helsinki sobre la Seguridad y Cooperación en Europa, cuyos principios inspiran nuestra política relativa al Continente europeo, así como nuestro propósito de mantener relaciones pacíficas y fructíferas con todos los Estados. Al mismo tiempo, España está dispuesta a reforzar su relación con las Comunidades Europeas, con vistas a su eventual integración en ellas.
España se encuentra estrechamente ligada, por su situación y por su historia, a los pueblos del Norte de África. Nuestro Gobierno ha puesto de su parte los medios necesarios para que la descolonización del Sahara Occidental se realice en paz y armonía. De ahora en adelante, España se esforzará en acrecentar su cooperación con los Estados del Norte de África para la paz y desarrollo de la región.
En cuanto al Continente americano, son bien conocidos los lazos íntimos e indestructibles que unen a España con los países de este hemisferio de su misma raza e idioma, en el que aún la llaman «Madre Patria». Yo deseo rendir homenaje hoy también ante vosotros a las Naciones independientes de la América española, a las que, si vosotros podéis llamar hermanas como Repúblicas de América, yo puedo llamar hermanas como español. España siempre se esforzará con generosidad, en cuanto pueda contribuir al bienestar y al progreso de estos pueblos de nuestra misma familia.
La tradición de cooperación entre España y los Estados Unidos se ha venido manteniendo en nuestros acuerdos para la defensa, vigentes desde 1953, para la protección de los valores de nuestra civilización occidental. Los «Padres Fundadores» de Filadelfia en su inmortal Declaración y en la Constitución que redactaron, establecieron un sistema democrático para preservar la libertad humana y fundar el Gobierno sobre el consenso de los gobernados. Pero hace falta también —y vuestros fundadores no se olvidaron de señalarlo— que el gobierno democrático sea fuerte y seguro, sin cuyas condiciones no serviría al interés general. Vosotros y nosotros conocemos muy bien los peligros que amenazan en el mundo de hoy a la libertad, y por eso nos preparamos para defenderla. El compartir con los Estados Unidos, a través de vínculos de estricta reciprocidad soberana, las responsabilidades de la seguridad, merecerá siempre nuestra preferente atención.
El espíritu de empresa, decisión y aventura de los pioneros americanos, la honda fe religiosa de los primeros colonos, aquel impulso, que hoy llamaríamos juvenil, de libertad e igualdad, que afianzó los cimientos democráticos de una comunidad basada en la discusión libre y racional de sus propios asuntos, fueron capaces de integrar en un gran país hombres del más variado origen y procedencia, y ha forjado a vuestro pueblo sobre las líneas de un ideal de genuina libertad.
Este espíritu y estos ideales, encuentran en mi País un eco hondo y permanente de vigorosa atracción y claro reconocimiento.
La libertad es esencial al hombre para su plena realización como individuo, es estímulo inigualado para su progreso económico y social, es indispensable para su desarrollo cultural. La libertad es, sobre todo, un bien espiritual que se atesora y se defiende. Toda libertad, como todo poder, vienen de Dios. Al proclamar hoy, con humildad y sencillez, al igual que vuestros propios antepasados, mi fe en Dios, le pedimos su bendición para vuestros dirigentes, para vuestro propio pueblo y para la noble nación de los Estados Unidos de América.
2-6-1976
Mucho agradezco vuestra amable invitación a esta Sesión del Consejo de la Organización de Estados Americanos.
España, bien lo sabéis, se considera con orgullo como una Nación también americana, pues una parte importante de nuestro ser pertenece a América.
Las naves españolas trajeron la sangre de nuestro pueblo para unirla en mestizaje a los antiquísimos pobladores de América. La lengua española quedó para siempre unida al destino humano y cultural de cientos de millones de seres de este Continente, que la hablan hoy día enriqueciéndola con nuevos giros y con el acento feliz que en la Península admiramos y escuchamos con deleite. La fe cristiana de los españoles, ganando las almas de los pueblos aborígenes, resistió con la fuerza de la teología los abusos del poder y la codicia de los hombres, dando el altísimo ejemplo de protección de los derechos humanos que Fray Bartolomé de las Casas mantuvo con ejemplar firmeza y valentía.
