Un nuevo horizonte para España
Abril de 1977
PALABRAS A SU LLEGADA A LA CIUDAD DE MÉJICO
En esta venturosa y primera ocasión, en que un Presidente del Gobierno de mi país se dirige al pueblo mejicano, con la emoción de la circunstancia, me siento portador del saludo entrañable del pueblo español a todos y cada uno de los ciudadanos de la gran República de Méjico.
La visita que hoy iniciamos, con su profundo sentido de reencuentro, abre una nueva etapa histórica en nuestras relaciones, que los españoles deseamos plena y fecunda. Dos pueblos, generados por la historia y el sentimiento para el más estrecho entendimiento y la más íntima compenetración, empiezan desde hoy una convivencia a instancias oficiales que debe de granar en beneficio mutuo y en el de aquellos otros pueblos del Continente que ambos llamamos hermanos.
Venimos a Méjico con la admiración y la curiosidad de quienes, desde hace años, hemos convivido con él a través de sus creaciones artísticas, literarias y folklóricas. Llegamos deseosos del contacto con su realidad humana y geográfica, dispuestos a poner en común nuestro esfuerzo de colaboración para cuantas tareas pueda exigir el gran objetivo de acercamiento a íntima convivencia de españoles y mejicanos.
Traemos el saludo del Rey Juan Carlos I a todo el país. La Corona de España asume hoy la vocación americana de todo su pueblo y se identifica con los problemas y los esfuerzos que las realidades del momento plantean, como reto vital, a nuestros hermanos de América. Queremos compartir ese reto, de la misma manera que sabemos que, desde aquí, se vive con singular interés nuestra evolución y nuestro empeño.
En esta solemne ocasión hago votos por la prosperidad y grandeza de Méjico, por el continuado acierto de sus gobernantes y por la felicidad y bienestar de sus ciudadanos, a la vez que aprovecho la hospitalidad que me brindan para extender esos deseos a todas las Repúblicas hermanas de América.
BRINDIS EN EL ALMUERZO OFRECIDO POR EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE MÉJICO
Señor Presidente:
A un mes escaso del establecimiento de relaciones diplomáticas entre nuestros dos países, constituye para mí a la vez un honor y una satisfacción vivir estas primeras jornadas en Méjico de un Presidente del Gobierno español. Venimos con la serena certidumbre del gobernante que se sabe en sincronía con las vetas más íntimas de la voluntad popular. A lo largo de estos años, el pueblo español se ha venido expresando con particular afecto hacia el pueblo mejicano, acogiendo con entusiasmo cuanta manifestación llegaba de su genio artístico y cultural. En cuanto las circunstancias lo han hecho posible, los hombres de Gobierno nos hemos limitado a dar reflejo oficial de los vínculos reales. Para rubricar de forma patente tal circunstancia estamos aquí.
Nos toca ahora estrechar los lazos. Nuestras Misiones diplomáticas recíprocas tienen ante sí la trascendental tarea de explorar y detectar cuanta posibilidad pueda ofrecerse para ello. Tenemos ante nosotros un vasto horizonte de acción en común, al que nos invita no sólo el pasado histórico compartido, pletórico de contenido humano, y la especial sensibilidad para la justicia que nuestros pueblos detraen del hecho de ser crisoles étnicos, sino también la conciencia de que, hoy por hoy, nuestra comunidad cultural y económica no alcanza la valoración y el peso que su importancia real se merece.
La llama de esa convicción ha surgido espontánea y persistente a uno y otro lado del Atlántico. Las nuevas generaciones desean imprimirle el sello constructivo de su voluntad de lo concreto. Todos somos conscientes de la importante contribución de nuestras individualidades nacionales. Pero nuestras encomiables aportaciones particulares, granadas con el fraccionamiento histórico, sólo alcanzarán su merecida difusión individual en el esfuerzo comunitario de proyección universal que requieren.
Para lograrlo tenemos que profundizar previamente el mutuo conocimiento. No basta compartir una forma peculiar de concebir al hombre una misma actitud ante la existencia. Debemos llegar también a ese conocimiento profundo y visceral que genera el respeto que se asienta en la admiración y la solidaridad. Intimemos a todos los niveles, popular, intelectual, empresarial, científico y tecnológico; ahondemos hasta que nuestros espíritus de creación y de arte se fecunden los unos a los otros, como las razas lo han venido haciendo desde que hay recuerdo histórico en nuestros solares patrios.
Y en ese esfuerzo por llegar a conocernos en profundidad como políticos, señor Presidente, empecemos dando el ejemplo. Bueno es que reitere aquí las líneas directrices de nuestra política hacia Iberoamérica, que hemos definido como un pilar esencial de nuestra política exterior, siguiendo en ello una constante histórica que de manera tan patente ha sabido asumir el Rey de España.
