A una renovación en los principios que rigen la convivencia social y política del país, como la que actualmente se plantea sobre bases democratizadoras y pluralistas, ha de corresponder necesariamente una proyección exterior adecuada a los nuevos tiempos y al nuevo cuadro de intereses en que vienen moviéndose las relaciones internacionales de nuestros días.
España ocupa una posición singularísima en el concierto de las naciones. País geográfica e históricamente europeo, en proceso acelerado de inserción en los marcos institucionales del viejo Continente y presta a colaborar en la constitución de una Europa más unida, tiene al mismo tiempo el orgullo de ser, como dice Julián Marías, «centro originario» de una colectividad de veinte Estados de similares caracteres físicos y espirituales.
Durante casi cinco siglos ha ido sedimentándose la idiosincrasia de lo que Vasconcelos llamaría «raza cósmica», tomando presencia real a uno y otro lado del Atlántico un peculiar modo de ser en lo cultural, sociológico, lingüístico, etc., que marcará sin duda alguna con una impronta inconfundible a los quinientos millones de españoles, criollos, amerindios, mestizos y negros que para el año 2000 integrarán la comunidad de pueblos hispánicos. Sin embargo, esta realidad social, con vigencias comunes, cuyo principal elemento es la lengua española, no ha tenido correlación con las estructuras oficiales que han ido configurando fronteras, condicionamientos e instrumentos jurídicos para organizar política y administrativamente la gran nación ya existente.
En un mundo dominado por la gestación de vastos bloques de intereses (Occidente, China, países socialistas, el tercer mundo, etc.), las realizaciones nacionales no podrán llevarse a cabo en una inútil lucha aislada por la supervivencia y la propia afirmación, sino en el contexto de grandes conjuntos de pueblos marcados por una misma razón de raza, espíritu e intereses.
Consciente de esta realidad y de la necesidad de replantearse las relaciones interhispánicas con un nuevo estilo, la Monarquía española asume sobre sí la función polarizadora de tantos deseos contenidos, de múltiples proyectos colectivos de la gran familia de pueblos de nuestra estirpe, que después de varios siglos de ineficaz palabrería, podría hallar en este tiempo nuestro el medio de poner en marcha al mismo tiempo una posible y necesaria comunidad de pensamiento y de acción que «hable con una misma voz», como ha afirmado el Presidente López Michelsen.
En la esencia de la Institución monárquica está el mantenerse sobre las diferentes parcelas sociopolíticas del país, sin respaldar actitudes parciales, ideologías o sectores que puedan comprometer la suprema función de la realeza. Por ello, creemos que corresponde a la Monarquía española, en esa labor de edificación de la Comunidad Hispánica, la de ser factor de potenciación y polarización de lo que el sistema interhispánico tiene de común, por encima de ideologías, intereses y peculiaridades propias de cada uno de los pueblos que la componen. Todo ello sin ninguna nota de preeminencia, que está superada definitivamente por la Historia, sino más bien aportando a los pueblos hermanos en pie de igualdad con ellos la fuerza motriz que ponga en marcha esta empresa ilusionada de conocernos mejor, y, como consecuencia, «encontrar juntos los proyectos galvanizadores de la comunidad a que pertenecemos», como ha dicho el Rey Don Juan Carlos en su discurso conmemorativo del Descubrimiento, en Cartagena de Indias. Este podría ser el segundo «descubrimiento» de la Monarquía española, que, con los países hermanos, consiga elevar una comunidad de sangre, de historia, de lengua, de intereses, en un factor dinámico de influencia en el mundo internacional de nuestros días. En esta hora de abandono de nostalgias y de incomprensiones, ninguna labor más hermosa puede proponerse la Corona que la de contribuir a unir y poner en pie a los pueblos de nuestra sangre hacia un destino común y hacia un papel más decisivo en el afianzamiento de la paz internacional.
A este fin ha respondido el segundo viaje de los Reyes al exterior, coincidente con el Día de la Hispanidad. En sus propósitos y en su oportunidad lo hemos considerado suficientemente atractivo como para recoger en este número de la colección «Informe» las declaraciones más relevantes del mismo.
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