Los Reyes en Europa
3. EL PREMIO CARLOMAGNO
Majestades,
señoras y señores:
Con la concesión del Premio Carlomagno al Rey de España enlazamos el pasado con el presente histórico de Europa. La figura de Carlomagno, que da nombre a este Premio, representa para nosotros un viejo sueño europeo. Es el sueño de la unidad en la diversidad —una unidad que se había perdido al concluir la Edad Antigua con la caída del Imperio Romano— y una variedad que, a través de un largo proceso histórico, ha conducido a la caracterización individual de las naciones europeas.
La unidad política del Continente pareció lograrse entonces bajo Carlomagno. De su obra unificadora forma parte también la iniciativa de recobrar a España para los europeos, casi totalmente invadida entonces por los conquistadores islámicos del Norte de Africa. La «Canción de Rolando» —un documento que forma parte de la común herencia literaria de todas las naciones europeas— da testimonio todavía hoy de aquel fracasado intento.
Partiendo de las zonas no sometidas, que resistieron a la conquista árabe, los propios españoles lograron, en luchas seculares, reconquistar el subcontinente ibérico para la fe cristiana y para Europa. Pero estos siglos no sólo supusieron una confrontación religiosa y política, sino que desencadenaron también en muchos ámbitos una recíproca fecundación y convivencia cultural.
Hasta bien entrado el siglo XVI, cuando bajo el Rey español Carlos I —nuestro Emperador Carlos V— se logró de nuevo la unidad de una gran parte de la Europa de la época, al menos en lo que respecta a españoles y alemanes, España actuó como un puente entre la cultura Helénica clásica y la Islámica.
La cultura medieval de la Europa cristiana sería inconcebible sin ese contacto, sin ese fecundo intercambio con el centro cultural islámico, es decir, sin España. Sin la tradición árabe a través de los españoles, Aristóteles, por ejemplo, se habría perdido para nosotros los europeos. Sólo por medio de los grandes sabios árabes y de sus sucesores musulmanes en suelo español, ha podido llegar a Europa el antiguo tesoro del saber en los campos de la medicina, de la física y del pensamiento metafísico fundamentalmente.
También la cultura española da testimonio de haber actuado de puente fecundo por encima de las fronteras de Europa. Testimonio vivo son los grandes monumentos de la arquitectura hispanoárabe, que tan fuertemente influyeron en la historia de la arquitectura europea y que aún hoy, Majestad, despiertan año tras año la admiración de tantos visitantes europeos de vuestro país.
Un nuevo testimonio al respecto lo constituye la epopeya española de la Reconquista, El «Cantar del Mio Cid», que no sólo nos refiere las luchas entre musulmanes y cristianos, sino que nos habla también de su coincidencia en el respeto a los ideales caballerescos.
Es en suelo español donde se produjo tal simbiosis. De España partió esta contribución a la cultura europea que, durante las importantes centurias del poderío español, imprimió carácter al conjunto de la cultura occidental.
La influencia ejercida entonces y aún en nuestros días por España, se pone de manifiesto con sólo rememorar el año, por muchos considerado decisivo, de mil cuatrocientos noventa y dos: La culminación de la Reconquista española con la conquista de Granada, la huida o la expulsión de numerosos musulmanes a Marruecos, la expulsión de los judíos españoles y el Descubrimiento de América por Colón. Fue entonces cuando España proyectó tan profunda influencia sobre toda la Historia Universal.
Las repercusiones literarias del ocaso de la época caballeresca española —en el personaje de Don Quijote, por ejemplo— forman parte de la herencia cultural común de todos los europeos. Indudablemente, «El Caballero de la Triste Figura» es para todos los europeos el personaje más popular de la literatura española. Goethe, uno de los máximos exponentes de la cultura alemana, calificó a Cervantes Saavedra, el creador de Don Quijote, como el más importante escritor, a la par que Shakespeare,
Al propio tiempo que los musulmanes fueron expulsados de España los judíos. Muchos judíos sefarditas encontraron en Europa Occidental una nueva patria. Por ejemplo Hamburgo, mi ciudad natal, tiene mucho que agradecer a esos emigrantes españoles.
Con el Descubrimiento de América la historia de Europa adquirió proyección universal. En el Imperio de Carlos V no se ponía el sol que iluminaba a españoles y alemanes.