Entendemos que nuestra política iberoamericana debe estar cimentada sobre tres ejes conceptuales. En primer lugar debe partir del «vínculo» que nos une a un pasado histórico y a un patrimonio cultural y espiritual comunes; vínculo que genera nuestra afinidad fraternal y motiva nuestras preferencias. En segundo término, el deseo de realizar un servicio como «puente»; función a la que queremos aportar esfuerzo e imaginación y en cuya realización aspiramos a la armonización de intereses iberoamericanos, europeos y árabes. Por último, nos proponemos contribuir, en la medida en que nuestra capacidad y recursos lo permitan, a cuanto empeño de «integración» pueda emprenderse a este lado del Atlántico.
La acción cimentada en esos tres ejes conceptuales se atendrá desde luego a unos «principios rectores». Han sido anunciados ya, pero estimo que deben reiterarse en una ocasión tan señalada como ésta. Pensamos que, en el caso de Iberoamérica, una política exterior de España debe regirse por un «principio de indivisibilidad», dada la estrecha interdependencia de todos sus aspectos, sin que quepa potenciar el factor político o el económico con desmedro del cultural o la cooperación. Nuestros planteamientos, además, deben generarse con el necesario realismo como para cumplir con un «principio de credibilidad» que descarte fantasías imposibles. Una vez emprendida la acción, concebida bajo esa astringencia de criterio, deberá someterse a un «principio de continuidad», con la persistencia que con frecuencia ha faltado a nuestras concepciones en este campo.
Junto a esos criterios operativos, nuestra política iberoamericana se estructura además sobre obligaciones de fraternidad. Asumimos un «principio de indiscriminación», llevando la Doctrina Estrada a sus últimas y lógicas consecuencias, puesto que pensamos que los enjuiciamientos entre hermanos no deben empañar la convivencia. Finalmente, consideramos que nuestra acción debe estar siempre inspirada en un «principio de comunidad», reflejo de nuestra cohesión de grupo y de nuestro espíritu solidario.
Señor Presidente:
Me he permitido exponerle brevemente los elementos inspiradores de nuestra política iberoamericana, como presentación, tras tantos años, de una España que aborda los viejos temas —los temas de siempre— con un espíritu renovado, moderno, desprovisto de preconceptos limitativos, plenamente convencida de que las sucesivas coyunturas históricas exigen planteamientos y actitudes nuevas, capaces de galvanizar en cada momento las voluntades de las generaciones activas del día. Modalidades nuevas al servicio de las grandes constantes, de objetivos que siempre han estado latentes en el ánimo de nuestros pueblos, y cuya expresión hoy rebasa la configuración nacional y exige una proyección más amplia, más generosa, de entendimiento precisamente sobre esas afinidades y esos vínculos que entre nosotros existen.
Permitidme que levante mi copa por la realización de la perspectivas de colaboración tan amplias que ante nosotros se abren. Y al hacerlo quisiera hacer votos por la prosperidad de Méjico y por su personal acierto, señor Presidente, como gobernante y hombre de Estado. En esa difícil misión que el pueblo de Méjico os ha encomendado os deseamos el éxito cumplido que tanto nos importa a quienes, en América y en España, compartimos y soñamos afanes comunes. Que todo ello sea compatible con vuestra ventura personal y de la de vuestra distinguida esposa.
BRINDIS DE AGRADECIMIENTO EN EL ALMUERZO OFRECIDO AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE MÉJICO
Señor Presidente:
Hemos vivido dos fechas inolvidables. La tradicional hospitalidad mejicana, una vez más, se ha visto refrendada por los hechos. Todos hemos podido admirar y disfrutar de la riqueza de vuestro patrimonio arqueológico, artístico e histórico. Nos hemos visto colmados por vuestra acogida humana y por vuestra cordial disposición. Hemos intercambiado nuestros respectivos puntos de vista sobre los temas que nos afectan y hemos echado las bases de nuestra futura colaboración y creciente entendimiento. Han sido jornadas plenas y fecundas, que se abren como un abanico de esperanza proyectado hacia el futuro.
La visita, que ahora llega a su término, creo que tiene también una dimensión reveladora. Para las generaciones recientes de españoles, que desde la Península ibérica hemos venido admirando a Méjico a la distancia, a través de tantos relatos y muestras de su fecunda capacidad de creación artística y literaria, a través de su música popular y su folklore, las puertas quedan franqueadas a todos los niveles para el contacto directo. Abierta está la posibilidad de admirar «in situ» vuestra espléndida arquitectura actual reciente, el meritorio esfuerzo de preservación de los vestigios precolombinos, la conservación de vuestra indudable riqueza monumental en los cuatro siglos que precedieron a la revolución mejicana. El país ofrece, sin interrupción ni desmayo, la floración imponente de una producción artística que colma la más exigente de las expectativas.