La Corona española sintió una acusada y constante preocupación por América, de cuyos reinos fue titular al igual que de los reinos de la Península. En primer lugar, la sensibilidad como mujer de la Reina Isabel inspiró una legislación que habría de considerar cuestiones primordiales la condición humana y el buen trato del indígena. Luego, la concepción universalista del Emperador Carlos atendió a los planteamientos económicos que el Nuevo Mundo ofrecía. Más adelante, Felipe II dió a las Indias una ordenada administración estableciendo una organización política, administrativa y militar sin precedentes en su época. En el siglo XVIII, Carlos III reunió el más eficaz equipo de gobernante y colaboradores para llevar a las tierras de América todo el progreso que el desarrollo de las ciencias esperimentales habían alcanzado en Europa, al propio tiempo que aplicó los postulados de las nuevas corrientes económicas y mercantiles, y estableció las nuevas estructuras políticas, administrativas, navales y militares.
Cuando después de casi trescientos años de vida política en común llegó para vuestros pueblos la hora de la independencia, fué aquella una lucha entre hermanos. Reconocemos hoy el recio espíritu de nuestra raza que alienta en los proceres americanos, como San Martín y Bolívar, tipos egregios de virtud hispánica a los que rendimos homenaje en Madrid en estatuas que el pueblo admira como pertenecientes a nuestra común Historia.
No podemos olvidar ni ser indiferentes a este Nuevo Mundo del que tanto espera la Humanidad en su conjunto. Yo he querido que mi primer viaje oficial fuera de España se hiciera en América y para América, iniciando mi itinerario en la República Dominicana y terminándolo en los Estados Unidos, con los que también mantenemos, como con Canadá, con el Brasil y con las jóvenes Repúblicas del Caribe, estrechos y amistosos vínculos. Por todo ello me siento en esta sede de la Organización de los Estados Americanos como en casa propia, rodeado de amigos, muchos de los cuales pertenecen a la propia familia hispánica.
Para todos los que me escucháis traigo un mensaje de paz y amistad del pueblo español, que busca hoy con afán el equilibrio entre las ambiciones de una sociedad joven, pletórica de energía y de inquietudes, propias de toda juventud, y el necesario respeto a los valores morales de nuestra tradición que formaron nuestra raza y la hicieron capaz de realizar epopeyas que hoy día nos asombran por la inverosímil magnitud de los empeños alcanzados.
Fue en este Continente, precisamente, donde estos pioneros y descubridores heroicos demostraron la gran verdad de que el hombre que es capaz de dominar su espíritu con el rigor de los planteamientos morales es quien escribe en el libro de la Historia las páginas de más insigne grandeza.
Sabemos que América no es sólo el mundo que reverencia la libertad, sino también el Continente que ofrece la esperanza.
Sabemos que América avanza por el camino del progreso tecnológico con más audacia y rapidez que nadie, pero que no olvida los ideales del Derecho y de la Justicia sin los que aquellos avances de poco servirían para el porvenir del hombre.
Sabemos que América profesa una actitud internacional que salvaguarda la paz como el supremo bien de los pueblos dentro del respeto mutuo a las respectivas soberanías nacionales.
Por todo ello venimos a esta Organización a deciros que España, raíz de muchos pueblos que viven en este nuevo mundo, ama la libertad, confía en su futuro, trabaja firmemente en el terreno del progreso industrial y técnico, se identifica con el Derecho como instrumento para alcanzar la Justicia, y propugna en la sociedad internacional la escrupulosa protección de la soberanía de cada Estado y la defensa de la paz como meta última de la comunidad mundial. España ha mantenido siempre relaciones fraternales con cada uno y con todos los países americanos por encima de los avatares de la política. Somos, señores, un vínculo perenne, profundo y vital entre Europa y América. Tal es el destino de España.
Transmitid a vuestras Patrias, señores Embajadores, este breve envío que os hago para vuestras Naciones, a cuyos Primeros Mandatarios quisiera hacer llegar asimismo mi amistad y mi cordial saludo como Rey de España.
