4. URUGUAY. BRASIL. VENEZUELA: PREMIO «SIMÓN BOLÍVAR»
La larga tradición de diálogo y flexibilidad de vuestro pueblo, la inagotable capacidad de asimilación y absorción de que Brasil ha dado muestras sobradas desde el momento histórico del grito de Ypiranga, son valores espirituales permanentes que ayudarán sin duda a cimentar el definitivo peso específico de América en el mundo del siglo XXI
Señor Gobernador:
Constituye un motivo de singular agrado contestar a las palabras tan cordiales que acabáis de pronunciar en nuestro honor.
Vuestros sentimientos hacia España y hacia nuestras personas suscitan en la Reina y en mí un eco de singular satisfacción y agradecimiento.
Os rogamos hagáis extensivo estos sentimientos a todos los ciudadanos del Estado de Bahía y de su capital, Salvador.
Bahía, joya del Brasil, es el pórtico de nuestra entrada a este gran país. La belleza de su arquitectura, la fuerte personalidad histórica de la ciudad, el profundo significado de este pueblo en la historia del Brasil, son razones todas ellas que llaman poderosamente nuestra atención.
Pero encontramos en Salvador y en Bahía algo más que un pasado ilustre. Existe ya un presente bajo el signo de la potencia creadora, de la fecundidad del trabajo de su pueblo, que, al compás de las circunstancias de cada época, ha sido capaz de proyectarse más allá de las dimensiones culturales.
Hemos sido testigos durante nuestra visita a la ciudad de la enorme pujanza de la vieja capital del Brasil. Sabemos además que el Estado de Bahía ha sido el de más rápido desarrollo industrial en Brasil durante los últimos diez años.
España, señor Gobernador, tiene una importante colonia en Salvador. En base a su dinámica presencia, albergamos la esperanza fundada de que los intercambios entre España y Bahía se intensifiquen y adquieran una mayor diversidad para mutuo beneficio de las relaciones globales entre España y Brasil, país este último en el que vuestro Estado tiene un peso específico propio y muy sólido.
Ved, pues, que las razones de nuestra admiración y las de nuestro agradecimiento por la hospitalidad que nos estáis dispensando se justifican sobradamente por motivos del más profundo significado histórico y por la conciencia de la necesidad de cooperar juntos en un futuro común.
Estamos seguros de que el Estado de Bahía, al que tan sabiamente gobernáis, participa de las inquietudes de que os hablo.
Vuestro prodigioso arte escultórico, la belleza de vuestras iglesias barrocas, el poderoso sincretismo cultural de las partes más nobles y viejas de esta histórica ciudad, su profunda síntesis de naturaleza y arte, han cautivado para siempre nuestro corazón.
Señor Gobernador:
El día de hoy ha sido para nosotros un gran día, pues hemos pulsado de cerca el ritmo vital de esta ciudad única e incomparable en la que muchos de mis compatriotas trabajan ejemplarmente y por la que muchos españoles del siglo XVII vertieron su sangre y sus ilusiones defendiéndola con gallardía del entonces enemigo común.
Recibid nuestro deseo y nuestro vaticinio de que Bahía siga siendo por mucho tiempo el gran ejemplo que históricamente ha sido y que su futuro se prolongue en los años sucesivos con la brillantez que todos deseamos.
La Reina y yo queremos expresar nuestro agradecimiento emocionado por la acogida que esta colonia nos ha dispensado en el Centro Cultural y Recreativo Español de Bahía, espléndido marco de una presencia hispana tan brillante y prestigiosa en esta ciudad única de Salvador.
Al hacerlo así debo expresar el orgullo legítimo que como español siento por la riqueza de vuestras asociaciones, que han fructificado en grandes logros comunitarios.
Este mismo centro cultural, la prestigiosísima Real Sociedad Española de Beneficencia, la Sociedad Cultural de Caballeros de Santiago y, en definitiva, la unión de toda esta presencia española en un Consejo Coordinador de la Colonia, un Consejo Coordinador que tan excelentes resultados viene produciendo en la protección a las necesidades de todo tipo de nuestros compatriotas y en el muy positivo proceso de integración en esta abierta y generosa sociedad brasileña.
Aunque mi estancia entre vosotros será forzosamente breve, quiero llevar al ánimo de los españoles de Bahía, herederos hoy de una presencia de gran dimensión histórica y cultural mantenida ininterrumpidamnete a lo largo de una historia gloriosa, una serie de reflexiones sobre la condición pasada y presente de los españoles en América.
España ha dedicado ya largos y ricos capítulos de su historia a este continente hermano. Capítulos en los que el valor de sus protagonistas más legítimos —descubridores, conquistadores, misioneros, etc.—, ha sido completado por la generosa savia nueva de tantos españoles que como trabajadores y empresarios ha contribuido a la grandeza de este país y de otras naciones hermanas del hemisferio.
Ser español en Bahía entraña un timbre de gloria histórica, de presencia mantenida en la ciudad a lo largo de casi cuatro siglos y de reto ante el futuro.
En este Estado, el de más rápido desarrollo industrial en Brasil en los últimos diez años, vuestra laboriosidad ha sido y es un permanente ejemplo de integración, adaptación al medio, tenacidad y entrega.
Habéis conseguido un éxito económico, ensanchando vuestro futuro y el de vuestros hijos, que supisteis completar con una dimensión cultural de mayor alcance y una presencia muy viva en la ciudad, como demuestra la propia existencia de este magnífico centro que os honra y nos honra a todos los españoles.
Las muestras que habéis dado de coordinación y unión entre los distintos miembros de la colonia y las diferentes organizaciones de la misma, debería servir de ejemplo en otros muchos lugares de la geografía americana, ya que la herencia histórica de vuestra notable presencia en Bahía debería ser esa: que la voluntad de vencer los obstáculos y la unión necesaria que para ello se requiere, constituyan la única forma de perpetuar un pasado tan sólido como grandioso.
No quisiera terminar estas palabras sin expresaros que debemos concentrar nuestras energías e ilusiones, no mirando hacia el pasado —del que, por supuesto, nos sentimos legítimamente orgullosos—, sino atendiendo al futuro promisorio que nos aguarda, para lograr construir una sociedad mejor para nosotros y para nuestros hijos.
No es ajeno a este éxito de vuestras vidas el respeto y el cariño al que os habéis hecho acreedores por parte de las autoridades de este Estado y por el mismo pueblo brasileño de Bahía. Me permito, pues, terminar estas palabras felicitándoos de todo corazón por el carácter ejemplar de la colonia de España en Salvador.
Excelencia,
señoras y señores:
En primer lugar deseo agradecer, en nombre de la Reina y en el mío propio, la generosa hospitalidad con que nos habéis acogido en esta hermosa ciudad de Brasilia, así como el brindis henchido de fraternidad y afecto que acabáis de pronunciar.