Es urgente que se potencien los intercambios de todo orden y de todas las edades. En el plano comercial, en el tecnológico, en el intelectual y en el turístico. Hay que facilitar los canales de comunicación y de mutuo conocimiento de nuestra juventud; consolidar los contactos que ya mantienen nuestros profesores universitarios, nuestros pensadores y nuestros creadores; desarrollar los impulsos ya iniciados de venturas compartidas de nuestros financieros y hombres de empresa. Personalmente quiero aprovechar esta entrañable ocasión para proclamar el compromiso de apoyo de mi Gobierno para la pronta realización de estos objetivos.
Señor Presidente:
Sólo me resta el agradeceros el cúmulo de atenciones con que nos habéis inundado durante estos días. Para todos nosotros constituirán una experiencia y un recuerdo imborrable.
Partimos con la satisfacción anticipada de vuestra próxima visita oficial a España, jornada que auguramos singular para el fortalecimiento decisivo de nuestros lazos y para la aceleración de los indudables beneficios que ambos pueblos esperan de unas relaciones lanzadas con tan buenos auspicios.
Muchas gracias.
PALABRAS EN EL ALMUERZO A PERSONALIDADES IBEROAMERICANAS EN EL BLAIR HOUSE
Señor Ministro, Señores Embajadores:
España, desde un 12 de octubre de finales del siglo XV, dejó de ser inteligible sin su vertiente americana. Es una verdad inconmovible e independiente de cualquier vicisitud de su organización como sociedad política. Es uno de sus ingredientes históricos; es parte de su realidad actual; y considero, sobre todo, que constituye una página principal de un destino que quiere ser esperanzador. Una España monárquica es, por definición, esencialmente americana.
En la Historia, muchos acontecimientos pueden ser fruto de la casualidad. La trascendencia ulterior de esos hechos casuales, su imposible importancia última, como el de los verdaderamente intencionales, sólo son resultado del esfuerzo y de la voluntad íntima de los pueblos. Tres largos siglos de vida en común, ejemplarizando una de las convivencias más pacíficas que la Humanidad ha conocido, yo os digo que no han podido ser puramente casuales. Quisimos lo que fuimos, y lo fuimos con profunda dimensión humana: con grandeza, no exenta de defectos; con la pasión y la fuerza de ser hombres, como lo hemos entendido siempre, de forma singular.
Conviene recordar estos hechos no para vanagloriarse de ellos, sino para vivir conscientes de lo que es posible entre nosotros. Muchas cosas han sucedido durante nuestro vivir independiente. Todos hemos hecho un largo viaje de introspección en nuestras realidades particulares. El proceso, sin dejar de ser azorante y doloroso a veces, ha sido claramente fructífero. Hemos enriquecido nuestras peculiaridades; hemos potenciado aún más esas posibilidades de ser hombres, con la rara variedad y fecundidad que nos refleja a diario nuestro folklore. Y, sin embargo, a la vuelta de toda esa experiencia, el mensaje bolivariano sigue teniendo poder de convocatoria. Es tema de reflexión.
En esta hora crucial que vive el mundo, cuando gobernantes e intelectuales, sindicalistas y economistas, especialistas en todos los órdenes, están revisando a fondo las coordenadas de nuestras existencias nacionales y ultranacionales, permitidme que os invite a repensar nuestros temas comunes y las posibilidades de esperanza que nos brindan. Os ofrezco, aquí y ahora, interpretando el sentir íntimo del pueblo y las regiones de España, una voluntad de colaboración en nuestro bienestar común, en la búsqueda de una reactualización de ideales y en el logro de un entendimiento generalizado en servicio de todos.
Muchas gracias.
PALABRAS EN LA ORGANIZACIÓN DE ESTADOS AMERICANOS
Señor Presidente del Consejo Permanente,
Señores Embajadores:
Esta presencia en el seno de la Organización de Estados Americanos me llena de satisfacción. Su larga y fecunda trayectoria histórica hacen de ella la decana de los Organismos Regionales. Sus recientes impulsos de renovación, que desde España hemos seguido con atención e interés, han hecho patentes a todos la voluntad y el espíritu de futuro que anima a sus Estados miembros. Su ejecutoria de intenciones y de logros, formuladas y cumplidos dentro de un ámbito de diálogo y espíritu de cooperación, constituyen esfuerzos de entendimiento por vías pacíficas, tan necesarias hoy —y siempre— en el concierto internacional.
España se ha acercado a la OEA a impulsos de su estrecha afinidad y vinculación con el destino y la prosperidad de las Repúblicas de Iberoamérica. Hemos ofrecido nuestra colaboración —y pensamos seguir haciéndolo— en la amplia tarea de cooperación desarrollada por la Organización en los más diversos campos. Queremos coadyuvar en el plano de las estructuras interamericanas con el mismo ánimo que preside nuestro concierto bilateral con los países hermanos. Allí donde se encuentren intereses que puedan afectar al desarrollo y bienestar de Iberoamérica, España desea estar presente para aportar lo que sus recursos le permitan.