2-6-1976
Señor Presidente,
Mrs. Ford,
Señoras, Señores:
Agradezco muy sinceramente sus palabras, Señor Presidente. Yo también le traigo el mensaje de mi pueblo, que ama y respeta al vuestro, que hace doscientos años vive su existencia independiente. Nosotros admiramos en la nación norteamericana que Vos representáis una serie de cualidades que la caracterizan de modo singular. Por ejemplo, el respeto a la individualidad de los hombres y al derecho que tienen a realizarse libremente según el dictado de su conciencia y el profundo sentido de igualdad que aparece en los documentos fundacionales. Habéis logrado en los Estados Unidos una sociedad abierta, en la que las oportunidades se ofrecen a la iniciativa, al talento y al ingenio de cada cual, lo que ha hecho prosperar y crecer sin límites la economía y la riqueza de vuestro país. Habéis convertido en doscientos años de vida a vuestra nación en la primera potencia del mundo en el orden militar y político y ello os hace compartir de modo prominente las responsabilidades del orden internacional.
Pero nunca habéis querido olvidar el espíritu del 76, el propósito de los Padres Fundadores de Filadelfia. Vuestra Constitución, basada en un sabio dosaje de equilibrios entre los distintos rodajes del poder, tiende a que el pueblo elija democráticamente a sus gobernantes para que éstos ejerzan el poder con el consenso de los gobernados, y bajo el mandato de la ley. Filosofía de la vida pública que habéis no sólo mantenido a lo largo de doscientos años sin apenas retocar la Constitución a la que Burke llamó «obra maestra del espíritu humano», sino que la habéis hecho funcionar adecuándola a la vida moderna, a la democracia industrial de masas y a las numerosas, contradictorias y a veces violentas corrientes que confluyen hoy en una sociedad libre, y situada, como la vuestra, a la cabeza del progreso tecnológico.
Muchos se preguntan, con interés, al contemplar ese fenómeno histórico de larga pervivencia en el tiempo, de vuestra Constitución, redactada a fines del setecientos, cuál puede ser el motivo fundamental de tan extendida vitalidad en un texto político. Personalmente creo que el cimiento de vuestros textos constitucionales está en la profunda religiosidad que los inspira. Sin la referencia a un poder divino no tendría sentido el valor moral que concedéis a la libertad del individuo y a su responsabilidad en el ejercicio de una democracia. Sin esa apelación la sociedad política humana perdería la cohesión que la sostiene, y, por no haber respetado en muchos casos ese principio, hubo tantos sistemas políticos en el Viejo Mundo que se inspiraron en vuestro modelo sin que llegaran en realidad a sobrevivir durablemente.
«In God we trust» es vuestro lema fundacional. También España, el pueblo español y la Monarquía que yo represento confiamos en Dios. Que El haga de nuestra estrecha cooperación y amistad en todos los terrenos un pacto de paz y para la paz de los pueblos. Que nuestra amistad sea sincera y basada en la justa y equitativa reciprocidad.
Washington, 3-6-1976
Al descubrir y hacer entrega de este monumento a Bernardo de Gálvez, el gran soldado español que contribuyó decisivamente al triunfo de los ejércitos de Jorge Washington en su lucha por la Independencia norteamericana, quiero recordar brevemente la brillante y valerosa campaña que realizó en las tierras del Bajo Mississipi. La conquista de la Florida Occidental fue, además de una obra maestra de la estrategia militar, la jugada que permitió, al aliviar de modo considerable la presión de los ingleses en la guerra contra los colonos americanos que deseaban la independencia, la victoria final de vuestros ejércitos y el término de la guerra con el nacimiento de los Estados Unidos.
Bernardo Gálvez fué nombrado años más tarde Gobernador y Capitán General de las tierras de West-Florida y se casó con una criolla de Nueva Orleans, ciudad a la que amaba como propia, sintiéndose como un americano más. Mi antepasado el Rey Carlos III que mantuvo correspondencia y cruzó regalos con vuestro primer Presidente, le dio derecho a usar un escudo con el mote heráldico: «Yo solo». Quiso con ello honrar el acto heroico de Gálvez cuando entró en la bahía de Pensacola con un solo navío, consiguiendo con sus tropas rendir la guarnición inglesa.
«Yo solo» ha sido muchas veces el símbolo de los pioneros españoles en América. Pero también es preciso decir que ese homenaje al gesto y a la acción de cada uno es un reconocimiento de lo que representa la generosidad, el valor y la riqueza moral de los actos humanos que han movido muchas veces la rueda de la historia.
