París, 28 de octubre de 1976
Mi país, que no puede ser más que europeo, que lo ha sido siempre, se siente capaz de contribuir a la creación de la nueva Europa, rica en su diversidad y justa en su unidad
(Su Majestad el Rey, en el Hotel de Ville de París)
28 de octubre de 1976
Señor, Señora:
París, Señor, os recibe por primera vez como Soberano, respetuosamente y calurosamente. Nuestra ciudad recuerda haber tenido ya el honor de recibiros entre sus huéspedes privilegiados. Permitidme, Majestades, expresar hoy los sentimientos de antigua y profunda amistad que sienten el pueblo de París y sus autoridades hacia España, su pueblo y su dinastía.
Vuestra estancia entre nosotros, Señor; vuestra amable presencia, Señora, nos alegran profundamente, porque renuevan una tradición secular e íntimamente ligada a la historia de nuestras dos naciones, y en esta tradición está particularmente vivo el recuerdo de Alfonso XIII, vuestro abuelo, amigo fiel de Francia y gran amigo de París.
No es el momento ni el lugar de evocar ampliamente la milenaria amistad, tan rica y tan variada, de las relaciones franco-españolas. Ni tampoco la patética historia de España, ardiente de fe mística, desbordante de heroísmo, enfebrecida de aventura y fulgurante de gloria.
Pero sí volvamos a retrotraernos al destino de Europa entera, de norte a sur, de este a oeste, durante más de diez siglos, y a recordar también el desarrollo de las epopeyas de la latinidad cristiana mediterránea y universal. Entonces, como lo subrayara la emotiva continuidad de los contactos humanos, familiares, culturales y políticos entre nuestros dos países, de su comunidad, de su civilización y de su espiritualidad.
La genealogía quizá aparece algunas veces como una ciencia periclitada. Pero ¿es una casualidad que entre nuestros monarcas franceses, dos de nuestros más importantes reyes, hayan tenido por madres a dos princesas de España: San Luis, hijo de Blanca de Castilla, y Luis XIV, hijo de la Reina Ana? No se trata de anécdotas, sino de símbolos ejemplares; como también el origen de vuestra ascendencia, Señor, nacido de la Casa de Borbón, cuyo antiguo prestigio se extiende a ambas vertientes de los Pirineos.
París evoca el hecho de haber sido una etapa medieval de las dos peregrinaciones populares francesas a Santiago de Compostela. París se siente gozosa de recibir a millares de trabajadores procedentes de España, en los cuales nuestros conciudadanos aprecian sus cualidades de trabajo, de seriedad, perseverancia y honradez.
Si es cierto que la mayor aportación de España a todas las formas del arte, las letras y el pensamiento la sitúan en el primer rango de las naciones de Occidente, también es verdad que España se ha adentrado audazmente en el camino de la expansión tecnológica, industrial y comercial, y asimismo en el camino de la acelerada modernización de su economía. Los franceses, que en gran número traspasan cada año los Pirineos, tan sensibles a la belleza de España y a la cordial hospitalidad de su pueblo, han podido también comprobar el progreso conseguido en todos los sectores de la actividad española.
Sabemos, Señor, que vuestra preocupación se centra en hacer participar al conjunto de vuestro pueblo en los beneficios de este progreso, en desarrollar, material y humanamente, su bienestar social; en asegurar a toda la nación este clima de solidaridad y de concordia cívica que responde a vuestros deseos políticos, tan generosos como clarividentes. ¿Cómo Francia, Señor, puede mostrarse insensible a todo esto? ¿Cómo Europa no se felicitará del regreso de España, avanzada del Viejo Continente, a su vocación europea? Porque es en el marco de Europa donde se inscriben para el presente y para el porvenir los destinos de nuestros pueblos, cualesquiera que sean las dificultades y las dudas en este camino hacia la unidad.
Vos, Señor, encarnáis la tradición y el progreso, el orden y la libertad, la unidad y la diversidad en las circunstancias históricas que constituyen una etapa difícil y sugestiva en la evolución de vuestro Reino. Deseamos de todo corazón que los felices logros de vuestro reinado respondan a vuestras esperanzas y a vuestra fe, por la felicidad y la prosperidad de todos los españoles.
28 de octubre de 1976
La Reina y yo apreciamos en su justo valor la acogida que la ciudad de París y usted nos han dispensado.
Fue precisamente el hijo de una Reina española, Blanca de Castilla, cuyo sello guardáis, quien fundó en este lugar la primera Institución Municipal de París. En esta vitrina de la historia, que tan esmeradamente conserváis, también he podido contemplar con emoción el documento que contiene el testamento de mi antepasado Luis XIV.