Las afinidades y raíces esenciales entre Iberoamérica y España, constituyen los cimientos más sólidos para construir un fructífero entendimiento y una coherente acción exterior basada en la concreción de un proyecto político común y en la credibilidad del mismo.
Por creer vivamente en ello pisamos siempre América con verdadera y renovada ilusión y con un sentido de la familiaridad al que no es ajena la Historia misma.
Excelencia:
España entera mira hoy con respeto y admiración a la nación brasileña. La palabra Brasil concita en todos los españoles cálidas y mágicas evocaciones. El carácter legendario de una tierra de promisión, generosamente abierta a tantas influencias del exterior a lo largo de los siglos, de tan alta capacidad para la receptividad y la síntesis, justifican sobradamente aquel sentimiento.
La épica de los «bandeirantes», su incesante y prodigiosa marcha hacia el Oeste, el continentalismo itinerante de la nación brasileña, en suma, se podrían encontrar resumidos en esta capital federal, Brasilia.
Milagroso ejemplo de la tenacidad histórica en la lucha por el destino.
La historia toda de Brasil es un compromiso permanente entre la inmensidad del empeño humano ante un medio, en principio adverso, y la voluntad de sus gentes por superarlo, abiertas siempre al diálogo y a las nuevas fronteras.
Nos une a Brasil la historia común de aquellos sesenta años, a caballo entre los siglos XVI y XVII, así como los valores culturales que desde entonces permanentemente compartimos y la pertenencia inequívoca a una civilización común.
A ambas orillas de ese océano nuestro convertido en mar familiar, nos une igualmente una actitud ante el futuro.
A la imagen tradicionalmente bondadosa que siempre presentó Brasil en España como auténtico Eldorado integrador, como ubérrimo productor de materias primas, como país de gran receptividad hacia los flujos migratorios y con una extraordinaria capacidad para la asimilación de los elementos foráneos que ha integrado en su cultura y modo de ser nacionales, se añade hoy la admiración por la sabia andadura de este país en tan difícil coyuntura política y económica como la que vive el mundo de nuestros días.
Vivir en democracia es un privilegio. Gobernar con las limitaciones exigidas por el respeto estricto a las libertades y derechos de los individuos —tanto desde el punto de vista jurídico como desde el político— es un difícil quehacer que exige inteligencia, habilidad, sabiduría y continuado tacto político.
Si en el mundo de la organización social se puede hablar de algo más difícil que de gobernar en democracia es de llevar a feliz término un paulatino proceso de apertura política.
En Iberoamérica existen tantos tiempos históricos como naciones. Sólo desde ese punto de partida se puede buscar una aproximación auténtiva y objetiva al tema.
No haberlo comprendido así, no haber enfocado nunca con el necesario realismo ni con el debido respeto el estudio de las corrientes profundas de la historia de América, ha causado graves malentendidos de nefastas consecuencias, no tan lejanos ni en el tiempo ni en el espacio.
Por lo que se refiere a Brasil, tanto más dolo-rosa ha sido esta carencia informativa cuanto que éste es un país de personalidad muy definida en su contexto geopolítico, sugerente y rico en matices de todo tipo, gran potencia del siglo XXI, enorme realidad política e industrial ya hoy, llamado sin duda a interpretar un papel de máximo relieve en años venideros.
Por ocioso que parezca habría que remontarse a un planteamiento de tipo histérico-cultural para comprender debidamente lo que significa este país en el contexto de la historia general del continente americano y en las específicas relaciones de España con esta parte del mundo.
Brasil, cuyo destino estuvo íntimamente unido al de las viejas metrópolis lusitana y española, adquiere su papel propio con la República Federativa, que fue la gran palanca de la formación de la conciencia nacional.
Toma las riendas de este gran país en un momento en que hubo de pasar del futuro promisorio a las nuevas realidades del siglo XX.
Contó para ello Brasil con un dato muy positivo: fue la suya, en su día, una independencia no traumática, gracias al gran papel histórico jugado por la Monarquía y el Imperio en los albores del siglo XIX.
Con los inevitables cambios escenográficos que el desarrollo y la industrialización han impuesto —basta asomarse a las vibrantes páginas escritas sobre el tema por la gran escuela brasileña de la sociología del desarrollo—, la realidad permanece inalterable: Brasil es en nuestros días un ejemplo notable de experiencias políticas y económicas que marca un modelo a seguir en muchos otros países. La experiencia ha de ser forzosamente positiva. Poner en marcha este proyecto es el gran reto de las postrimerías del siglo XX.
Bajo la hábil dirección de vuestra excelencia, la política exterior brasileña en estos últimos años ha utilizado estas peculiaridades, estas experiencias únicas, esta posición geopolítica prácticamente continental.
Se ha creado una política exterior en consonancia total con la realidad brasileña.
Brasil ha sabido ampliar la proyección, en número de Estados componentes, de ese mar familiar del que hablaba hace un momento.
El Océano Atlántico, como consecuencia de una inteligente comprensión del ser histórico y del presente de Brasil, ha pasado a ser un ancho camino de unión, no sólo con los pueblos europeos, sino también con los países del continente africano que tan fácil y certeramente interpreta Brasil por razones que se hunden en la más profunda entraña del pasado brasileño.
La política exterior de Brasil es imaginativa y prudente, experta y permanentemente abierta a las nuevas corrientes que le dan continua vitalidad.
Buena prueba de ello es el planteamiento que vuestra excelencia hizo ante la Organización de las Naciones Unidas el pasado mes de septiembre de 1982.
Ningún estadista podrá olvidar la clara exposición de los problemas que afectan a las relaciones entre países en distinto grado de desarrollo económico.
La defensa de una revitalización urgente del diálogo Norte-Sur y el camino marcado para conseguir esta meta, constituyen un ejemplo de buena voluntad, deseo de mejorar la actual crisis y un compendio de propuestas de solución a tener siempre en cuenta si se quiere lograr una convivencia internacional en la igualdad y en la justicia.
Excelencia:
La Reina y yo hemos admirado la atrevida arquitectura, plena de belleza, de los edificios públicos de Brasilia, de sus grandes explanadas y del original «plano-piloto» que dan una configuración urbanística única a esta capital federal, enclavada en el corazón del Planalto y de la que no está ausente el intento de España al presentar la síntesis estilística de mi país que es nuestra Embajada.
En días sucesivos continuaremos nuestro recorrido emotivo y dialogante por Río de Janeiro y São Paulo, ciudades de tan definitiva presencia en la vida de este gran país.
AI agradecer nuevamente a vuestra excelencia la hospitalidad que nos habéis dispensado, debo proclamar la gozosa emoción con que vivimos estos momentos de acercamiento entre dos pueblos hermanos de raigambre ibérica que están indisolublemente unidos a lo largo de los siglos por la pertenencia a una misma familia y por propio mandato de la historia.