Que la estatua de Bernardo de Gálvez sirva para recordar que España ofreció la sangre de sus soldados para la causa de la Independencia norteamericana.
Washington, 3-6-1976
España desea, en el año del Bicentenario, ofrecer esta interpretación de Don Quijote al Kennedy Center de Washington, realizada por un gran artista español, Aurelio Teno. Este Centro que perpetúa el recuerdo del gran Presidente que vive en la memoria de millones de gentes del mundo es como un faro cultural de las Artes de Norteamérica que se proyecta sobre vuestra entera nación. España ha querido asociarse a esta tarea del espíritu con una estatua que simbolice lo que Don Quijote es y representa en la vida y en el alma de España.
Don Quijote es el símbolo del hombre que lucha por un ideal absoluto. Buscaba sobre todo la justicia entre los hombres.
Era evidentemente un visionario y carecía casi siempre de realismo. Los sabios y los prudentes se reían de él. Mas siguió peleando hasta la muerte por la justicia y la libertad.
Su figura ha quedado ahí, para la inmortalidad. Cervantes, al crearlo, hizo posible que un mito tuviera consistencia carnal y que todo el mundo supiera en España cómo era físicamente Don Quijote.
En ningún sitio más adecuado podría hallarse el Caballero de La Mancha como en el Centro Kennedy reafirmando la eterna pugna del hombre con el ideal.
Washington, 3-6-1976
Señor Presidente,
Mrs. Ford,
Tanto la Reina como yo queremos manifestaros nuestro profundo agradecimiento por tantas atenciones como hemos recibido en nuestra breve estancia en vuestra capital, han sido unas horas fascinantes las que hemos vivido en esta ciudad, en la que se siente latir el pulso del mundo. Cuando ayer mañana me dirigía al Congreso en una memorable sesión conjunta y veía ante mí a los distinguidos miembros del Senado y de la Cámara de Representantes, pensaba en el considerable tesoro histórico que representa nuestro pasado común.
For, in effect, South Carolina, Georgia, Florida, Alabama, Mississippi, Louisiana, Missouri, Iowa, Minnesota, Arizona, Colorado, Utah, New Mexico, California, Oregon and Texas, that is to say, sixteen of the fifty States of the Union, were lands discovered, travelled over, occupied or civilized to a greater or lesser extent by Spain, and belonged at one time to the Spanish Crown. Forgive me, Mr. President, for listing these States one by one. I only do so out of genuine pride. The place-names of thousands of cities, mountains, vallies and rivers of this beautiful America still reflect the traces of our forefathers, conquerors or missionaries, who have left their words, their names, their churches and their missions, and almost always their ashes, to be merged into the future destiny of your great country before it was born. How can I not be moved, as King of Spain, moved and satisfied to have visited you on my first official trip abroad!
Mr. President; this visit of mine is necessarily short, against my will. Once again, thank you. We hope to see you one day in the not too distant future in our country that you already know. The hundreds of thousands of Americans that go to Spain every year are welcomed as sincere and openminded friends, who, as soon as they set: foot there, with their fresh spontaneity, give us a breath of independent thought and a token of truly heartfelt friendship.
Nueva York, 4-6-1976
Señor Secretario General,
Señoras y Señores,
Este es el recuerdo que hoy ofrezco a la Organización de las Naciones Unidas: Os traigo la efigie de Francisco de Vitoria, humilde fraile y gran filósofo que definió para siempre los fundamentos del Derecho Internacional, cuyas reglas, respetadas por todos los Estados Miembros, son cimiento mismo de esta Organización.
Nueva York, 4-6-1976
Primeramente me gustaría dar las gracias al señor Cusack, Georgeore y al Embajador Lodge por las palabras tan amables que nos acabáis de dedicar.
El Instituto Español y la Cámara de Comercio hispano-norteamericana se complementan en un gran esfuerzo, que tanto agradecemos, por nuestra cultura y por nuestra economía en la ciudad de Nueva York y en el conjunto de los Estados Unidos.