Vivimos una de las épocas históricas de transformación más profunda y radical, y, desde luego, la más acelerada en su ritmo de cambio. Los países que, con toda justicia, aspiran a su pleno desarrollo se encuentran inmersos en una competencia dinámica de obligado esfuerzo por acortar las distancias que les separan de aquella que cumplieron su proceso al compás de la Revolución Industrial. Carecen por ello del tiempo y del sosiego para la adecuada incorporación de las novedades tecnológicas.
Tal circunstancia impone un amplio y urgente esfuerzo de cooperación. Tenemos que encontrar canales que hagan viable una fluida y eficaz transferencia de las tecnologías necesarias. Debemos detectar soluciones capaces de frenar el deterioro en los términos de intercambio. Urge arbitrar los medios que mitiguen los efectos de las crisis inflacionarias de raíces supranacionales y, por tanto, incontrolables, que tan dramáticas y funestas consecuencias conllevan en punto a costo social.
Los organismos internacionales, en cuanto foros idóneos concebidos precisamente para ese diálogo supranacional, al filo de las angustiosas necesidades a que aludo, tienen una responsabilidad y un protagonismo decisivos en la articulación del clima necesario para que puedan encontrarse las ansiadas soluciones.
Señor Presidente:
Me he permitido esta brevísima incursión en las grandes preocupaciones que a todos nos embargan, precisamente por tratarse de una visita a la OEA, dada su especial gravitación en asuntos que afectan a Iberoamérica.
Hubiera sido en todo caso impertinente si además no fuera acompañada del anuncio de intenciones que, en la formulación de nuestra política exterior hacia el área, contemplamos de forma inmediata. España se propone realizar un significativo esfuerzo en el plano de la cooperación con Iberoamérica. Concebimos este empeño con cierto carácter prioritario. Creemos que, como espíritu, esa voluntad de cooperación pueden aportar un sentido interpretativo homogéneo y armónico a todo el desarrollo de nuestro intercambio con los países hermanos. A niveles de las reacciones concretas, consideramos que podemos aportar nuestra experiencia, nuestros aciertos y errores, nuestra capacidad de esfuerzo y de ilusión, y ponerlos en común en beneficio de todos. No se trata aquí de altruismo declamativo, sino de clara intención de entendimiento y de promoción de nuestros propios intereses, que entendemos que en el mundo internacional que hoy se vive sólo se pueden alcanzar su plena realización cuando se conjuguen con los intereses de aquellos con los que histórica y sentimentalmente se sienten en afinidad.
Con ese espíritu y con esa idea, señor Presidente, hemos venido hoy a la Organización de Estados Americanos.
29-30 de agosto de 1977
BRINDIS DEL PRESIDENTE DEL GOBIERNO EN EL ALMUERZO OFRECIDO POR EL PRIMER MINISTRO HOLANDÉS.
La Haya, 29 de agosto de 1977
Señor Primer Ministro,
Quiero ante todo agradeceros vuestras palabras, la cordialidad de vuestra recepción y este almuerzo que habéis tenido la gentileza de ofrecerme.
Es ésta la primera vez que un Presidente del Gobierno español visita los Países Bajos y quiero dejar aquí constancia de la satisfacción que me produce esta ocasión.
El Gobierno y el pueblo de España admiran profundamente las realizaciones del pueblo holandés en su historia. Sobre el valor de ese pueblo, sobre su tenacidad, sobre su decidida voluntad de construir un país libre y próspero, habéis sabido ofrecer al mundo este ejemplo de una democracia industrial libre en lo político, justa en lo económico, progresiva en lo cultural y en lo social. Quiero aquí rendir homenaje al papel jugado por vuestra Monarquía, en su carácter de instancia suprema constitucional y arbitral.
Son todas ellas razones que justifican más que sobradamente mi satisfacción al encontrarme hoy en La Haya y puedo aseguraros sin temor a equivocarme que éste de alguna manera reencuentro entre Holanda y España, marca el comienzo de una fructífera colaboración beneficiosa para nuestros dos pueblos y países, beneficiosa para Europa, beneficiosa para la paz y el entendimiento entre las naciones.
El quince de junio de mil novecientos setenta y siete la voluntad del pueblo español, libremente ejercida, se manifestó muy claramente y de forma abrumadora por un sistema de organización político social basado en los esquemas y en los presupuestos que hoy imperan en todos los países democráticos del occidente europeo. Y España, por razones históricas, culturales y económicas que necesitan de poca explicación, es Europa, está en Europa. En virtud de esas dos consideraciones, que ya de por sí exigen unos vínculos inmediatos de solidaridad, España y Europa deben embarcarse en la búsqueda efectiva de los necesarios lazos de concertación. El pasado veintiocho de julio mi país depositó en Bruselas ante los Organismos comunitarios la solicitud oficial de adhesión a las Comunidades Europeas. Sabemos y somos muy conscientes de las dificultades económicas e institucionales que plantea la ampliación de la Comunidad. Pero el reconocimiento de la existencia de la crisis no debe hacer olvidar las profundas razones políticas y filosóficas que apoyan, que posibilitan y que hacen incluso necesaria la existencia de una Europa solidaria, en cuya construcción deseamos participar aportando una presencia y una voluntad sin la cual esa Europa quedaría incompleta. Creemos en una Europa construida alrededor de la libertad, profundamente inspirada en la justicia, decidida defensora de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, capaz de crear un entorno humano satisfactorio para sus habitantes. Ciertamente subsisten egoísmos nacionales, ciertamente los problemas económicos son graves y complejos. Pero la razón y la realidad nos indican la existencia de una posible solución negociada de las divergencias, cansancios o crisis que ni son nuevas ni son las primeras. Europa no puede quedar reducida exclusivamente a una comunidad de intereses económicos. La aventura europea es fundamentalmente una aventura política de integración.