Y que, sobre todo, proyectan su futuro con la certeza de la coincidencia esencial en la tarea histórica común que nos aguarda.
Señor Presidente,
señora de Figueiredo,
La Reina y yo, en nuestro propio nombre y en el del pueblo español, os decimos de nuevo: muchas gracias.
Señor Presidente,
señores Congresistas:
Me honra sobremanera vuestra invitación de dirigir esta alocución al Senado y a la Cámara de los Diputados de la República Federativa de Brasil, reunidos en sesión conjunta y, a su través, al pueblo que vosotros representáis.
Para cualquier español, los pueblos de América tienen un significado profundo, consecuencia lógica de una historia común y de la especial relación que a través de los siglos nos ha unido de forma permanente.
Por varios motivos, no resulta, sin embargo, empresa fácil referirse al significado hondo de esas relaciones.
Y es que de Iberoamérica no se puede hablar como si de un todo homogéneo se tratara, aplicando recetas generalizadoras o queriendo transferir modelos ajenos, como a veces se cae en la tentación desde algunos puntos de Europa.
En el continente americano existen tantos tiempos históricos como naciones, lo cual supone peculiaridades nacionales y diversos grados, ritmos y niveles de desarrollo estructural.
Sólo desde esa base de partida se puede intentar una aproximación a Iberoamérica.
Superada una época en la que España e Iberoamérica han estado más cerca en lo formal que en las cuestiones de fondo, se inicia una nueva etapa en la que las relaciones entre nuestros pueblos pueden y deben adoptar un común proyecto de auténtica dimensión histórica.
La proyección americana de España constituye uno de los objetivos fundamentales de la política exterior de mi país y, al mismo tiempo, un compromiso que, encarnado en la Corona, quedó reflejado en nuestra Norma Suprema Constitucional: «El Rey asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente en las naciones de su Comunidad histórica»...
La puesta en marcha de este proyecto es el gran reto histórico que España afrontará en los próximos años a uno y otro lado del Atlántico, porque más que una política hacia Iberoamérica, se debe hablar de una política con y al lado de los pueblos de este continente.
Las bases que regirán esa política deben ser asumidas por cualquier gobierno democrático español, independientemente de su signo político; en consecuencia, por todas las fuerzas políticas y sociales del país, obedeciendo a una auténtica política de Estado.
Esta concepción estatal ha quedado expuesta con ocasión de mis anteriores viajes al continente hermano, tratando de fijar las líneas generales de estos vínculos en sus dimensiones exactas.
En más de una ocasión he manifestado que deseamos mantener relaciones permanentes y profundas con el continente iberoamericano, porque por encima de los gobiernos, que son coyunturales, están las relaciones con los pueblos, que son permanentes.
Esta es la filosofía que informa la política exterior española cara a nuestra presencia en América Latina.
Continuidad de esa presencia, expresión del respeto entre los Estados y del principio de no injerencia en los asuntos internos de otros países.
La idea quedaría, no obstante, inoperante, si no pudiéramos desarrollar junto a esa política de Estado, de forma paralela, una «política de los pueblos».
La solidaridad con los pueblos que luchan por la libertad y la democracia, la defensa de los derechos humanos, la promoción de la justicia, el progreso y la paz son valores universales que defenderemos activamente y que España planteará en cuantos foros internacionales pueda hacer oír su voz.
Libertad, derechos humanos, justicia, paz..., todo ello está en juego en muchos lugares de América Latina.
Señor Presidente del Congreso,
Señores congresistas:
Al dirigirles la palabra, no puedo sino señalar lo digna de encomio que resulta la vía brasileña de desarrollo político, que de forma tan esperanzadora quedó abierta en su día.
El pluralismo político, como base de la consolidación de la democracia: el equilibrio entre un sistema de libertades y el mantenimiento del orden público; el respeto fiel y constante a los derechos humanos y la presencia en el esquema democrático de todas las minorías son condiciones que convergen en el supremo ideal democrático.
La democratización, además, supone hoy —en éste como en otros continentes— la palanca básica para la consolidación del desarrollo social y económico.
Yo me permito, pues, públicamente, felicitar aquí a los nuevos senadores y congresistas elegidos por el pueblo brasileño el quince de noviembre, en unas elecciones libres y ejemplares. En vuestras manos están depositadas ahora las expectativas de una transición democrática a la que comienza a mirar el mundo, no ya con interés, sino con auténtica admiración y respeto.
Tal es el valor de vuestra difícil andadura.
Aquellas conquistas están en la línea de la más honda tradición humanista de nuestros pueblos y del reconocimiento de los valores liberales que distinguen a nuestra mutua tradición occidental, que arrancan del siglo XIX.
En los momentos actuales, en que se aspira al establecimiento de un nuevo orden internacional; en las tensiones de los grandes problemas de esta segunda mitad del siglo XX, es precisamente cuando las dificultades hacen más necesario el cambio. Cambio de actitudes, cambio de perspectivas, cambio de instrumentos en los planteamientos de nuestra filosofía y de nuestros modos de acción.
Señor Presidente,
Señores congresistas:
En el orden internacional se hace preciso el reconocimiento del margen de autonomía necesario para defender los intereses nacionales, dentro del respeto de los equilibrios regionales o globales.
Creo que, en este sentido, Brasil ha dado pruebas más que suficientes, durante los últimos años, de esa autonomía de criterios y de acción, al mantener posiciones propias en sus relaciones internacionales, que no vienen sino a enriquecer la unidad de las acciones regionales o hemisféricas.
La larga tradición de diálogo y flexibilidad de vuestro pueblo, la inagotable capacidad de asimilación y absorción de que Brasil ha dado muestras sobradas desde el momento histórico del grito de Ypiranga, son valores espirituales permanentes que ayudarán, sin duda, a cimentar el definitivo peso específico de América en el mundo del siglo XXI.
Pero aun antes, en la difícil crisis global que vivimos en nuestros días, esas virtudes reconocidas de vuestro pueblo, abierto siempre al diálogo constructivo y a la crítica creativa, ayudarán sobremanera a buscar una salida a las penurias financieras del momento actual y a solidificar los procesos de integración regional y subregional actualmente en marcha.
La riqueza de pluralismo político, de la que sois representantes, presta un gran servicio a la Comunidad de intereses de todos los pueblos americanos, que miran hoy con fe y esperanza el futuro inmediato de este gran país.
El generoso espíritu de la libertad, que constantemente ha nutrido el ideario de vuestros más destacados portavoces y de vuestras leyes, sirviendo con ejemplar fidelidad a vuestro pueblo, encierra la clave interpretativa de un futuro de creciente concordia y de grandes realizaciones.