Vuestro país y esta fascinante ciudad poseen una capacidad casi ilimitada para acoger las diversas culturas humanas y fundirlas en el seno de vuestra colectividad. Pero esa integración la realizáis dentro del respeto y la autonomía cultural de los distintos grupos étnicos y por eso es Nueva York, con sus dos millones aproximadamente de hispanoparlantes, una de las grandes ciudades de nuestra lengua en el mundo.
Nosotros no podemos ser indiferentes a estas importantes concentraciones de gentes que hablan español, porque las culturas son formaciones vivas y vasos comunicantes para quienes utilizan el mismo idioma y se sienten, por una u otra razón, vinculados al mismo espíritu.
También están aquí presentes, esta noche, la economía, el comercio, la industria, la finanza y la tecnología norteamericanos. Vosotros sabéis, casi todos por directa experiencia que nuestro pueblo no está anclado en el pasado, ni soñando glorias pretéritas, sino juvenilmente interesado en el porvenir, en el desarrollo, en la prosperidad con justicia para todos. España es la décima potencia industrial del mundo y aspiramos a mejorar ese «ranking». Somos treinta y seis millones de habitantes de importante nivel de consumo que tenderá a elevarse considerablemente. Nuestros cuadros técnicos y profesionales alcanzan los grados de preparación y conocimiento que puedan tener los países que figuran a la vanguardia del progreso.
Como bien sabéis, España, durante los últimos quince años, ha protagonizado un espectacular desarrollo económico y social cuyas cifras más elocuentes son: el aumento de la renta per capita, que ha pasado en 292 dólares en 1960 a más de 2.500 en 1975; el incremento de la producción industrial, que ha pasado de 3,4 billones de dólares a 30,1 billones en el mismo período de tiempo, y el crecimiento de nuestro comercio exterior de productos industriales, que ha crecido 15 veces, tanto por lo que se refiere a las importaciones como a las exportaciones. El total de nuestras compras al exterior en 1975 fue de 15 billones de dólares, pero el grado de cobertura en la balanza comercial española viene siendo en los últimos años del orden de solamente el 50 por ciento.
Por lo que se refiere a nuestra relación bilateral, nuestras compras en Estados Unidos alcanzaron el pasado año los 2.600 millones de dólares, frente a unas ventas de sólo 800 millones. Las inversiones americanas en España, que en 1960 eran sólo el 12,2 por ciento del total de inversiones extranjeras, pasaron en 1975 a ser el 64,5 de dicho total, con cifras absolutas mucho más altas. Por el contrario de los 30 millones de turistas que en 1975 visitaron España corresponde a la participación americana poco más del 3 por ciento.
El efecto fundamental del desarrollo español ha sido una creciente y cada vez más estrecha vinculación con el mundo que nos rodea. Nuestros fuertes déficits de Balanza Comercial han podido ser absorbidos a través de tres magnitudes fundamentales: las remesas de emigrantes, el turismo y las transferencias de capital a largo plazo, principalmente las inversiones exteriores directas en la industria española. Estas últimas no sólo han significado una importante contribución para nuestra Balanza de Pagos, sino que también han permitido desarrollar en mi país, en algunos casos, nuevas tecnologías industriales y avanzadas técnicas empresariales, aunque todavía en el sector tecnológico queda mucho por hacer.
A pesar de toda esta evolución, calificada por algunos como «milagro español», la Economía Española tiene todavía algunos problemas que han sido puestos de manifiesto por la crisis energética y la consiguiente recesión que se ha producido en las economías del mundo occidental: inflación, debilidad del sector exterior y excedente de mano de obra. España ha sufrido la consecuencia de esta crisis especialmente en el año 1975, con prácticamente un crecimiento cero del producto nacional bruto, que contrasta grandemente con el crecimiento medio acumulativo de los últimos años, de un 7 por 100. Por otra parte, la crisis ha supuesto también la desaparición de las posibilidades de colocación en Europa, como en el pasado, de nuestra mano de obra excedente, una importante recesión en el sector turístico y un fuerte incremento de los pagos al exterior, por la importaciones de todo el petróleo crudo que consume el mercado español, que viene a representar actualmente el 25 por 100 del valor total de nuestras importaciones.