En ese espíritu, Señor Primer Ministro, permítame que levante mi copa por la salud y prosperidad de Su Majestad la Reina, por vuestro bienestar personal y el de todos los miembros de vuestro Gabinete, por la felicidad y prosperidad del gran pueblo holandés, por un futuro en justicia y en libertad de todos los pueblos de Europa.
BRINDIS DEL PRESIDENTE DEL GOBIERNO EN LA CENA OFRECIDA POR EL PRIMER MINISTRO DANÉS.
Copenhague, 30 de agosto de 1977
Señor Primer Ministro,
Permítame antes que nada agradecer vuestras cariñosas y sentidas palabras, la cordialidad de vuestra recepción y esta cena que me habéis ofrecido. Culmina con ello una visita desgraciadamente breve pero llena de aspectos significativos e importantes para las relaciones entre nuestros dos países. Puedo aseguraros que las conversaciones que hemos mantenido han resultado del más alto interés, y que guardo un recuerdo imborrable de la cálida acogida de que he sido objeto y de la cual punto culminante ha sido el almuerzo que Su Majestad la Reina ha tenido la bondad de ofrecerme hoy mismo a bordo del yate real.
El Presidente del Gobierno español visita en esta ocasión, por primera vez en la historia, Dinamarca, y con esta visita, de manera más que simbólica, se aproximan los extremos Norte y Sur de la Europa occidental. Y digo que de manera más que simbólica porque entre España y Dinamarca se abre hoy una vía fecunda de colaboración y entendimiento sobre la base de la participación en unos ideales y en unas aspiraciones comunes, concretados en el concepto y en la filosofía de la democracia. España y Dinamarca forman hoy parte de la Comunidad occidental de naciones que pone sus esperanzas en la consecución de unas estructuras estatales y nacionales en las que, bajo diversos modos y maneras, se afirme ante todo el carácter rector de la soberanía popular y el respeto de los derechos del hombre y de las libertades fundamentales. Y al afirmar que esos principios son los que guían la voluntad del Gobierno español, quiero también señalar que estamos profundamente convencidos de que esa base habrá de constituir punto fundamental para el asentamiento de la paz y de la justicia internacionales.
La evolución democrática que mi país felizmente ha conocido en los últimos meses, y de la que constituye la máxima expresión la consulta electoral celebrada el pasado quince de junio de mil novecientos setenta y siete, nos aproxima irremediablemente a Europa. A una Europa a la cual por tantas razones históricas, culturales y geográficas España pertenece. A una Europa que no sería adecuadamente comprensible si en ella España no participara.
Guiados por esa convicción, España presentó en Bruselas el pasado veintiocho de julio la solicitud oficial de adhesión a las Comunidades europeas. Quisiéramos que en esa presentación de nuestra solicitud se viera ante todo el deseo firme de participación en la construcción de una entidad aunque fue pensada, y sigue encontrando su mejor razón de afirmación y de expansión, desde una voluntad de integración política. No seríamos capaces de tener debidamente en cuenta los datos de la realidad si ignoráramos las dificultades institucionales o económicas con que hoy se enfrenta la integración. Pero olvidaríamos también el propósito y auténtico sentido de la idea fundacional si redujéramos el concepto de Europa y el de sus instituciones comunitarias a la de una asociación de consumidores o simplemente al resultado de la voluntad contrapuesta de los Estados individuales. Registramos la existencia de problemas, pero también registramos la posibilidad de solución.
Y España está firmemente decidida a colaborar en esa construcción europea aportando a ella su potencial económico y humano, el amplio y profundo poso de su historia y de su cultura, los horizontes ultramarinos y extraeuropeos encerrados en esa historia y en esa cultura.
Os habéis referido en vuestras palabras a un concepto que nos es especialmente querido, cual es el de España como puente con el mundo árabe. Yo diría que efectivamente eso es así. Que España puede jugar un papel determinante en facilitar el entendimiento y la cooperación entre ese mundo árabe, tan próximo por muchas razones a la sensibilidad europea, y Europa, Aún más, yo os diría, como bien sabéis, que ese papel de puente con la misma eficacia y con la misma proyección de futuro puede ser jugado por mi país con respecto al gran y prometedor mundo de Iberoamérica. Con esos dos mundos nos unen lazos fraternales, y podéis estar seguro que una España sólidamente anclada en Europa sería el vehículo ideal de transmisión desde este nuestro continente hacia esas riberas tan arraigadas en nuestro conocimiento y en nuestro aprecio.