No quisiera acabar estas meditadas palabras sin hacer una referencia a la inalterabilidad y permanencia de los vínculos reales, con base en la cultura y en la historia, que unen a España con este hemisferio, con sus pueblos hermanos de América.
Rindo, pues, homenaje ante estas Cámaras, reunidas en sesión conjunta; a las naciones soberanas e independientes de Iberoamérica, que, como es el caso de Brasil, siguen constituyendo para España el norte y la guía de nuestra política exterior.
No en vano, señores senadores y diputados, España tiene sus sentimientos fuertemente anclados en esta parte del Atlántico.
Señor Presidente:
La Reina y yo hemos escuchado con enorme interés y gran satisfacción las doctas y eruditas palabras de Vuecencia sobre la labor de esta suprema institución de justicia, y los términos tan elogiosos para nosotros con que os habéis expresado.
Le quedamos por ello muy agradecidos.
Señor Presidente:
En esta segunda jornada de nuestra estancia en la Capital Federal, el acto al que en este momento asistimos reviste una especial importancia.
En una conjunción armónica entre el lenguaje de las formas arquitectónicas y la simbología que encierra el urbanismo de Brasilia, nuestra permanencia en este Supremo Tribunal cierra un ciclo de hondo significado.
Se unen en él la sabiduría política, la prudencia diplomática y el tino jurídico bajo los que subyace la inmensa cordura del pueblo de Brasil.
He visitado en estas dos jornadas, sin tener que deplazarme físicamente más que unos centenares de metros, los tres edificios que simbolizan los pilares de la democracia que Brasil y España consideran como meta última de la convivencia humana.
El Palacio de Planalto, el edificio del Congreso y ahora esta ilustre Casa —lar de los más eminentes jurisperitos de este noble país— son la expresión acabada de las aspiraciones del pueblo brasileño y la representación de las tres facetas independientes de la organización de un Estado en un sistema de convivencia superior.
Señor Presidente:
La Reina y yo nos sentimos profundamente emocionados y regocijados por la oportunidad que tenemos de asistir a una reunión del Superior Tribunal Federal de Brasil.
En España, el respeto por la independencia de este poder, guardián celoso de la legalidad de actuación de los tres brazos del Estado, ha llevado recientemente a la creación del Consejo General del Poder Judicial, garantía máxima de la autonomía de la Judicatura respecto a los otros poderes del Estado.
España, que en una importante síntesis jurídica supo armonizar los principios del Derecho romano y del Derecho germánico en textos tan importantes como las «Siete Partidas», del Rey Alfonso X el Sabio, y que cuenta con una tradición de respeto a la independencia judicial, rinde en este acto, a través de nuestras personas, homenaje al Supremo Tribunal Federal, que Vuecencia tan dignamente preside.
No olvidaremos que esta Casa de la Justicia ha defendido, en todo momento y con firmeza, su independencia en bien de la nación brasileña y, en definitiva, en pro de la justicia.
Esta Casa, señor Presidente, es, como corresponde a un país respetuoso del Derecho, la conciencia de la nación.
Desde aquí se examina con criterio objetivo la constitucionalidad o inconstitucionalidad de las leyes, la conducta de las altas personalidades del Poder Ejecutivo, y de esta forma se contribuye a mantener no sólo la justicia, sino también la limpieza en el ejercicio del Poder, que exige la convivencia en la libertad, premisa insoslayable de la verdadera democracia.
La Reina y yo elegimos hoy este marco para transmitir al pueblo brasileño el homenaje de admiración y cariño fraternal del pueblo español, que desea que el ya existente progreso de Brasil se perpetúe, en todos los órdenes, amparado siempre por la garantía de justicia que constituye este Supremo Tribunal.
Señor Rector de la Universidad Nacional de Brasilia,
Autoridades académicas,
Señores Profesores,
Señoras, señores:
Recibo hoy con profunda emoción el doctorado «Honoris Causa» que me otorga esta joven, pero ya espléndida, Universidad Nacional de Brasilia. Constituye siempre un honor ser admitido en el seno de una institución docente de prestigio. Pero, por muchas razones, esta satisfacción está hoy teñida de un especial significado.
Esa forma especial de sentirme honrado que os expreso hoy, en el corazón de este maravilloso campus universitario, en el corazón de este inmenso Brasil, viene dada por el hecho fundamental para mí de que vuestra iniciativa ha sido dictada por consideraciones relacionadas con la trayectoria democrática seguida por mi país durante los últimos años.
Brasilia, capital de la esperanza, es el símbolo del nuevo Brasil, una nación que significa mucho en el contexto de las relaciones hemisféricas y en el más amplio a nivel mundial. Brasilia es la concreción de un sueño, de una inspiración que no es de hoy ni de ayer. El origen de la idea se pierde en la misma leyenda y empieza a cobrar sentido en los prolegómenos del siglo XVIII, aunque sea sólo como idea, para convertirse en realidad el veintiuno de abril de mil novecientos sesenta.
La Universidad Nacional de Brasilia no podía ser ajena, en modo alguno, a la concreción de ese sueño y al profundo significado de la nueva capitalidad.
Se ha distinguido en su corta, pero fructífera vida, por el carácter profundamente innovador de la cultura brasileña, a través de programas de extensión y por publicaciones editoriales, cuyos ecos han llegado a todas las grandes universidades del mundo.
Asimismo, sé del inteligente espíritu con que se han planteado muchos ambiciosos programas de investigación que aquí tienen lugar.
Debo rendir homenaje en este sentido a los distintos Rectores de la Universidad Nacional de Brasilia que han sabido dar ímpetu y fuerza iniciales a una idea y que han conseguido levantar una sólida institución de prestigio en tan poco tiempo.
Un gran pensador español, Julián Marías, cuya palabra fue oída en estos mismos claustros con ocasión del homenaje que se rindió al insigne intelectual brasileño que es Gilberto Freyre, sostenía en aquella ocasión que la función principal de la Universidad es la de «enseñar a pensar con rigor, a distinguir lo verdadero de lo falso, a dominar el mecanismo de la justificación, a entender de tal manera que, cuando no se entiende, se sepa que no se entiende».
Esta función capital —añadía— se ve amenazada por el crecimiento y por la tentación utilitaria en los contenidos de la ciencia y de la investigación universitaria.
El utilitarismo, que empezó siendo «científico», es hoy más bien económico, social y político.
Se supone que es menester ocuparse de los problemas inmediatos y urgentes de las sociedades en que vivimos. Pero la única manera de tratar con eficacia estos problemas es poseer los instrumentos conceptuales precisos, rigurosos y comprobados.
Para ello, la Universidad ha de ser fiel a su espíritu. Al espíritu del humanismo y de la democracia.
La Universidad debe estar vuelta hacia el hombre, situando la técnica en su lugar. Y, al tiempo, este humanismo ha de estar al servicio de todos.