Tenemos, evidentemente, problemas económicos y tensiones sociales, luchamos fuertemente por combatir la inflación, reducir el desempleo y nivelar el presupuesto interior y externo. Nuestra economía es, sin embargo, básicamente sana y esperamos que la reactivación de la economía del mundo occidental, que ya se adivina en este país, y más que adivinarse, vuelva a empujar de modo definitivo a nuestra economía a crecimientos esperanzadores.
Para ello constituye premisa fundamental, para nosotros y nuestra economía, el crédito y el capital extranjeros como complemento del ahorro nacional, dentro del marco de una legislación sobre inversiones extranjeras ciertamente liberal.
España, parte integrante de Europa, no puede permanecer al margen de los movimiento de integración de este continente ya en marcha. Europa sin España es una realidad incompleta. Pero aunque esta política europea es una premisa básica para mi país, no nos puede hacer olvidar lo que para España representa América Latina ni los vínculos especiales que nos relacionan con los Estados Unidos de América, constituyendo todo este continente americano, por lo tanto, una parte decisiva de la política exterior de España. Estos pilares de la política del Gobierno español, así como las nuevas circunstancias de España, hacen que mi país constituya un marco excepcional para convertirse en un puente de comunicación económica e industrial entre los Estados Unidos de América y Europa, América Latina y África
España es un país de economía abierta. Creemos en la iniciativa del empresario, como el mejor impulso del progreso; aceptamos la economía del mercado, complementada con una razonable supervisión y acción del Gobierno en materia tan compleja como la economía de los tiempos de crisis, y aplicamos, como os he dicho, una legislación liberal a las inversiones que se hagan para promover nuestra economía. Ejemplos recientes y de gran dimensión demuestran que ése es un terreno firme y constructivo en el que hay un inmenso campo que recorrer.
La España de hoy está trabajando con espíritu joven, con optimismo y con esperanza. Y estamos decididos a mantener el orden y la estabilidad política y social de forma que el capital, la administración y el trabajo puedan trabajar juntos en armonía para el desenvolvimiento de la sociedad. Se propone vivir en paz con todos los pueblos y realizar ideales de libertad, de justicia y de progreso para todos los españoles. Por eso y porque entiendo que los caminos de la paz pasan por la cooperación entre las naciones y la comprensión entre los pueblos, estoy seguro de que la cooperación de norteamericanos y españoles, el entendimiento y el recíproco afecto han de permanecer como objetivo común para todos nosotros.
5-6-1976
Españoles:
Ante todo mi saludo más cordial y más sincero y el agradecimiento de la Reina y mío por haber querido participar con Nosotros en esta inauguración.
Podéis estar seguros de que nada podía satisfacerme más que haber encontrado esta oportunidad de poder reunirme con los españoles de Nueva York, aunque deba ser, desgraciadamente, por tan breve tiempo. La coincidencia de que la inauguración de esta Casa —casa de emigrantes y para emigrantes— tenga lugar en el año en que los Estados Unidos conmemoran el bicentenario de su independencia, me permite reivindicar una vez más públicamente la trascendencia de la obra de tantos hombres y mujeres llegados, como vosotros, de España en la formación y engrandecimiento de este país, de cuya hospitalidad disfrutáis.
Al declarar inaugurada esta Casa y Centro Cultural de España en Nueva York, quisiera ser el primero en agradecer y felicitar a cuantos —dentro y fuera del Instituto Español de Emigración— han hecho posible que lo que era sólo una esperanza, se haya convertido en realidad.
Mi mayor deseo es ahora el de que la disfrutéis con salud y que, dentro de ella, os sintáis más cerca de la patria y más unidos entre vosotros. Así se verá cumplido uno de los objetivos principales de su fundación.
Y otra vez a todos, muchas gracias y Viva España.
5-6-1976
Señor Alcalde, «su valor es intrínsecamente grande, pero se hace inestimable por la manera en que se me entrega y la persona de quien la recibo». Estas palabras no son mías, son de Jorge Washington en una carta que escribió al Primer Ministro de España, Conde de Floridablanca, el 19 de diciembre de 1785.