Hemos visto y apreciado en Dinamarca la existencia de una comunidad nacional fuertemente arraigada en la defensa de los ideales democráticos, ejemplo y modelo de convivencia social y de prosperidad. Dejo hoy Dinamarca con la conciencia de conocer mejor un país capaz de resolver las tensiones normales que debe sufrir toda sociedad libremente organizada en un espíritu de conciliación y de paz, y con la mirada siempre atenta a satisfacer los derechos y los intereses de los grupos que muy legítimamente hacen del mantenimiento de sus peculiaridades elementos fundamentales de su existencia. Es también nuestra voluntad el pleno reconocimiento de esas peculiaridades convencidos como estamos de que no es en la uniformidad, sino en la diversidad donde puede y debe consagrarse la unidad.
Vemos también en Dinamarca un país que nos acerca y que nos hace mejor comprender las esencias del rico mundo nórdico. Es esa una realidad a la que la España democrática y su política exterior se quiere acercar en búsqueda de una solidaridad de ideales europeos que yendo más allá de los esquemas institucionales concretos de integración abarque en amplia mirada todas las realidades del continente desde el Báltico al Mediterráneo.
Señor Primer Ministro, en ese espíritu y con esas bien fundadas esperanzas permitidme que levante mi copa por la salud y prosperidad de Su Majestad la Reina, por vuestro bienestar personal y el de todos los miembros de vuestro Gabinete, por la felicidad y prosperidad del gran pueblo danés, por un futuro en justicia y en libertad para todos los pueblos de Europa.
21 de noviembre de 1977
Señor Primer Ministro:
Deseo que mis palabras sean, ante todo, un formal pero sincero y caluroso testimonio de bienvenida a España. Nuestro país le recibe con alegría como Primer Ministro de la gran nación portuguesa y ve en usted al representante de un pueblo con el que nosotros nos sentimos unidos no sólo por los imperativos de la geografía, la historia y la cultura, sino por los afanes coincidentes de nuestros dos pueblos.
Al darle esta bienvenida cordial quiero que interprete mis palabras como un deseo de éxito de las conversaciones que hoy hemos iniciado y que concluirán mañana con un hecho histórico para nuestras dos naciones: la firma del Tratado de Amistad y Cooperación hispano-portugués.
Hace casi un año que comenzamos en Lisboa nuestras primeras conversaciones a nivel de Gobiernos. A partir de entonces, el balance de relaciones entre España y Portugal está presidido por la aproximación y el avance bajo el signo del realismo. La reafirmación de la identidad de cada uno de nuestros pueblos ha sido simultánea al deseo de una aproximación del uno al otro, basado en el respeto mutuo y en la voluntad de un trabajo conjunto en beneficio común.
Pienso que nuestros respectivos Gobiernos han sabido responder en cada momento a esa voluntad popular. Pero no sólo nuestros Gobiernos. Hace medio año se produjo un acontecimiento importante: la visita a España del señor Presidente de la República portuguesa, S. E. el General Ramalho Eanes, invitado por Su Majestad el Rey. Ese encuentro consagró la voluntad de entendimiento y cooperación en las relaciones entre Portugal y España. Y la nueva etapa que surgía de la visita fue definida por ambos Jefes de Estado como la ocasión en que los dos países dejen de vivir de recuerdos y encaren un futuro de amplia e intensa cooperación, con criterios y objetivos de efectividad y dinamismo.
Ese es nuestro reto actual. El Rey de España lo dijo con claridad y precisión: «Es incumbencia trascendente de nuestros respectivos Gobiernos estimular y articular tales sentimientos de independencia y aproximación hasta que sean íntimamente complementarios.»
En plena coincidencia con estas ideas, el Presidente de la República portuguesa afirmaba, a su vez, que «los propósitos que animan a nuestros Gobiernos trascienden las declaraciones de intención —que podrían esconder meros reflejos de inmovilismo— y tienen en cuenta la tendencia dinámica, democrática y descentralizadora de nuestras respectivas Administraciones, correspondiéndonos buscar y encontrar la eficacia que da vida a la solidaridad que deseamos».
He juzgado oportuno recordar estas palabras de nuestros dos máximos dignatarios para destacar que, cuando tratamos de reforzar los vínculos entre España y Portugal, estamos cumpliendo un objetivo de Estado, por encima de cualquier eventualidad política.
Y estamos dando respuesta a una exigencia histórica, urgida por la realidad de que nuestras dos comunidades no sólo tienen un pasado común, sino un futuro unido. Y una cosa me parece cierta: O abordamos ese futuro desde perspectivas de colaboración, o difícilmente podremos dar respuesta al reto que nos formula nuestra posición estratégica en el marco de las naciones occidentales.