La responsabilidad de los intelectuales converge en la misma dirección que las responsabilidades de los estadistas. El mundo tiene un encuentro marcado con el humanismo, la paz y la democracia. Y la Universidad puede ser el centro de las fuerzas que racionalizan esta construcción.
Señor Rector,
Señoras, señores:
Al expresar mi profunda gratitud por esta investidura, deseo reiterar mi hondo respeto y profundo amor hacia la institución universitaria y, al mismo tiempo, mi fe en los valores y creencias sobre los que se apoya nuestra común concepción de la vida.
En Brasil, en su capital federal, la Universidad de Brasilia representa un faro capaz de iluminar muchas de estas discusiones y anhelos.
Sabemos que el espíritu necesita ser siempre alimentado por la confianza en el hombre. Y lo sabemos desde las experiencias de las propias universidades españolas, donde permanece viva la lección del ideal renacentista que tan perfectamente encarnara en nuestros juristas y teólogos del siglo XVI, en nuestros ensayistas de la época ilustrada, en los hombres de la generación del noventa y ocho y en las actuales corrientes del pensamiento universitario.
Tengo la convicción de que en la capital de la esperanza la Universidad de Brasilia es también la universidad de la esperanza.
Muchas gracias.
Excelencia,
Señoras y señores:
Permitidme que esta noche, en este castillo tan español, clavado en el corazón del Planalto, orille un poco las formalidades protocolarias propias de estas ocasiones y os transmita el sentimiento de la reflexión que suscita este viaje nuestro a país tan querido.
La imposibilidad de escapar a los condicionamientos geográficos, el respeto profundo a la geografía y a la historia, ayudan a interpretar y a entender a los pueblos, así como a encontrar la verdadera razón de nuestras fuerzas y abrir nuevos caminos.
Es, en este orden de ideas, en donde conviene insertar la instrumentación de una política más realista entre nuestros dos países que la hasta ahora llevada a cabo.
Es preciso crear un nuevo tejido de relaciones, una urdimbre de temas concretos que permita desarrollar el sincero ambiente de colaboración que producen ocasiones como la presente.
España está deseosa de progresar en este sentido, pues sabe muy bien, Excelencia, que la única forma de avanzar por este camino es mediante los hechos concretos. Con independencia y como base a este espíritu de colaboración entre España y Brasil, existe finalmente para nuestros dos pueblos un vehículo cultural común que facilita nuestra tarea.
Nuestras lenguas, desgajadas tempranamente del mismo tronco latino, son más que hermanas.
La empresa histórica y cultural que, de la mano de nuestro rico medio de expresión, desarrollaron nuestros antepasados estuvo plena de brillantez y grandeza: la labor de cohesión regional llevada a cabo en el Paraná por los jesuítas, la defensa de la integridad territorial y de la soberanía de estas tierras que correspondió cumplir históricamente a los ejércitos españoles en Bahía en el siglo XVII y la influencia de grandes fundadores de núcleos sociales que moldearon parte del carácter nacional, como es el caso del padre Anchieta en São Paulo, justifican hondas reflexiones sobre el tema.
La profunda base cultural de Brasil, permite reconocer la riqueza propia de este gran pueblo, encrucijada de tantos destinos.
Excelencia:
Esta tradición y el orgullo de aquella gran herencia, les ha dado a ustedes la fuerza suficiente para mantener una vigilia constante contra las agresiones, de dentro o de fuera del continente, a las ideas fundamentales de paz y justicia internacional, que han sido siempre emblema de la política de Brasil.
El hallazgo de nuevos derroteros, de cauces propios e independientes en el Atlántico Sur y en la otra orilla del océano, no hacen sino enriquecer la promesa de futuro de que antes le hablaba.
Los elementos diferenciales y autóctonos, importantísimos y respetables, no pueden hacer olvidar en estos momentos de cambio ecuménico en que se busca con ahínco el establecimiento de un nuevo orden internacional, la conveniencia de mantener una voz única regional en los foros mundiales, de presentarse al diálogo como un todo, con la fuerza que da la pertenencia a un mundo tan dilatado, rico y amplio como es Iberoamérica.
Excelencia:
Yo quisiera, para terminar, reiteraros nuestro más cordial y sincero agradecimiento por las continuas atenciones de que estamos siendo objeto la Reina y yo en un país de muy especiales afectos.
Permitidme, pues, brindar por vuestra salud personal y por la de la señora de Figueiredo, invitándoos a proseguir nuestro diálogo y nuestra amistad por el bien de nuestros dos pueblos.
Acudimos con gran satisfacción la Reina y yo a este acto entrañable de reunimos con un grupo de españoles, que nos brinda así la posibilidad de expresaros nuestro emocionado saludo.
Y no podía ser de otra manera por el afecto y la simpatía que siempre despiertan en nosotros cuantos españoles están lejos de la Patria.
Sabíamos ya que vuestra colectividad vive estos días —y así acaba de recordárnoslo en sus palabras el señor Presidente— una época de unión y total integración, por lo que os felicitamos muy sinceramente.
Habéis conseguido hacer realidad un viejo anhelo —que algunos consideraban un sueño— de unir los diversos centros y casas regionales antiguamente existentes aquí en un uno solo, que llevará el nombre de «Casa de España».
Os deseo que este nombre venerado sea el símbolo de vuestra unión con la Patria que dejasteis atrás y que os tiene siempre muy presentes, así como que estos locales sean el testimonio de vuestra permanente unión con Brasil, país al que habéis adoptado como segundo hogar, y con el resto de los países que forman nuestra gran familia ibérica en los continentes europeo y americano.
Sabíamos también que esta Casa acoge hoy en su seno a todos los españoles aquí residentes, sin distinción de orígenes, regiones de procedencia o situaciones sociales.
Ello es un reflejo del generoso ejemplo que Brasil da al mundo, como gigantesco crisol de razas y nacionalidades y donde se hermanan los esfuerzos de todos vosotros y de los que, llegados de lejanas tierras, llevan a cabo los hijos de esta gran nación, en su incesante e incontenible caminar hacia su histórico destino.
Yo quisiera instaros a que os mantengáis siempre en esa línea de unidad y de cooperación, de generoso esfuerzo y de amplia solidaridad, no sólo con este acogedor pueblo brasileño —del que el carioca es risueño ejemplo y legítimo orgullo—, sino también con el resto del pueblo español, repartido entre la península y el ancho mundo de la emigración.
Pocos lugares, después de todo, invitan más a esta visión de universalidad que esta maravillosa ciudad de Río de Janeiro, testimonio de la ejemplar presencia histórica y actual de tantos compatriotas nuestros.
Con nostalgia de la Patria, con la expresión de su permanente recuerdo y con vuestra ejemplar conducta como prenda de vuestra vinculación a ella y al Brasil, la Reina y yo celebramos hoy este grato encuentro.