Pero no sólo la literatura española forma parte de esta herencia común. Igualmente irrenunciables para la común identidad cultural de Europa son las obras de los grandes pintores, desde el Greco y Velázquez, pasando por Goya, hasta Picasso.
Con la concesión del Premio Carlomagno al Rey Juan Carlos tomamos conciencia de esa herencia con todo reconocimiento.
Rendimos hoy homenaje al Monarca de la democracia española. Desde la Constitución Liberal de Cádiz de mil ochocientos doce, nuestro concepto político del liberalismo hunde sus raíces en la palabra española «liberal».
El Premio Carlomagno de este año rinde homenaje a un Jefe de Estado de vocación europea, personificador de la democracia. Vos, Majestad, habéis llevado a cabo en vuestro país una labor admirable. Habéis resuelto magistralmente la difícil tarea de conducir a vuestro pueblo por la senda de la democracia liberal. Para ello se precisaba una gran capacidad de integración. Y en esa empresa Vos mismo no habéis vacilado en superar resistencias con vuestra decidida y personal intervención.
Permitidme unas palabras de carácter estrictamente personal. Proceden de alguien más viejo en años y derivan también de la experiencia política profesional de uno de los Jefes de Gobierno europeo con mayor antigüedad en el cargo:
He admirado siempre vuestra labor, ya en mil novecientos setenta y cinco, y desde el veintidós de noviembre de mil novecientos setenta y cinco en adelante. ¡He admirado vuestro instinto democrático y, al mismo tiempo, la dignidad que habéis sabido imprimir a la democracia española!
Desde entonces he encontrado numerosos amigos más jóvenes en los diversos ámbitos de la escena política española. Y estoy profundamente impresionado, en conjunto, de la riqueza de España en hombres jóvenes, pletóricos de energía, de seguridad democrática y de madurez política. A esos hombres de España —¡representados por vuestra Augusta Persona!— quisiera expresar mi mayor respeto y simpatía.
Vos, Majestad, os habéis pronunciado ejemplarmente en pro de los valores fundamentales que confieren a Europa su identidad política y que se han convertido al mismo tiempo en los pilares políticos de la Comunidad Europea.
Esta Europa, tal como hoy la concebimos, representa los grandes ideales de las libertades políticas y sociales. Los Estados de la Comunidad Europea se han impuesto como misión demostrar que una sociedad libre y un Estado liberal democrático no son meramente un bello ideal o una lejana utopía, sino que pueden transformarse en una realidad duradera.
Esto no es tarea fácil. Precisamente estamos comprobando estos días que no se excluye la aparición de contratiempos y de decepciones.
Por eso me congratulo tanto más de la decisión con que Vos, Majestad, y con Vos todo el pueblo español, habéis emprendido el camino hacia Europa. Siempre hemos deseado la adhesión de España a la Comunidad Europea porque la consideramos enriquecedora.
He hablado del puente hacia el mundo árabe-islámico que representa la cultura española. La adhesión de España a la Comunidad Europea nos ayudará asimismo a tender un puente no menos importante que nos acerque a los pueblos hispanoablantes de Latinoamérica o de tradición cultural hispánica. También precisamos de una estrecha colaboración con ellos.
Vuestro País, Majestad, ha generado grandes paladines de la unidad de Europa. Precisamente en mil novecientos treinta y siete escribía Ortega y Gasset: «Europa surgió como un conglomerado de pequeñas naciones. La idea y el sentimiento nacionales fueron en cierto sentido sus más característicos descubrimientos. Ahora, Europa se ve obligada a superarse a sí misma. Este es el esquema del drama gigantesco que va a representarse en los años venideros».
Y en otro pasaje va aún más lejos y precisa: «Sólo la decisión de hacer de los grupos de pueblos de este Continente una gran Nación podría reanimar de nuevo el pulso de Europa».
Ya en mil novecientos setenta y tres fue objeto de homenaje aquí en Aquisgrán un sereno luchador de España en pro del pensamiento liberal y democrático: Salvador de Madariaga. También él contribuyó de forma esencial a la plasmación práctica del concepto de unidad europea. También él perseveró en el estímulo a la ejecución de esta empresa unitaria.