Definidas las circunstancias, creo que se han dado pasos muy importantes en el orden de las acciones. En el breve espacio de unos meses, se han conseguido establecer los cimientos de una nueva estructuración de nuestras relaciones, cuyo máximo ejemplo es el Tratado de Amistad y Cooperación que mañana vamos a firmar.
Contemplo este Tratado como un hito histórico en la crónica de nuestras comunidades. Y la voluntad y el enfoque pragmático con que lo hemos abordado hacen innecesarias frases retóricas para comentarlo.
Si es cierto que el futuro se hace de realidades, el Tratado de Amistad y Cooperación pretendemos que sea el marco que encauce ese realismo y permita encontrar formas concretas de cooperación en cada uno de los aspectos que contempla.
Esas formas concretas se especifican en el terreno económico, en el militar, en el cultural, en el tecnológico y en todos aquellos derivados de nuestra vecindad.
Así, somos conscientes de que nuestras relaciones económicas precisan una puesta al día y un incremento que las haga congruentes con los intereses de nuestra vecindad peninsular y nuestra voluntad de formar parte de las instituciones europeas.
Así, la cooperación cultural, científica y tecnológica son objeto de una decidida promoción que permitirá a nuestros pueblos un conocimiento recíproco más efectivo, y unos intercambios y una colaboración más estrecha entre nuestras instituciones científicas.
Así, se establece también un marco de cooperación militar de nuestras Fuerzas Armadas.
Así, las relaciones de vecindad son contempladas con una serie de normas de conducta, de entendimiento y de ayuda, que no sólo facilitan nuestra aproximación, sino que permiten el necesario desarrollo económico-social de nuestras zonas fronterizas, mediante una coordinación efectiva de esfuerzos.
Y así, se ha creado un instrumento llamado a institucionalizar nuestras relaciones. Me refiero al Consejo de Cooperación hispano-portugués, que el Tratado crea, y al que concebimos fundamentalmente como el impulsor del ritmo y los afanes que nuestros dos Gobiernos desean dar a su colaboración en todos los terrenos.
Nuestros dos países viven un momento apasionante de su historia. La biografía de nuestros pueblos vuelve a ser paralela, como siempre lo ha sido. Ambos sienten, por primera vez en mucho tiempo, que sus procesos democráticos son irreversibles. Ambos tratan de hacer posible que el protagonismo que les ha sido devuelto sea la base de la paz civil y la prosperidad a las que aspiran. Ambos desean estar presentes en el proceso de integración europea, al que queremos aportar nuestra contribución sin reticencias, con convencimiento fundado de que, hoy más que nunca, es necesaria una Europa más unida, más libre, más fuerte y más estable. Y ambos pueblos, señor Primer Ministro, son conscientes de que una posición estratégica privilegiada supone también riesgos ciertos, a los que sólo se puede hacer frente con una sociedad estable, a nivel interno, y una clara comunicación a nivel de los dos Gobiernos de la Península Ibérica.
Soy el primer convencido de que la solidez de nuestras instituciones democráticas depende también del reforzamiento de las relaciones entre nuestros dos países, porque no podemos hacer de ellos un bloque aislado. Y si esto es así en el orden de la convivencia, es irrefutable que el peso internacional de las dos naciones ibéricas ha de salir plenamente reforzado del desarrollo de nuestras relaciones.
Ante ese horizonte, que con su visita seguimos construyendo, quiero decirle, señor Primer Ministro, que Portugal siempre encontrará en España una atención emocionada a todos sus problemas y una alegría sincera por todos sus logros. Quiero decirle que el Gobierno portugués siempre encontrará en el Gobierno español un sentimiento y un deseo de hacer operativa la fraternidad derivada de nuestra vecindad y de la proximidad cultural de nuestras comunidades. Y quiero decirle a Vuestra Excelencia, de cuya amistad y cariño hacia España tenemos sobradas pruebas, que puede contar también con el mismo cariño y amistad de mis compatriotas, de mi Gobierno y de mí mismo.
Personalmente, sólo deseo que, al término de su visita, pueda abandonar Madrid con la misma satisfacción y el mismo afecto como los que sentí cuando dejé Lisboa hace ahora casi un año.
28 de abril de 1978
Señor Vicepresidente:
Deseo ante todo expresaros la satisfacción con que os recibimos en Madrid, junto con vuestros ilustres acompañantes. Vuestra presencia nos ha brindado la oportunidad de dar un importante y nuevo paso en el mutuo conocimiento y en el diálogo franco y amistoso que existe entre nuestros dos países. Hemos examinado el curso de nuestras relaciones, a las que pretendemos dar un contenido cada vez más denso en todos los planos. También hemos tenido ocasión de considerar los graves problemas de la presente coyuntura internacional, particularmente en nuestros respectivos ámbitos regionales, así como la evolución del conjunto de las relaciones entre España y la nación árabe.