Nueva York es la ciudad de la hospitalidad. Quien la vea extendida al pie de esta torre soberbia, podría pensar, quizá, que, por ser demasiado grande y rica, es fría y dura para el extranjero. Pero lo cierto es que en esta puerta de América, millones de hombres de todas las razas, lenguas y creencias se han ido quedando a través de los tiempos, fascinados por el ritmo de Nueva York, y han hecho de la ciudad su hogar. Aquí nadie es extranjero, porque Nueva York, debajo de sus masas gigantescas de cemento, acero y cristal, esconde un espíritu caliente y hospitalario que impide al viajero o al emigrante sentirse abandonado. Quizá ocurre así porque ese espíritu ha sido creado en parte por los que habían perdido o dejado su hogar tradicional y estaban decididos a construir uno nuevo abierto a todos los que llegasen después.
La Reina y yo nos hemos sentido desde el primer instante no sólo admirados, una vez más, por la grandiosidad y la belleza de esta ciudad única, sino rodeados de esa hospitalidad que sabe siempre ofrecer Nueva York. Queremos, señor Alcalde, expresarle nuestra gratitud más sincera y profunda por el recibimiento que nos ha brindado.
No olvido en este momento que Nueva York se ha convertido en una ciudad muy importante en el mundo de los hispanoparlantes; ni que las autoridades municipales reconocen y honran las tradiciones y la historia de sus ciudadanos de lengua española. Por ello, quiero igualmente expresar mi gratitud a la ciudad y manifestar también mi orgullo porque tantos neoyorquinos ilustres que han contribuido a la grandeza y la fama de Nueva York vinieran de los países hermanos de Hispanoamérica o de mi propia patria, España.
Estoy profundamente conmovido por este nombramiento como ciudadano honorario de Nueva York, un título que siempre guardaré y del que me siento muy orgulloso.
A Nueva York le esperan aún muchos y muy largos años de prosperidad y de grandeza y, con esta esperanza firme, quiero expresar aquí mis votos más cordiales por la felicidad de todos los neoyorquinos y, en primer lugar, de su señor Alcalde. Partimos de Nueva York con un sentimiento de amistad muy profundo y con la nostalgia anticipada con que se abandona esta tierra maravillosa que un día del año 1525 fue avistada por el marino español Esteban Gómez, el primer español ligado por la historia al lugar en el que un día se iba a levantar vuestra ciudad.
Washington, 3-6-1976
Quiero agradecerle muy sinceramente estos maravillosos presentes. Es asombroso pensar que han sido rescatados de un galeón español y que han permanecido ocultos en el fondo del océano durante 350 años. Pienso que estos objetos tienen, además de su valor intrínseco, el de ser el símbolo de una de las más apasionantes tareas de nuestro tiempo: rescatar con ayuda de los medios de la técnica moderna los valores del pasado. De este modo pueden ser reconocidos, estudiados y valorados por nosotros y por los hombres de las generaciones venideras.
Gracias de nuevo; podéis estar seguros de que conservaremos y cuidaremos estos testimonios históricos de nuestro pasado común.
New York, 5-6-1976
Mr. President:
I should like to express my sincerest gratitude for your deeply moving words. It now seems fitting that I should say a few words in Spanish, because here on this occasion and in this city with its large Spanish-speaking community the Castilian language surely cannot sound out of place. Spain has always been so clossely associated with this land.
En los mapas más antiguos que de la costa de Nueva York se conservan, figura esta tierra con el nombre de Esteban Gómez, un navegante español poco conocido a quien la historia reservó la gloria de descubrirla y de hablar a otros hombres de su existencia por primera vez.
Hace doscientos años, durante vuestra Guerra de Independencia, los combatientes norteamericanos de Nueva York, tuvieron en esa lucha la ayuda de combatientes españoles, aquellos a quienes hoy tributamos nuestro homenaje y cuyos nombres se conservarán para siempre en esta placa de bronce traída desde España.
Desde entonces hasta nuestros días, Brooklyn, que en el gran Nueva York simboliza el esfuerzo anónimo de tantos millones de hombres y mujeres, es el hogar de muchos que hablan la lengua de Castilla. A ellos, porque sé que me entienden, quiero, en este momento, hacerles llegar el mensaje de mi recuerdo y mi afecto.
Honor a los navegantes pioneros que con su valor y su espíritu de aventura descubrieron estas tierras; honor a quienes perdieron sus vidas en defensa de la independencia de los Estados Unidos; honor a quienes con su trabajo aseguran, cada día, su creciente prosperidad.
Thank you Mr. President.
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