Realmente nos encontramos aquí en el corazón de la capital. En torno a nosotros se alzan la Santa Capilla y Notre-Dame, el Barrio Latino y la Sorbona. Muy cerca, los Archivos Nacionales velan los documentos que son testimonio insustituible de la historia de Francia. Este pasado glorioso de París debe ser particularmente fecundo para quienes presiden su conservación y transformación. En él encontraréis la inspiración para esa «nueva concepción de la ciudad» que ha descrito recientemente el Presidente de la República: «Un marco de vida a la medida del hombre... que propicie el desarrollo de la comunicación social.»
Nos hallamos en la esencia de París y París es, a su vez, la esencia de Francia. Vuestro gran país ha sido el crisol de la cultura europea, que a través de él ha llegado a España, de igual modo que la aportación cultural de España ha enriquecido a Europa a través de Francia. Mi país, que no puede ser más que europeo, que lo ha sido siempre, se siente capaz de contribuir a la creación de la nueva Europa, rica en su diversidad y fuerte en su unidad. La ruta hacia el puerto de salvación de una Europa firme y armoniosamente unida no se podrá hacer sin sacrificios ni dificultades. Al igual que la divisa de las armas de vuestra ciudad, podremos decir de esa Europa: «Fluctuat nec mergitur.»
28 de octubre de 1976
Aprecio como un gran honor esta visita a la vieja Escuela Militar, centro en donde se han formado ilustres hijos de Francia.
La calidad de sus profesores y alumnos ha sido proverbial. En estas aulas trabajaron personalidades tan influyentes en el pensamiento militar y político como el Mariscal Foch o el General de Gaulle. Francia y España se forjaron al filo de la espada y la influencia recíproca a través de la historia de sus ejércitos ha sido beneficiosa para nuestros grandes países.
Estos viejos muros, en este centro de París, han visto desfilar hombres llenos de ilusiones y esperanzas. Los que aquí se forjaron tenían como norma ese gran lema de la Patria y el honor.
En esta Escuela han sabido recoger y formar a muchos militares distinguidos de otros países, que aquí aprendieron a conocer y a amar a Francia. Este entendimiento es beneficioso para el mundo. El militar quiere la paz y comprende fácilmente al soldado de otros países. Lo entiende porque habla el mismo lenguaje. El lenguaje de la disciplina, de la lealtad y del honor. Conozco la enseñanza de este centro. Junto con unos principios muy firmes y tradicionales, es flexible en sus métodos y piensa en el futuro. La previsión y acción informan los trabajos.
La activa cooperación que realizan unidades francesas y españolas de los tres ejércitos, trae beneficios a nuestras unidades. He asistido a varios ejercicios y sigo muy de cerca estos trabajos. Al saludar en vosotros al pensamiento militar francés, que tanta gloria ha dado a su pueblo, expreso mi satisfacción por encontrarme en esta escuela y hago votos por el éxito de la creciente cooperación entre nuestros dos ejércitos, para gloria de las dos naciones.
28 de octubre de 1976
Señor Presidente,
Es para la Reina y para mí motivo de gran satisfacción el recibir hoy en esta Embajada de España al Presidente de la República Francesa y a su distinguida esposa.
Esta Casa, que honráis con vuestra presencia, despierta en mí, señor Presidente, hondos sentimientos, ya que el Rey Alfonso XIII, mi abuelo, la hizo adquirir para España. En ella se albergó numerosas veces en sus desplazamientos a vuestra capital. La Embajada poco ha variado y el ambiente que en ella impera es, hoy como ayer, de franca amistad hacia el país que nos acoge.
Quisiera añadir, hablando vuestra propia lengua, que España sigue atentamente el acontecer de Francia, país al que un pensador español ha llamado «patria de la libertad, hermana de la constancia, maestra de la vida risueña». Sobre el triple cimiento de libertad, trabajo y calidad de vida, puede edificarse una sólida sociedad.
Quisiera también manifestaros mi interés por el desarrollo de la enseñanza, la protección y la difusión de nuestros dos idiomas en nuestros respectivos países, como el más eficaz y el más noble de los medios para estrechar nuestros lazos y ampliar la base cultural de nuestros pueblos. A este respecto, por la obra que están llevando a cabo, deseo hacer patente mi agradecimiento a los hispanistas franceses, que se cuentan entre los más numerosos e importantes del hispanismo actual.
Permítame, señor Presidente, que desde este enclave español, en el centro de I'lIe de France, formule en mi nombre y en el de la Reina nuestros mejores votos por las relaciones entre nuestros dos países y levante mi copa por vuestra felicidad personal y la prosperidad presente y futura del pueblo francés.
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