Señor Gobernador,
Señoras y señores:
Al entrar en esta ciudad única, de tan fastuosa naturaleza como altas calidades hospitalarias, hemos sentido la Reina y yo el orgullo de pisar una tierra que, a través de la historia, ha sido vista, visitada y vivida por tantos españoles.
Desde las primeras expediciones españolas a la Tierra de Fuego, para doblar el estrecho de Magallanes y dirigirse a la apertura de nuevas vías marítimas por el océano Pacífico, la abundancia de testimonios escritos de nuestros primeros navegantes y descubridores abundan en una serie de loas ininterrumpidas que cantan la belleza y la generosidad de este suelo.
La prodigiosa bahía de Guanabara, testigo de la llegada a este país de tantos extranjeros; la universalmente conocida topografía de la ciudad, la línea blanca y suave de vuestras únicas e incomparables playas, la increíble belleza de sus «morros» y florestas, están en el corazón de todos quienes sinceramente amamos a Brasil.
La antigua capital del país, que no ha perdido un ápice de su fuerza y poder, sigue siendo la ventana y la puerta mayor de esta gran nación.
Su gran significado cultural, su constante crecimiento económico y el prestigio de sus grandes instituciones municipales y estatales así lo acreditan y atestiguan.
Quiero expresaros, en nombre de la Reina y en el mío propio, la admiración por ese proceso de democratización que vive hoy Brasil, que comienza a atraer las mayores expectativas de bienestar y progreso y que, como reza el lema de vuestra bandera nacional, va de la mano del orden: «Ordem e Progresso.»
Al manifestaros nuestra cordialidad personal y el respeto profundo que nos merece usted por la solidez de sus convicciones, su trayectoria personal y los valores democráticos que representa, yo quisiera expresaros que la responsabilidad del poder que os corresponde al frente de este gran Estado —el que atrae más la atención en los momentos actuales de transformación política a que antes me refería— justifica sobradamente vuestra incesante lucha por la democracia y los años difíciles que todo proceso de transición entraña.
En el siglo I de nuestra Era hubo un gran español, nacido en la Bética, que había tenido todo el poder imaginable y el mayor de los prestigios e influencia en Roma, la capital del Imperio.
Paseaba su tristeza del exilio por las desiertas playas de Córcega. Abrumado por su apartamiento de aquellos años, miraba con tristeza el dulce batir de las olas en la orilla. Escribía una carta a su madre en la que amargamente se quejaba: «Carere patria intolerabile est.» («Qué triste es haber perdido la patria.»)
Al terminar de escribir aquella epístola, verdadera obra maestra en la reflexión sobre las limitaciones de la obra humana y sobre la grandeza de las convicciones morales y de la esperanza en mejores días, aquel cordobés universal, nuestro inmortal Séneca, levantó la vista con determinación y, cruzando con ella el mar Mediterráneo, supo que el hombre es ciudadano del ancho mundo, pero que su obligación seguía estando al otro lado del mar.
Carecer de patria puede ser triste, pero no recuperarla es aún más insoportable.
Yo quisiera formular un brindis, manifestándole, señor Gobernador, mi admiración por la tarea emprendida y por la que aún os aguarda tras el retorno a vuestra patria, y levantar mi copa, al mismo tiempo, por la prosperidad, paz y desarrollo de este único e incomparable Estado de Río de Janeiro.
Españoles residentes en São Paulo:
Nos resulta altamente significativo, a la Reina y a mí, este primer contacto con la colectividad española de São Paulo, de cuya laboriosidad y buen ejemplo tenemos amplio conocimiento.
Formáis una colonia histórica que desde el primer emigrante, el jesuita español José de Anchieta, hasta nuestros días, ha contribuido a la formación económica y social de esta tierra que os acoge.
Muchas de las familias que componen el más arraigado patrimonio paulista llevan nombres españoles.
Pero, además, gran cantidad de fábricas, de empresas, de comercios, han contribuido al desarrollo de este Estado y son fábricas, empresas y negocios llevados por emigrantes españoles aquí establecidos.
Durante dos décadas, entre finales del siglo pasado y principios del actual, más de quinientos mil españoles aportaron su trabajo a lo largo de este dilatado período, tan básico en la formación del moderno São Paulo.
Por muchos años, la colectividad española de São Paulo ha sido ejemplo y ha contribuido con el diecisiete por ciento de la mano de obra especializada contratada por Brasil en el exterior.
Y aún en estos momentos constituye, en poblaciones como la de São Paulo, un sector considerable de la inmigración paulista: más de setenta mil españoles.
A pesar de la buena acogida, de las excelentes oportunidades que la mayoría de los emigrantes españoles han encontrado aquí, no os habéis olvidado de España.
Mejor aún, habéis mantenido sus costumbres, cultura y folklore de forma excepcional, a través de vuestras asociaciones y centros.
Con vuestro trabajo, con vuestro apoyo económico y moral, con el voto, habéis ayudado a España a lo largo de los años.
España lo sabe. La Reina y yo lo sabemos.
Todo ello me llena de noble orgullo, al poder contemplar esta participación de los españoles en todos los sectores de la vida de Iberoamérica y, concretamente, en la gran ciudad de São Paulo de Piratininga.
España tampoco os ha olvidado nunca.
Cuando un grupo de abnegados españoles de São Paulo se propuso la idea de llevar a cabo la construcción de un colegio que impartiese la cultura española, España recogió esa idea, y aquí tenemos el Colegio «Miguel de Cervantes» para que vuestros hijos y los brasileños que en él estudian tengan el mismo tipo de formación escolar e intelectual de aquellos que están en la Patria.
España, repito, no se olvida de vosotros. Se os tiene presente para todo, como una parcela muy importante de nuestra población, sin la cual la idea de España, en cuanto pueblo, estaría incompleta.
La Reina y yo os damos las gracias a vosotros, los que habéis podido venir a nuestro encuentro. Y a todos podéis decirles que España se preocupa y se ocupa de sus compatriotas de ultramar, a los que lleva en el corazón.
Señor Rector de la Universidad de São Paulo,
Autoridades académicas,
Señores profesores,
Señoras y señores:
El honor que me deparáis con la investidura como Doctor «Honoris Causa» por esta prestigiosísima Universidad de São Paulo, tiene para mí un profundo significado y constituye una satisfacción especialísima, por cuanto rebasa el marco normal de la distinción de que se me hace objeto.
Se hace preciso en este orden de ideas una explicación sobre el sentimiento de que os hablo.
En el mes de noviembre de mil novecientos setenta y ocho, con motivo de un discurso pronunciado en la Universidad de San Marcos, de Lima, que me honró con análoga distinción, puse de manifiesto el hondo sentido histórico que se precisa para valorar debidamente la íntima trabazón intelectual y humana que ha unido siempre a las universidades americanas con las españolas.