La Comunidad Europea se encuentra hoy inmersa en la crisis económica más grave de su historia. Los Estados miembros sólo podrán hacer frente a tales desafíos desde una posición solidaria.
Sin el gran mercado interior, que tantas ventajas ha proporcionado a los países de la Comunidad; sin una estrecha cooperación económica y monetaria ningún estado miembro por sí sólo será capaz de resolver los problemas que genera la crisis de adaptación al marco de las nuevas condiciones económicas mundiales.
Esta crisis económica mundial exige que la Comunidad se robustezca en su capacidad de acción y que la cooperación y la cohesión entre los Estados miembros siga desarrollándose y perfeccionándose.
Sólo así podrá la Comunidad estar a la altura de los desafíos que se le presentan en el ámbito de la política mundial, dada su calidad de interlocutor. Europa únicamente podrá desempeñar este papel de socio favorable a una política de paz y de libertades en alianza con las democracias de América del Norte. Sólo así será posible el mantenimiento del equilibrio en Europa, indispensable para conservar la paz.
El Ministro de Asuntos Exteriores de vuestro País, al presentar la solicitud de ingreso en la Alianza, destacó expresamente los objetivos del Tratado del Atlántico Norte con los que España se siente identificada y que son, cito del texto del Tratado: «garantizar la libertad, la herencia común y la civilización de los pueblos, que se asientan sobre los principios de la democracia, de la libertad de la persona y de la primacía del derecho».
En la aspiración de España a ingresar en la Comunidad de las democracias liberales de Occidente vemos una prueba de la vitalidad y del poder de atracción de esta Comunidad, a pesar de las grandes dificultades. Somos conscientes asimismo de la importancia que tanto para el futuro de España como para sus vecinos europeos y todo el mundo occidental tiene el deseo de España de entrar a formar parte de la Comunidad Europea y del Pacto Atlántico.
El Gobierno Federal percibe con toda claridad la gran importancia de las negociaciones en curso para el ingreso en la CEE y de su satisfactoria conclusión.
Naturalmente sabemos que al concluir las negociaciones de adhesión seguirá un período de adaptación que ha de ser largo y no fácil.
El señor Presidente Calvo Sotelo y yo hemos conversado con detenimiento al respecto. Pueden producirse decepciones porque con frecuencia se conciben esperanzas a plazo demasiado corto, mientras que las grandes ventajas del Mercado Común y de la cooperación europea sólo pueden ser efectivas a largo plazo.
El recíproco proceso bilateral de adaptación requerirá considerable tiempo. Por ello es preciso acordar los mecanismos y plazos que faciliten el período de transición.
El Gobierno Federal pone todo su esfuerzo en cooperar a un feliz término de las negociaciones y en contribuir a la creación de condiciones aceptables para ambas partes que puedan ayudar a superar el difícil período de adaptación.
Participamos de todas aquellas reflexiones que tienden a asegurar oportunamente la solidez y coherencia de una Comunidad ampliada. Es un deber que nos asiste frente a España y también frente a Portugal, el otro país de cultura europea de la Península Ibérica.
Majestad, permitidme para finalizar expresaros mi cordial felicitación por el honor que a Vos y por vuestro conducto a vuestro pueblo, os ha sido concedido. El pueblo alemán y el español están unidos desde hace largo tiempo por una tradicional amistad. Junto a numerosos alemanes que gustan de pasar sus vacaciones en España —yo me cuento entre ellos— hay muchos de mis compatriotas que han echado allí sus raíces y que con sus conocimientos contribuyen al entendimiento recíproco.
Alrededor de ochenta mil españoles trabajan en nuestro país, que unidos a sus familias son en total casi ciento ochenta mil personas que aquí viven, trabajan, estudian y con su esfuerzo cooperan en favor de nuestro futuro social. Reconocemos con gratitud su aportación al desarrollo económico de la República Federal de Alemania.
Os aseguro que el deseo de España de recorrer con nosotros a partir de ahora el camino hacia una Europa unida ha sido acogido en este país con especial cordialidad.
No sólo vuestro pueblo os da las gracias por el papel que Vos personalmente habéis desempeñado en esta evolución. También nosotros los alemanes os expresamos nuestra gratitud de corazón.
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