Estamos convencidos de que España e Iraq, situados respectivamente en zonas de la mayor importancia estratégica y con tantos puntos de contacto, están llamados a compartir un futuro de fecunda cooperación que naturalmente empieza por el fortalecimiento equilibrado de todas sus áreas de relación bilateral. Nuestros dos países, cuyos lazos se han multiplicado a nivel político en los últimos años con las visitas realizadas en ambos sentidos por importantes personalidades, no pueden quedarse en la retórica de una tradicional amistad ni de unas raíces históricas compartidas, sino que deben de esforzarse, como ya lo están haciendo, pero con más voluntad si cabe y en todo caso con mayor decisión, en el camino de objetivos precisos que nos engarcen en la común tarea que supone la búsqueda del bienestar y el desarrollo de nuestros pueblos.
Ciertamente, el comienzo de la puesta en práctica de un conjunto de acciones destinadas 0 precisar nuevos campos en los que resulte posible ensamblar las capacidades tecnológicas e industriales españolas con las necesidades de desarrollo y posibilidad de recursos financieros del Iraq, han venido a coincidir con la difícil situación socioeconómica que atraviesa España, marcada por la amenaza que para el proceso de nuestro crecimiento económico significa el desequilibrio en la balanza de pagos, las consecuencias de una alta tasa de inflación y la incidencia del paro, hechos que tienen su origen, junto con otros factores, en las implicaciones de la crisis del petróleo de mil novecientos setenta y tres, que ha dejado sentir sus efectos con independencia de la actitud que unos y otros países adoptaron frente a las raíces políticas del conflicto que suscitó la mencionada crisis.
Las relaciones económicas hispano-iraquíes se han visto así dominadas por el factor energético, particularmente importante para nuestro país, lo que ha motivado que nuestras importaciones de crudo iraquí sólo hayan podido ser cubiertas hasta el momento en un diez por ciento por nuestras exportaciones al Iraq. Es verdad que ha habido que superar una serie de viejos problemas heredados de nuestras estructuras exportadoras, pero aunque esto se ha logrado en buena parte, la relación real de intercambios no ha alcanzado la cota de equilibrio a que mutuamente debemos de aspirar, ya que la complementaridad de nuestras economías constituye una baza importante que no debemos desaprovechar.
Hasta ahora la tradicional amistad entre nuestros dos pueblos y el constante apoyo español a las justas causas de la nación árabe no han tenido reflejo, como sería deseable, en el terreno económico. España debe estar más presente en vuestros ambiciosos proyectos de desarrollo, a los que puede aportar su tecnología contrastada internacionalmente y su todavía reciente experiencia en los problemas que plantea el despegue económico, muy similares a los de vuestro país.
Creo, en consecuencia, que España e Iraq deben abordar con mayor voluntad política, si cabe, y en todo caso con mayor decisión, los planteamientos concretos y el fortalecimiento de la presencia española en la vida económica de la República del Iraq para evitar caer en lo que tantas veces hemos criticado, las simples palabras, las declaraciones de intención.
A pesar de todo, soy optimista. Lo soy porque la posición de nuestros dos países en sus respectivos ámbitos geopolíticos y la similitud de sus objetivos, dirigidos a lograr el bienestar y el desarrollo equilibrado para nuestros pueblos, la firmeza de sus tesis respecto a los problemas de ámbito internacional que les afectan y la conciencia de la justicia intrínseca de sus planteamientos justifica mi convencimiento de que España e Iraq alcanzarán una cooperación ejemplar en todos los terrenos, que podrá servir de modelo a la tantas veces mencionada cooperación euro-árabe, que en la mayoría de los casos no va más allá de la pura retórica. España, señor Vicepresidente, por su historia, por imperativos geográficos y por su grado de desarrollo reclama una posición privilegiada en sus relaciones de todo orden con el mundo árabe. Estoy seguro de que la conseguirá.
El fortalecimiento de la unidad árabe constituye un factor vital de equilibrio y seguridad para el mundo. España, en este sentido, no es indiferente a cuanto pueda incidir de modo negativo sobre vuestra solidaridad. Tampoco lo es ante la evolución de los acontecimientos en Medio Oriente y ante la situación de fuerza allí imperante, que la preocupa gravemente. Vuestra visita oficial me brinda la ocasión de proclamar de nuevo el apoyo español a las justas causas de la nación árabe en aquel conflicto y de reiterar solemnemente que la paz en esa región sólo puede restablecerse sobre unas bases que han de pasar necesariamente por el reconocimiento de los legítimos derechos nacionales del pueblo palestino.
Esta indeclinable posición de España se inspira, repito, en los profundos lazos que nos unen y en la justicia de vuestras razones. Por ello el pueblo español espera que en justa reciprocidad la nación árabe apoyará también la justicia de su causa, oponiéndose a las maniobras que atentan directamente contra su soberanía y su integridad territorial.
Catálogo de publicaciones de la Administración General del Estado http://publicacionesoficiales.boe.es
Ministerio de la Presidencia. Secretaría General Técnica-Secretariado del Gobierno. Centro de Publicaciones