Señalaba en aquella ocasión que las catorce generaciones genealógicas que nos separan del gran comienzo de la época de los descubrimientos y la colonización de América son, en realidad, un breve espacio de tiempo histórico.
A pesar de la gran obra realizada, es evidente que la función básica de la vieja idea medieval de la «universitas» está abriendo aún nuevos cauces y buscando nuevas fronteras.
En ninguna parte, la idea motriz de una universidad en marcha es tan evidente como en América. Y posiblemente sea la Universidad de São Paulo uno de los grandes focos intelectuales del continente, con categoría de auténtica pionera en muchas de las enseñanzas que aquí se imparten.
Pero no es sólo la Universidad, sino la propia vida intelectual brasileña en su conjunto, la que aporta los valores de una larga tradición cultural propia de este país, y, en definitiva, el carácter de renovación que vive hoy el mundo de la cultura y que tan necesitado está de nuevas ideas y experiencias con auténtica validez y dimensión universales.
Al agradecer esta distinción, resumen y compendio de los más altos valores del espíritu de este gran país, quisiera traer a la consideración de todos ustedes que en este mundo de las ideas —tan lejos de los intereses meramente políticos o de las exigencias inmediatas que plantean las relaciones internacionales— existen algunos conceptos fuertemente sentidos en mi país que pueden alumbrar nobles expectativas en la evolución de la propia idea de la Universidad en nuestros pueblos.
La cultura ibérica ha aportado muchos valores al mundo, no sólo al occidental.
La dimensión ecuménica de nuestra cultura y de sus modos de actuación y difusión forma parte ya de un patrimonio común de la humanidad. Y es curioso comprobar cómo en el origen de aquella gran aportación hemos caminado estrechamente y de la mano durante los últimos siglos.
Señor Rector,
Autoridades académicas:
El elemento diferencial más importante en cualquier proceso histérico-cultural suele venir dado por la lengua. El idioma es la sangre de nuestra cultura, como decía aquel insigne gramático andaluz del siglo XV, Antonio de Nebrija.
En el caso de Brasil, de Portugal, de las vecinas naciones hermanas de este gran continente y de la propia España, el elemento diferencial al que aludo no existe realmente.
Por el contrario, se pierde en un tronco común.
El señorío de vuestra noble lengua portuguesa viene fundido históricamente en el crisol común de las lenguas romances peninsulares. Incluso desde un punto de vista cronológico, el primer gran paso del latín vulgar a la nueva lengua lo da la lírica galaico-portuguesa.
Brasil heredó los valores de aquel gran vehículo de difusión cultural, que enriquece día a día en las aulas y fuera de ellas.
El avance del idioma, las nuevas experimentaciones en el campo de la semántica, el hallazgo de nuevos vocablos y la necesidad de encajar nuevos conceptos tecnológicos y científicos en términos de nuevo cuño, son la savia de la lengua.
Se dijo, sin razón alguna, que los pueblos ibéricos, nuestros pueblos, habían estado dotados para el cultivo —siempre brillante— de las humanidades y de las artes, pero que adolecen de ciertas condiciones básicas para afrontar con igual habilidad el mundo científico, de la experimentación y de la práctica. Esto, que siempre fue una verdad a medias, es hoy totalmente falso.
Incluso en los albores de la presencia de la civilización europea en este continente, hubo algunas especialidades científicas como la astronomía, la cartografía y la náutica en que la contribución de nuestros pueblos fue no ya general, sino trascendente y casi monopolizadora. La épica de aquellos siglos, de la que Camoens fue el gran intérprete, no se comprende sin el obligado tributo a nuestra ciencia de entonces.
Ello no ha desmerecido nunca aquel viejo respeto por las humanidades, ni el prodigioso cultivo de las mismas.
Incluso hoy, en la marcha necesaria hacia un nuevo espíritu humanístico, los países de nuestra estirpe tienen mucho que decir y que aportar al gran caudal común.
El proceso reversivo del discurso crítico-científico que presenciamos en nuestras sociedades actuales sólo puede ser válido tratando de obtener la síntesis total, la dimensión única del hombre en el mundo, a la que aspiraron las grandes inteligencias renacentistas de los siglos XV y XVI.
La crisis de valores, la búsqueda de nuevos caminos, la necesidad de fundar un nuevo orden internacional que aleje a la humanidad del holocausto de la guerra total y de las graves injusticias sociales que aún padece el hombre sobre la tierra son, mis distinguidos amigos, retos perentorios que acosan nuestro quehacer diario y a los cuales la primera obligada en dar respuesta es la Universidad.
En esos nuevos caminos, la aportación de la intelectualidad brasileña y de esta gran Universidad de São Paulo ha rebasado ya vuestras fronteras desde hace muchos años para adquirir reconocimiento público e infinidad de disciplinas: vuestra medicina, la gran tradición liberal de vuestra Facultad de Derecho, el cultivo de las ciencias sociales y el prestigio de las nuevas escuelas de la sociología del desarrollo, en que las generaciones de brasileños se suceden unas a otras en brillantez y experiencia acumulada, son buena prueba de ello.
A principios de siglo los españoles entendieron, en un generosísimo movimiento crítico que se conoce con el nombre de generación del noventa y ocho, que era preciso cambiar la filosofía de los pueblos históricos, entendiendo por tales los que habían aportado valores decisivos al desarrollo de la humanidad.
La triste coyuntura o circunstancia histórica en que dicha reflexión se fundaba, obedeció, como muy bien saben ustedes, a una guerra que muy bien pudo ser llamada «la última de las guerras románticas».
A partir de 1898 y tomando como base la propia regeneración del viejo solar ibérico, España comienza a mirar a América con la objetividad que da la perspectiva histórica, exenta de intereses a plazo fijo pero sólidamente fundada en el uso de un patrimonio común.
La filosofía de las sociedades modernas y de los pueblos históricos, tan magistralmente desarrollada en Ortega y Gasset, Unamuno y el propio Gregorio Marañón, saltan a este lado del Atlántico y se integran de lleno en el proceso reflexivo y creador de Brasil y las otras naciones hermanas, tan orgullosas ahora de su estirpe ibérica.
En ese caminar abierto, franqueado por el respeto y la admiración de tantos otros pueblos, la literatura ha servido de vehículo en esa síntesis unitaria: de Camoens y de Cervantes a Machado de Assís y a Jorge Amado, la fuerza de nuestra lengua ibérica lo ha invadido todo. El teatro, la poesía, la gran narrativa de los últimos veinte años —tan plagada de excelentes obras brasileñas— han asombrado al mundo.
El sentido individualista, el espíritu épico, el determinismo del medio físico y la subsiguiente adaptación cultural, han dado paso en los últimos años a una gran poesía crítico-social, heredera de nuestras mejores glorias.
La explosión de las artes plásticas ha tenido en nuestros pueblos, y a veces Brasil ha sido vanguardia de estos movimientos, una dilatada historia.
El prodigioso arte barroco de que tan excelente muestra son las iglesias de Salvador en Bahía y el más tardío que se da en la maravillosa ruta del barroco de Minas Geraes, ya entrado el siglo XVIII, constituyen un patrimonio artístico muy sólido que estáis sabiendo conservar y proteger, pues no solamente es un bien vuestro, sino también del arte universal.
Dos siglos más tarde, esta inquietud oficial de todos los gobiernos brasileños se ha traducido en la búsqueda de nuevas experimentaciones, en torno a las vanguardias del arte, mediante infinidad de foros artísticos y exposiciones internacionales.
La Bienal de São Paulo tiene un gran peso específico en la vida cultural y artística de toda América.
La propia fisonomía de vuestras ciudades, desde Río de Janeiro a São Paulo, desde Salvador a Recife, desde esa joya de San Luis de Maranhão a Brasilia, con el prodigioso plano urbanístico de Lucio Costa y el genial enfoque de la moderna arquitectura a cargo de Oscar Niemeyer, es paradigma de un protagonismo artístico de Brasil en el mundo entero.
La comunidad de ideas de que os he hablado y el sentido de la ética y de la estética en los propios valores de la herencia cultural hispana, vienen enriquecidas por la aportación de elementos sumamente originales que trabajando sobre el patrimonio común de la tradición cristiana, de la civilización grecorromana, de las contribuciones de otros pueblos que dejaron su paso en la península Ibérica, de la riquísima historia originaria de América, dan un sentido único y especialísimo a nuestros valores ibéricos.
Un gran ensayista español de este siglo, Américo Castro, señala que el fenómeno cultural, único en Europa, que se produce en la península Ibérica durante los siglos medievales y renacentistas obedece a un factor original y propio de nuestra cultura: la mezcla de lo íntimo, de lo personal y lo subjetivo con los elementos de observación objetivos.
En España, en Brasil, la experiencia de lo personal, la perspectiva humana insoslayable, enriquece «ab initio» el fenómeno de la progresión científica y del discurso crítico universitario. Esta aportación original ha enriquecido la cultura universal.
Yo quisiera que, en base a esta experiencia, las viejas conexiones de nuestras universidades, tan cargadas de dimensión histórica, se relanzaran con fuerza en estas fronteras del siglo XXI.
Que la cooperación científica y técnica que demanda el mundo de nuestros días se hiciera cada vez más estrecha entre Brasil y España.
Invito a partir de ahora no sólo a las instancias políticas y administrativas de ambos países sino, a lo que aún es quizá más importante, al sector del mundo de la cultura y de la Universidad, tan dignamente representado aquí, a participar con entusiasmo en estos nuevos caminos que deben estrechar la vieja y afectiva relación histórica entre Brasil y España.
Que el eje cultural e histórico entre la península Ibérica y este gran Brasil de nuestros días sea una realidad operativa y brillante a nivel mundial, pues no le faltan elementos de riqueza para conseguirlo.
Mi país conoce perfectamente que, gracias a un proceso histórico irreversible, pero que es preciso cuidar y atender, nunca ha estado solo ni podrá estarlo.
Que forma parte de una gran familia que vive a ambas orillas de este gran océano.
Y que, en definitiva, nuestra comunidad de intereses y nuestra sólida herencia deben dictar la coordinación de nuestros pasos y ofrecer nuestra experiencia única y sumamente válida al resto del mundo.
No hacerlo así, señores, sería una ingratitud histórica y un suicidio cultural, en un momento en que el proceso de democratización y la riqueza que aporta el pluralismo político, facilitarán enormemente la circulación de nuestras ideas culturales no sólo en el hemisferio, sino en el mundo entero.
Progresar en aquella dirección requiere sentir el noble orgullo de pertenecer a un solar en donde se fraguó una de las mayores aventuras culturales de la humanidad, en la que los jóvenes pueblos de América aún no han dicho su última palabra.
Esa es la gran experiencia que debe animarnos y éste es el sentimiento de orgullo ibérico que nos une cara al futuro.
Señor Gobernador,
Señoras y señores:
Permitidme agradeceros brevemente la cordial bienvenida y la cálida hospitalidad con que nos habéis acogido en nombre de la ciudad y del Estado de São Paulo.
El primer sentimiento durante nuestra estancia en São Paulo es el de admiración por la dimensión de esta gran urbe. Por su poder industrial, por la fuerza y empuje de su banca y de sus universidades, por el profundo significado de su capitalidad cultural.
En esta ciudad late el pulso de todo un gran país y desde este punto irradia el trabajo ejem-piar y constante de vuestros hombres de empresa, del mundo del trabajo, de los científicos y de los técnicos que planean desde el corazón de este Estado, ese gran Brasil que ya es una realidad hoy.
Ha sido muy grato para la Reina y para mí el tiempo que hemos dedicado a compartir unos instantes con la colonia española en São Paulo, tan numerosa y ejemplar, tan querida y respetada, tan integrada en la sociedad paulista, en el mundo de la cultura y del trabajo, en sus centros docentes.
Buena prueba de ello es la existencia del Colegio Español Miguel de Cervantes, institución de enseñanza de relieve y prestigio que nos llena de orgullo.
Brasil, señor Gobernador, es parte importante de un continente. Y España, prolongación de otro, está volcada históricamente hacia los pueblos hermanos de esta parte del Atlántico.
Creo firmemente que, en la aproximación que nos aguarda, el Estado de São Paulo jugará un papel importante para la intensificación de los intercambios financieros, económicos y comerciales entre nuestros dos países, que precisan dar un giro cualitativo a una relación siempre cordial pero posiblemente insuficiente.
España puede aportar, y de hecho ya lo está haciendo durante los últimos años, una experiencia útil y aprovechable tanto a nivel científico como tecnológico en el actual estado del desarrollo brasileño. Miramos con especial atención el diálogo con este Estado, en el que ya viven y trabajan numerosos hombres de empresa de mi país.
En esta ciudad, señor Gobernador, donde algunos españoles —como es el caso del Padre Anchieta— dejaron la impronta de su personalidad y grandeza, se observa la huella de una presencia histórica y cultural, aún muy viva, de muchos de mis compatriotas.
Porque esa huella se intensifique y sirva a los propósitos ejemplares de la gran síntesis cultural y étnica cuyo ejemplo Brasil ofrece al mundo, levanto mi copa para brindar por vuestra felicidad y ventura personales, por la prosperidad de esta gran ciudad y el crecimiento del Estado de São Paulo y, en definitiva, por el futuro de una colaboración permanente y ejemplar de España en la construcción del porvenir de esta querida tierra.
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